Almería, un gigante silencioso de residuos peligrosos
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Almería carga con una etiqueta poco conocida: es una de las provincias andaluzas que más residuos peligrosos gestiona. Cada año se declaran decenas de miles de toneladas, fruto de la intensa actividad agrícola, industrial y de servicios.
El volumen es tan grande que sitúa a la provincia en la segunda posición de toda Andalucía, solo por detrás de Cádiz. Pero este peso no significa que Almería sea un vertedero, ni mucho menos comparable al de Nerva (Huelva). Aquí no se entierran residuos: se tratan, se clasifican y se canalizan hacia otros destinos especializados bajo un sistema complejo y controlado, en coordinación con la Junta de Andalucía y el Estado.
Los datos oficiales hablan de más de 70.000 toneladas de residuos peligrosos declarados en un solo año. Representan el 22,9 % de toda Andalucía, casi una cuarta parte del total autonómico. Según el Registro de Producción y Gestión de Residuos de Andalucía, de la Consejería de Sostenibilidad, Medio Ambiente y Economía Azul de la Junta, estas cifras sitúan a Almería en una posición clave. Sorprende que, pese a ello, el tema apenas se conozca entre la ciudadanía. La mayor parte de la población ignora que la provincia es un referente en este terreno.
El dato clave es que no solo produce: también gestiona más de 116.000 toneladas. Eso significa que en sus instalaciones se tratan residuos procedentes de otros territorios, no solo los propios. En paralelo a su imagen de provincia agrícola y turística, Almería se convierte así en un actor esencial de un engranaje silencioso: el de la gestión de lo más tóxico.
Una red de instalaciones repartida por toda la provincia
La clave está en la red de 46 instalaciones de gestión distribuidas en 19 municipios. De ellas, 41 son centros de tratamiento directo y 16 se utilizan como instalaciones intermedias para el almacenamiento temporal. El Ejido encabeza el mapa con siete instalaciones. En la capital se concentran cuatro. Cuevas del Almanzora, Huércal de Almería y Viator suman cinco cada uno. Y municipios como Adra, Carboneras, Berja o Roquetas de Mar completan la lista.
En total, se dibuja un entramado provincial discreto pero robusto, que permite dar salida a un volumen de residuos que de otro modo sería ingobernable. La diferencia fundamental con Nerva está aquí: Almería no guarda residuos de por vida, sino que los procesa y los reenvía a instalaciones de destino final cuando es necesario. Los datos desmienten la idea de un problema caótico: la provincia cuenta con la infraestructura necesaria para tratar la mayor parte de lo que se produce y lo que se recibe de fuera.
Productores grandes y pequeños en casi todos los municipios
El engranaje empieza en los productores. En Almería capital figuran 420 pequeños y 16 grandes productores, con casi mil toneladas declaradas. En El Ejido son 224 pequeños y 16 grandes, con volúmenes aún más elevados.
Roquetas de Mar alcanza los 126 pequeños productores, Huércal de Almería supera el centenar y Carboneras o Pulpí concentran también varios grandes productores con cifras notables. Carboneras, por ejemplo, declara más de 570 toneladas. Cuevas del Almanzora supera las 1.000. Pulpí alcanza las 730. Estos municipios reflejan cómo la agricultura intensiva, la industria química y la actividad minera o energética dejan tras de sí residuos peligrosos.
No son casos aislados. En casi cada municipio de la provincia se registran pequeños productores, desde talleres hasta empresas de servicios. La suma de todos multiplica el volumen. El mapa provincial muestra así una realidad silenciosa: Almería es un territorio con decenas de focos de generación, pero también con un sistema capaz de absorberlos.
El peso de la economía agrícola y la expansión industrial explican la magnitud de estas cifras. Y al mismo tiempo justifican la necesidad de un control riguroso que evite riesgos.
Destino final en el cabril, el almacén nuclear de córdoba
Una parte de los residuos termina en El Cabril, en Córdoba, el único centro autorizado en España para el almacenamiento radiactivo. Allí llegan los residuos de baja y media actividad de toda la península.
En 2023, las celdas de baja y media actividad estaban ocupadas ya al 83 %, y las de muy baja actividad al 55 %. Son porcentajes elevados, que marcan la necesidad de planificación de futuro. Ese mismo año se contabilizaron más de 2.500 bultos y 7.800 unidades de contención, además de 2.200 contenedores de residuos de muy baja actividad.
La tendencia histórica confirma que el almacén se acerca poco a poco a su límite de capacidad, aunque bajo supervisión estatal y con protocolos estrictos de seguridad. La gestión de El Cabril muestra el último eslabón de una cadena que empieza en talleres, industrias y explotaciones agrícolas de la provincia y termina en un complejo nuclear en Córdoba.
Lejos de ser un motivo de alarma, los datos ponen de relieve la importancia de contar con un sistema sólido. Almería, con todos sus contrastes, es un gigante tóxico controlado, pieza esencial del engranaje andaluz y nacional de gestión de residuos, pero nunca un vertedero.
La pregunta de futuro es hasta qué punto la provincia seguirá soportando este papel, y si la red actual será suficiente ante el crecimiento económico y agrícola que se prevé. Por ahora, la radiografía es clara: Almería produce, recibe y gestiona residuos peligrosos a gran escala, y lo hace bajo un sistema que combina discreción, coordinación y control.
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