Cuenta y razón

Un ángel de Berja en El Retiro de Madrid

Un ángel de Berja, en El Retiro de Madrid.

Un ángel de Berja, en El Retiro de Madrid.

Hace días que se perdió por el horizonte la nave que lleva a los Magos a su reino de Oriente; los niños siguen en el amor pasajero por sus juguetes, mientras los mayores se entretienen con los regalos que les ha ido haciendo la vida: yo en concreto con una anécdota más de las muchas interesantes y graciosas del virgitano don Antonio Salmerón Pellón, todo un portento de memoria útil, simpática y oportuna. Le oí contar lo ocurrido a su suegro, don Fermín Peralta Vázquez, siendo estudiante en Madrid: Sobre la superficie helada del estanque de El Retiro unos niños se aventuraban a recoger las monedas arrojadas por unos desalmados con la indecente esperanza de que ocurriera lo que al final ocurrió: que quebró el hielo y tres chiquillos se colaron en el agua dejando a aquel público, culpable y mirón, mudo hasta que al fin arrancó a gritar alertando a Fermín quien no tardó en llegar, echase al estanque y salvarles la vida a dos de aquellos críos. 

Menos las del desalmado que se alejaba llevando consigo el gabán y el reloj del héroe, todas las manos aplaudían mientras las bocas soltaban vivas y mucho vaho, lo único caliente en el parque madrileño aquel gélido día de Reyes de 1868. 

Casi muerto de frío fue del brasero a la cama y de esta al sueño sobresaltado por el pesar del chiquillo muerto; se le hizo la noche eterna en su piso de Aduana, una calle que casi nace en Sol y muere en la de los Peligros, vamos que no se puede decir que no fue advertido del riesgo Fermín, cuando por ella salió a la de Alcalá en busca de El Retiro. 

El apellido Peralta, tafallés, el nombre, de santo de encierro, su noble entrega,  apuntaban tan claramente su naturaleza que de no haberlo consignado la prensa en vez de virgitano nuestro héroe hubiera pasado por navarrico y la verdad que algo de esto había, pues de Navarra vinieron los del linaje de Peralta para asentarse de inmemorial en la Alpujarra; yo mismo tengo a los de Ugíjar entre mis ancestros. 

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No tardó en verse aquel suceso en la boca de la gente, en el cantar de los ciegos y, cómo no, en el papel de imprenta. El Museo Universal con el título «Salvador de dos niños … en el Retiro» publicó su retrato grabado por Marcelo París sobre un dibujo de Daniel  Perea, tan sordomudo como buen artista. Las editoriales recogieron la hazaña en obras que mantuvieron su vigencia durante todo el resto del siglo, llegando a ser incluida en 1901 en los Cuentos Morales de Vidal, publicados por Hernando. 

Recibió nuestro héroe reparación: el abrigo sustituto del robado; reconocimiento: la cruz del Mérito civil de primera clase, el nombramiento de alumno interno de la facultad de Medicina, los títulos de hijo predilecto de Berja y de socio de mérito de la Económica de Amigos del País de Almería; y regalo: reloj de oro obsequio de la reina Isabel II. 

Un reloj que la familia guardó siempre como un tesoro y que nada tenía que ver con uno chapado y sin grabar que el "vizconde" de Barrionuevo intentaba pasar por el auténtico, cosa que siempre encendía a don Antonio cuando llegaba a este punto en el relato de la historia, indignándose, sin querer entender que nada tenía aquello de extraño al proceder de alguien que por inventar era capaz de inventarse para sí hasta todo un título nobiliario. 

Pequeñas miserias aparte, la gesta del virgitano constituyó todo un ejemplo en unos tiempos de cuentos morales que aún mantenía las fábulas de Samaniego en plena vigencia, por lo que su historia no tardó en extenderse por un Madrid entonces casi familiar, siempre dispuesto a asombrarse cuando lo trágico adquiría la gran dimensión que le daba su escasez; un Madrid que hasta hacía poco había tenido por su bandido a Luis Candelas, a quien aún malo, le quedaba corazón para ser romántico y bueno... a ratos. 

Este episodio transformó su paso por la facultad de medicina que de discreto mudó a una notoriedad por él nunca imaginada sin que ello le impidiera estudiar en serio, decidido a cumplir con su vocación.

Licenciado, volvió a Berja y allí residió con la familia que formó aunque su profesión la desarrolló como médico de Dalías, donde dio continuo ejemplo de entrega, multiplicándose cada vez que las circunstancias lo demandaron, como ocurrió en el cólera de 1885 en que atendió también Adra y a su Berja natal,  en la que de muy niño había sido testigo de los estragos de la anterior epidemia, hecho que, según su yerno, determinó su inclinación por la medicina. 

Una medicina que siempre ejerció guiado por su vocación y por las palabras de un periodista escritas en aquellos días del suceso, en una nota que don Fermín guardaba entre sus papeles de valía: "que siga haciendo por la humanidad, después de concluida su carrera, lo que hace al empezarla",  y eso hizo hasta que se presentó la muerte un día de 1913, casi medio siglo después de que dos niños, ángeles rasos, y él mismo, que lo era de la guarda, recibieran de Melchor, Gaspar, Baltasar e Isabel II sus merecidos regalos de reyes.

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