El Ángel de Correos

Sociedad

Una curiosa historia donde confluye la provincia de Almería, un gran artista olvidado y el Servicio de Correos

Níjar y la Cartuja de Sevilla

Caricatura de Valle Inclán y cartas al músico Alberto, el escritor Emilio Rodríguez Sabio y el periodista José García Cruz realizadas por Ángel de la Fuente
Caricatura de Valle Inclán y cartas al músico Alberto, el escritor Emilio Rodríguez Sabio y el periodista José García Cruz realizadas por Ángel de la Fuente / D.A.
Jesús Ruz de Perceval
- Abogado

14 de diciembre 2025 - 08:00

Cuentan que Valle-Inclán, ese genio mordaz del Esperpento, sostenía que los carteros de España eran los más inteligentes del Mundo. En prueba de su aserto recordaba sendas cartas que envió a la calle del Viejo Chocho, en Madrid, las cuales llegaron puntualmente a su destino pese a que dicha vía nunca tuvo aquel nombre, ni oficial ni oficiosamente. Se trataba en realidad -cómo no imaginarlo- de la calle Echegaray, así nombrada por el político y Premio Nobel de Literatura que durante largo tiempo fue diana de las burlas y ataques del escritor gallego, en ostensible aportación al sarcasmo quevedesco y español.

Coincido con D. Ramón María en el halago a los sagaces empleados de Correos mas he de matizar que, entre ellos, despuntaron con mucho los carteros de Almería. La evidencia certera e irrefutable me la dio un artista olvidado, Ángel de la Fuente, notable pintor y retratista, gran dibujante y sutil caricaturista, condenado a ese limbo amnésico donde la mediocridad encierra a los sobresalientes para poder seguir feliz y ramplona en su medianía. Y les cuento:

Hubo un tiempo ya tristemente lejano en el que el Servicio de Correos era, en esencia, transmisor de buenas nuevas -para las malas inventamos el telégrafo y los telegramas-. Mensajero de cartas de amor, de misivas de hijos en tierra extraña, de postales de viajes imposibles o de epístolas a la amistad, todo eso fue antes de convertirse en el ogro acechador de la Administración para apabullarnos con notificaciones de deudas, tasas o multas, providencias de apremio de impuestos insondables y otros sustos del demonio con los que tenernos en perpetuo desasosiego o en una suerte de purgatorio civil, y mucho, mucho antes de ser reducido a vocero principal, puntual y tabarra de la propaganda electoral.

En aquel tiempo, cuando el aparato postal todavía era vaso comunicante de nuestra humanidad y podía sentirse y decirse, con razón, que Correos “tenía ángel”, nuestro artista De la Fuente decidió marchar a Madrid para labrarse el futuro que se le negaba en una Almería empequeñecida por la desidia provinciana, siempre diligente en menosprecios. Era el año 1917.

A través de la correspondencia pudo mantener sus lazos con la tierra dorada y adorada que lo formo, y hete aquí la anécdota que nos habla de la infalibilidad del servicio postal merced a la listeza de sus carteros y del luminoso ingenio de nuestro protagonista. Resulta que Ángel de la Fuente, en buena parte de las cartas que enviaba a Almería desde su exilio, consignaba en el sobre la ciudad, pero no así los datos del destinatario; en su lugar, tras el “Sr. D.”, dibujaba una caricatura del receptor. Brillante ocurrencia que convertía cada sobre en viajera obra de arte pero amenazaba con truncar su entrega. Contra todo pronóstico -la urbe contaba entonces con más de cincuenta mil habitantes- esas cartas llegaban a su destino como si las portara el mismísimo Hermes. Y es que en este lance taumatúrgico confluyeron felizmente, de un lado, las dotes de gran caricaturista del emisor -de quién se decía era capaz de esbozarte a lápiz el alma con apenas observar unos segundos- y, de otro, las sorprendentes capacidades fisonomistas de los carteros de Almería.

La hazaña conjuntiva tuvo repercusión en la prensa y motivó que, desde varios diarios, entre otras dádivas se solicitara para Ángel de la Fuente un puesto distinguido en el organismo estatal de Correos. Como puede presumirse, aquello se tradujo en una buena propaganda de marketing para el pintor y bien podría pensarse que era buscada, pero, aun siéndolo, ello no resta un ápice de mérito a ninguna de las partes. Y así, en una nueva conjunción, Correos sumó al ángel que históricamente tenía de suyo este otro Ángel de carne y hueso de pintor, alado con el sentido del humor, que es el más inteligente y humano de los sentidos.

No sabemos si supo Valle-Inclán de esta anécdota, que seguro le hubiera servido para corroborar su ataque a Echegaray y bien pudo llegarle de boca del propio Ángel de la Fuente, pues lo dibujó en varias ocasiones, como también retrató a otros grandes de nuestra literatura, entre ellos a Pérez Galdós, otro “viejo chocho”, como así lo tildó en una despedida Emilia Pardo Bazán, sin sospechar ésta la rápida respuesta de D. Benito: “Adiós, chocho viejo”.

Por no tener cabida en este espacio, postergo para ulterior ocasión la reseña biográfica y peripecias de nuestro artista, que fue poeta y filósofo tras los lienzos, revolucionario en su primer carácter y siempre vulnerable ante lo bello, periodista y redactor artístico en El Liberal, el Heraldo de Madrid o el ABC; que vivió enamorado de la belleza gallarda de la mujer almeriense y adoptó la luz de este rincón terrizo y blanco como si, huérfana, sólo hallara cobijo en su mirada; que murió en la capital en 1930, malogrado y ligero de equipaje, acaso enfermo de melancolía, cuando aún soñaba con vencer lo inasible de la fama.

En cambio sí puedo, estando próxima la Navidad, animarles a que envíen aluviones de cartas o postales de felicitación con las que recuperar aquella tradición -palabra que, no en vano, significa entrega- con la que, de paso, al menos por estas fechas, tengan nuestros carteros un propósito hermoso y podamos sentir de nuevo aquel batir de las alas de ese Ángel que, antaño, tuvo Correos.

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