Alborán, de su mar señora. Tan almeriense, tan española...

Cuenta y razón

De la mar señora
De la mar señora / D.A.
José Luis Ruz Márquez
- Catedrático licenciado en Bellas Artes

11 de mayo 2025 - 07:45

Rema que te rema meridiano de Adra abajo y cuando ya estás cerca de las 46 millas y a punto de desfallecer, es el momento exacto en el que has de dirigir tus ojos nublados a babor para ver una especie de portaaviones que pronto se te revela isla. La de Alborán, una de las más pequeñas de España y la mayor de Almería, que no entiende -ni ella, ni nadie- por qué puñetas ha dependido en lo marítimo de Málaga y en lo municipal de la nada. En 3 de julio de 1884, la comisión llegada en la escampavía «Gamo» iza la bandera certificando así su pertenencia a nuestra comandancia. Resuelta la marítima, quedaba la identidad municipal y el día en el que se cumplían los cuatrocientos años de que Colón descubriera Cuba para España, el 26 de octubre de 1892, la isla es declarada barrio de Almería merced a una orden de Alfonso XIII, firmada por mamá, al hallarse el rey en el chupeteo del dedo gordo. A sus siete añitos sabedor de que la cercanía es un argumento sólido y más si se refuerza por otro como el que dos niños, como él, venidos al mundo en la isla, habían sido inscritos como nacidos dentro de la capital. Perdidos sus nombres, me permito renombrarlos, por fundadores casi romanos, Rémulo y Romo, los primeros con derecho al gentilicio de “alboraní”.

Como no bautiza el hombre las cosas que no le sirven, milenios anduvo la isla sin nombre alguno hasta que, ya en tiempos de piratas y según las habladurías históricas, lo tomó de uno que la había usado de guarida… Cuando lo que en verdad pasó fue que aquel ladrón náutico -Alborani, “el de Alborán”- tomó la denominación de la isla y no al revés. Y como los huecos de la verdad los ocupa la mentira pronto aparecieron los troleros, algunos tan tontos como aquel que le inventó a nuestra isla, sin agua que beber ni gente que evangelizar, un monasterio, y encima copto… de monjes negros y abisinios.

Lugar de paso para las culturas y para los pájaros, alados y sin alar, a lo más que llegó fue a refugio, siempre fugaz por sus carencias. Así anduvo siglos aburriéndose en la compañía de su islote de La Nube, hasta que en 1868 la minería se hace presente con cuatro registros de enrabietado nombre: “Chincha” a los que seguirán otros, como “Los Lobos Marinos”, cuarenta años más tarde, y aún después con el petróleo, ya en los tiempos del charlestón. Con el incremento del tránsito marítimo y la presencia española en el norte de África, la isla cobra interés estratégico y para celebrarlo cambia su perfil con un faro que ha costado la vida de un albañil y muchísimos cuartos. En 1876 enciende su mechero de aceite de oliva que corona la torre de 19 metros, a 55 sobre el nivel del mar. Rodeado por una gran casa, que por tener tiene hasta dos reductos con aspilleras para la fusilería con la que cuentan los tres fareros que, casi militarizados, viven en la isla con sus familias, con el miedo al moro… Y con la “alboranitis claustrofóbica", el mal del aburrimiento contra el que lucha la corta población con actividades que van desde el cantar y el bailar hasta la de arriesgar la vida, tal como aconteció en 1892 con el torrero Laureano, que retirando lienzas de pesca fue tragado por el mar ante los ojos de todos.

La construcción en 1883 de los dos muelles parece responder al interés que Almería, con su pesquera esquilmada, muestra por la abundante, y supuesta, pesca de la isla. Razón por la que en mayo de 1885 tiene lugar la primera expedición pesquera a Alborán: la de Torrent, que se repetirá en septiembre con peritos y buenos aparatos, pese a lo cual sólo logra unas arrobas de pescado. Revés que lejos de amilanar anima a nuevas empresas: Pascual, Recaño y otras que en 1888 trabajan en el pescado seco.

En febrero de 1891, desde la caseta de amarre de El Zapillo, el vapor italiano “Cittá di Milano” y el crucero español “Isla de Luzón”, tienden el cable telegráfico Almería-Alborán-Melilla, y el 4 de marzo queda establecido el enlace telegráfico y con él la casa de los telegrafistas. Con el faro y el telégrafo, coinciden dos visitas de relumbrón: la del príncipe Alberto de Mónaco, fundador de la oceanografía, el día 21 de julio de 1877 a bordo del Hirondelle. Y la del archiduque Luis Salvador de Austria del que dicen las malas lenguas que ni siquiera pisó Alborán, que yo creo que sí. Otra cosa es que su alteza imperial, mareada del barco o el vino, o de ambas cosas, no saltara a tierra donde hubiera visto que allí tan solo vivía un puñado de gente, dos bichitos y tres matojos que, por mucho que él lo escriba, nunca formarán población, fauna y flora… Y eso es lo que tiene el estudiar las islas desde el camarote del barco: que luego se publica un libro como este de 1898, que merecería la lumbre por su texto y un diez por los dibujos del noble austriaco que lo ilustran.

Y, hablando de poder y nobleza, me viene a la memoria Franco, aquel monárquico de tapadillo, que si no rey sí fue “Caudillo de España por la gracia de Dios”. La suya. Por la que en 1950 convirtió la isla en el Marquesado de Alborán, premiando así los servicios del almirante de su escuadra Francisco Moreno Fernández. Y lo hizo a título póstumo, el mismo con el que ha sido suprimido en 2022; de modo que el marino fue y dejó de ser marqués sin enterarse. Como tampoco se enteró de que era bisabuelo del Pablo Alborán que pasea el nombre de la isla por los conciertos cantando como los ángeles.

Pedro Antonio de Alarcón a comparar llega Alborán con la isla de Cuba, cuando ambas se parecen lo que un huevo a una castaña. Una exageración de agradecer, al menos por lo que de contrapeso tiene, frente al insulto de los que califican a la nuestra de “lengua” y aún “verruga volcánica”, o “islote”, “peñasco”, “pie de faro...” y otras lindezas dichas para acomplejar. Eso sí, sin conseguirlo, tal vez porque nuestra isla siempre ha tenido claro lo que ha sido: faro, cuartel, puerto y salina, pesquera, telégrafo y mina… Que de todo ha ejercido. Y de todo poco. Sí. Pero ahí está. Alborán, de su mar señora. Tan almeriense, tan española…

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