El arte de Ramón Magaña (I)

Torero, cocinero y gastrónomo, artesano del cuero… Ramón Magaña Sánchez cumple hoy 64 años de edad y, en junio, 45 de su debut con picadores en el coso de Vílches, muy cercano a su casa natal

El arte de Ramón Magaña (I)
El arte de Ramón Magaña (I)

21 de mayo 2011 - 01:00

SOLEMOS aplicar la metáfora literaria de "un pequeño-gran hombre renacentista" a quienes se significan por su creatividad e incursión exitosa en distintas parcelas artísticas. Es el caso de Ramón Magaña. El hombre cercano que desde la sencillez y modestia se ha hecho acreedor al respeto ajeno merced a la sinceridad ejercida día a día. No me ciega el afecto personal a la hora de adjetivarlo, quien piense lo contrario se equivoca. Se equivocan los envidiosos que pasean su mediocridad por esta Almería nuestra. Prueba de su capacidad autocrítica y sabedor del terreno en que pisa, en cierta ocasión le escuche una frase elocuente que aunque no suya merecía serlo: "Me observo y no valgo un euro, me comparo y soy un fenómeno".

A las seis de la mañana de tal día como hoy de 1947, Ramón Magaña Sánchez vino al mundo en la calle El Zagal del populoso Distrito 5º, próximo a la plaza de toros. Cuarto de los hijos habidos, varones todos (José, Juan, Antonio, Ramón), del matrimonio entre José e Isabel, ferroviario él y ama de casa ella ("excelente cocinera" reza en la dedicatoria de "Gloria Bendita. El toro bravo, del ruedo a la cocina", libro editado en 1998 por el propio Magaña). Pese a las carencias de posguerra, tuvo una infancia feliz y cocido garantizado gracias a que Renfe disponía de economato; canonjía sólo al alcance en la ciudad del Ejército y Guardia Civil. Asistió a la escuela pública "Motoaznar", de la calle Sicardó, con el recuerdo vivo de su maestro D. Manuel Sánchez, y "jugó al toro" en la Avda. de Vílches; único chiquillo, por cierto, al que no le faltó ni el detalle de una "coleta" natural, confeccionada por su madre.

Y es que el entorno familiar no mostró especial rechazo a la prematura vocación. El padre, excelente aficionado, le enseñó los primeros lances de salón y a liarse, a modo de capote de paseo, un mandil de la cocina. La formación teórica prosiguió "colándose", naturalmente, a la plaza corrida tras corrida. Con catorce años entró de aprendiz en la sastrería de Luis Rodríguez; periodo que le familiarizó con el patronaje de confección, la cinta métrica y a distinguir los tejidos, de futura utilidad en la manipulación del cuero. Por esas fechas el Frente de Juventudes fundó una Escuela Taurina, con Paco Bernabéu "Pacorro" de director y Chatillo de Almería como profesor; debutando con ella en mayo de 1961. Aunque mañana daré cuenta de su etapa profesional, valga ahora la premonición de Juan Martínez "Volapié" en el diario Yugo: "¡Atención a este Ramón Magaña! Hay en él otra promesa de torero".

Aviación en Madrid

Con el veneno taurino metido en su menudo cuerpo, la ilusión por bandera y sueños de pasodoble y puerta Grande, cogió carretera y manta a Madrid llevando consigo 500 pesetas de viático.

Con tal soldada es fácil deducir que las fatigas y penalidades se dibujaban prontas en el horizonte. El milagro se encarnó en la familia de Juan Córdoba, almeriense que le acogió en su casa y le aseguró comida, cobijo y calor. Entrenamientos en la Casa de Campo y participación de extra en cuantas películas pudo le ayudaron a capear el día a día. En uno de estos rodajes conoció a Manolo Escobar, quien le contrató un par de veces por 1.000 pesetas/día, todo un dineral.

El segundo ángel de la guardia se le apareció en la figura del sevillano Felipe Pajuelo, capitán de Aviación, apasionado a la Fiesta y mentor inicial de Paco Camino en Camas. Sus buenos oficios le proporcionaron tres festejos en Las Ventas y diversas corridas en pueblos de los alrededores, además de facilitarle el ingreso en el Servicio Militar, voluntario en Aviación. Pajuelo era el padre de Agust, con quien Ramón se casó en los PP. Capuchinos en una ceremonia en la que asistieron, entre otros, Manolo Escobar y sus hermanos, Enrique Vera y su esposa Nati o el chef Enrique Hernández. En la capital de España nació su hija mayor Saray, Diplomada de Enfermería con plaza en la Residencia Asistida de Mayores de la Diputación.

Entre fogones

Pese a las ilusiones no cumplidas según su deseo y el desarraigo, Ramón fue un tío de suerte. Otro protector se cruzó en su camino: el paisano Enrique Hernández Almansa. Este, "director de banquetes" del Castellana Hotel, sabedor de que se había matriculado en la Escuela de Hostelería le ofreció un puesto de ayudante en su prestigiosa cocina. Fue el inició de una fructífera carrera profesional entre fogones. De allí al Hotel Colón, al Drugtore de Fuencarral, el lujoso restaurante La Troika… Aprendió los secretos de la restauración española e internacional y la puso en práctica. Cocinó para Cocteau y Adolfo Suárez, para Dalí y Lola Flores, Rodríguez de la Fuente y ministros des Gobierno, con el recuerdo in mente de los platos almerienses elaborados por su madre Isabel. Todo ello, y más, lo volcó en el exquisito libro-recetario citado. De su contrastado saber da cuenta, ya de regreso a Almería, el nº 1 alcanzado en las oposiciones a cocinero de la Residencia Asistida de Mayores convocadas por la Diputación…¡tres décadas ya de intensa aplicación le contemplan en el antiguo Hospital Psiquiátrico de La Cañada!

Artesano fino

Y como no hay tres sin cuatro, otro amigo conquistó en los madriles. El chileno "Caco" tenía un chiringuito ambulante en la Gran Vía donde vendía los objetos de cuero confeccionados en un pequeño taller cercano. Ahí surgió su tercera gran devoción y aprendió los rudimentos del oficio. Cuando marchó a su país le adquirió el herramentaje con el fin de continuar la tarea artesana a la menor oportunidad. No obstante, la pieza más preciada conservada es la "ruleta" (ruedecita de marcar con empuñadura de ébano) que le trajo su hija Saray de regalo de Londres y que había pertenecido al guarnicionero de la reina Isabel II. Sus exposiciones de los más variados objetos y complementos en piel, para mujer y hombre, son todo un clásico por Navidad en los aljibes árabes-cristianos de la peña El Taranto. Salud y feliz cumpleaños, maestro.

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