Andrés de Jaén, hombre rudo y curtido, la depositó en el segundo cuerpo del torreón -su primer “camarín”- por miedo a que fuese profanada. Pese a su dificultad, afirmaba que después de “invocar a la Señora” su peso le resultó liviano. Raudo se llegó a la Iglesia Mayor a contar la buena nueva. Allí el deán y cuerpo catedralicio no le prestó oídos y nuestro hombre, de regreso a Torre García, se detuvo cariacontecido en el convento de los Dominicos, donde le acogieron con interés y creyeron su historia.
Acompañado de cuatro personas -dos de ellos mozos provistos de lanzas-, el prior lo acompañó al lugar indicado y pudo contemplar la magnífica bellísima escultura de traza bizantina. Con alegría desbordante, emprendieron el regreso a la ciudad. La declaración del vigía no deja lugar a dudas sobre las vicisitudes que padecieron durante el regreso... “Aunque mucha violencia le fue hecha en el camino por parte del Deán y Cabildo, que enviaron un Clérigo y un alguacil a ser la quitar, media legua de aquel cabo de el Alquián; y en la Ciudad probaron, y forcejearon nuevamente “. Avisados de que en la Puerta del Mar se había congregado una gran muchedumbre (en procesión) con ánimo de arrebatársela, el prior optó, prudentemente, por acceder a través de la Puerta de Purchena (debe tratarse de un error de transcripción por la Puerta del Sol o de la Vega). Desde allí, a un tiro de piedra, estaba el convento y por la tapia o un portichuelo la mula que cabalgaba penetró en el interior, llevando aquel en brazos a la Virgen y el Niño cubiertos con un fino lienzo y la capa de un mozo de la escolta.
Pleito con el Cabildo
Habida cuenta de que el cabildo seguía empecinado en llevarse a la catedral la imagen que antes había rechazado, la comunidad dominica facultó al prior Juan de Baena a que impetrara el auxilio del arzobispo de Granada. Fernando de Talavera se encontraba por aquellas calendas en visita pastoral a la granadina Ugíjar. Enterado del contencioso “mandó muy libremente su Señoría escribir una carta en que mandaba al Deán que oviese paciencia, y que no molestasen al Prior ni al Convento sobre ello, y que el Convento gozase de su donación”. El mandato fue atendido con premura, ya que al presentarle la carta “el Deán la recibió y obedeció, besándola y poniéndosela encima de la cabeza en señal de acatamiento”.
Ello justifica que la Virgen del Mar (siglos después co-Patrona junto a San Indalecio) reciba culto en la iglesia conventual de la Orden de Predicadores; aunque por diversas circunstancias en ocasiones la seo catedralicia le ha cobijado y dado amparo. En aquellas calendas del XVI la diócesis de San Indalecio se hallaba vacante. Por dispensa regia, el obispo nombrado, Juan de Ortega, nunca viajó a Almería. En su lugar fue regida por sus sobrinos Sancho y Francisco de Ortega; este repetidamente deán y gobernador eclesiástico.
Lo sustancial del relato está recogido en un acta, desaparecida, de la que tomó notas Gabriel Pascual y Orbaneja para un libro de larguísimo título: “Vida de San Indalecio y Almería ilustrada en su antigüedad, origen y grandeza. Tesoro escondido de la perla más hermosa. Historial discurso de su primer Obispo y Prelado Apóstol de Andalucía, San Indalecio”. El libro, primero de los impresos en Almería, corrió a cargo de Antonio López Hidalgo, en el año de 1609; siendo editado a expensas de José de Orbaneja, hermano del deán ya fallecido. Del amplio número de historiadores eclesiásticos, Joaquín Delgado O.P. es, a mi juicio, el más fiable y exhaustivo, siendo su obra <Santa María del Mar>, un título referencial.
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