La Almería de García-Sanchiz. Mirando de arriba a abajo, como los reyes.
Cuenta y razón
Escritor y pensador del siglo XX
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En agosto de 1965 Almería declaró persona “non grata” al periodista Felipe Mellizo por calificar a sus chicas de “vivas y lozanas, como los melones de secano” con la connotación de bola y torpe que esta palabra tiene, a la que sin duda llegó no por maldad sino para huir de comparanzas con ramilletes de rosas y otras finuras, y aparecer como duro crítico taurino cuando lo suyo se debería haber limitado a informar sobre la heterodoxa carrera de “El Cordobés”, cumpliendo así con el respetable y con el mandato del diario “Pueblo”.
Almería ha sido tierra hecha al insulto, no por aislada en un rincón, que eso es cosa de la geografía, sino por el ninguneo sistemático del poder, ejercido ante las narices de sus propios hijos que, conformistas, hasta hemos acabado dando por buena la legaña como broma de compañía. Aunque los ofensores a nuestra tierra viven en el país inmenso “de lo que no está escrito en los papeles”, de vez en cuando alguno que otro emigra, se hace escritor y en hora mala, o tonta, se le suelta la pluma para desdoro de Almería.
No es Felipe Mellizo el primero ni el único ofensor de nuestra ciudad, pues desde el pesado Echegaray, el plomo hecho Nobel, han sido muchos los que activos o pasivos, forasteros o nativos, se han dedicado a vituperarla. Una lista de la que significo ahora al valenciano Federico García-Sanchiz Madruga, (1886-1964) escritor que tocó todos los palos formales de la literatura y fue novelista, ensayista, narrador de viajes… y otras muchas cosas que palidecieron ante su invento de la “charla lírica”. Una especie de conferencia, de monólogo de hoy, pero culto y sin gracietas, que al decir de uno que la escuchó, era una narración a la que el autor enriquecía con el “suave y casi estudiado mover de sus brazos, alas ligeras de diminuta ave que, acompasados siempre al tono del discurso, parecía como si tratasen de dar impulso a su desbordada fantasía”. Una actividad que podía gustar o no, pero que nunca dejaba indiferente, según pude comprobar, al oír excelencias y descalificaciones, y en este orden, de mi padre y de mi suegro, testigos que fueron de algunas de sus actuaciones.
En 1926 un transatlántico de los que van a América hace en Almería una escala de poco tiempo, el justo para que unos viajeros entren a engrosar el pasaje en el que ya figura García-Sanchiz quien, desde el puente, mirando de arriba a abajo, como los reyes, ve en el puerto tres señoritas cursis, mirando de abajo a arriba. Y con ellas, y poco más -unos carabineros al sol, un pobre garbancero…- compone “Las vírgenes del Yermo”. Un artículo con el que Almería se siente tan insultada que no le queda otra que poner: el grito en el cielo y a caer de un burro al charlista, que en la opinión encendida de nuestro crítico Marti-mar solo es un “extraño literato”, un “moderno payaso que, en su hambre de popularidad, va manchando con el veneno de sus salivazos, prestigios, honras y dignidades”.
Es lo que tiene observar desde lejos: que se desdibujan las cosas y a merced del antojo quedan sus líneas que acaban por ser idealizas y no siempre para bien; en 19 de mayo de 1930 nuestro literato vuelve a pasar por -y de- nuestra ciudad. Esta vez no mira desde el alto puente de un transatlántico, sino asomado a la ventanilla del Graff Zeppelin. Y torna a observar, de arriba a abajo, como los reyes, a una Almería a la que, con crueldad y pesimismo, llama “ojerosa, triste”... así, en dos palabras, como si tuviera prisa en que el globo llegue a Sevilla para dar el salto a Nueva York, donde “españolear”, que es verbo de su inventiva.
Nuevas quejas de una Almería dolida que al final da por perdido al literato que la distingue, sin saberse por qué, con tan triste ojeriza. Hizo falta que se fuera un rey y que viniera una república para que, en 18 de marzo de 1933, como todo un desagravio, Federico García-Sanchiz entre al fin en la ciudad como Dios manda: por la puerta grande del teatro Cervantes. Y así se presenta a un público rendido, ávido de darle su perdón a cambio de una charla sobre “Sor Brujas, las Ciudades del Agua y Consejo a los Enamorados”, temas sugerentes sustituidos por otros de “Tierra Santa”, en un cambiazo de última hora, tal vez debido a su presencia en la inauguración del Círculo de Estudios que ese mismo día ha celebrado la congregación de los Luises.
Aunque los tres días de su estancia entre nuestros abuelos fueron de agasajos y atenciones, algún rencor residual debió advertir Federico cuando en septiembre de aquel año de 1933 manifiesta a la Asociación de la Prensa su deseo de volver a la ciudad, a “vivir a gusto un par de días entre esas maravillosas mujeres y los buenos amigos” y actuar ante ellos con un nuevo “tema literario, artístico, noble, completamente desinteresado de la política”. O sea: la elección de “Miss Provincia de Almería" entre las nueve de los partidos judiciales que serían presentadas en el escenario al decir -¡y cómo!- de la prensa: por la voz y “de la mano señorial, de un caballero andante del arte y la galanura racial de España”...
Pero llegaron la primavera y el otoño de 1934 y ni las misses pasearon por el escenario del teatro Cervantes, ni la charla prometida revoloteó en el Echegaray de Cuevas. España está ya en otras cosas y aprieta el paso camino de inciertas metas. Se radicaliza del todo y, en el intento imposible de clasificar semejante cajón de sastre, etiqueta a nuestro charlista como hombre de derecha, de un carlismo discreto que si llegó a algo más fue por la muerte de su hijo marinero en el hundimiento del crucero Baleares por parte de la escuadra republicana.
Callaron las armas y por años continuó nuestro escritor en sus charlas y escritos hasta que empezaron a pesarle más que las obras los títulos académicos, honores y reconocimientos y un día de 1964 se subió muy alto, allá al mismísimo cielo, y Mirando de arriba a abajo, como los reyes, vio Madrid como otrora viera La Almería de García-Sanchiz.
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