Un artesano que mantiene vigente la tradición del esparto en Lubrín

Teófilo Agüera lleva más de treinta o cuarenta años creando espuertas, cestos y serones, entre otros artículos · El trabajador vino del campo al pueblo y se estableció permanentemente

El artesano lleva más de treinta o cuarenta años trabajando en el esparto.
El artesano lleva más de treinta o cuarenta años trabajando en el esparto.
Ricardo Alba / Lubrín

08 de febrero 2009 - 01:00

Casi en lo más arriba de Lubrín, camino de las ruinas árabes, el color blanco de las fachadas encandila la vista cuando el sol rebota en ellas. Subir hasta ahí afloja las piernas de los jóvenes, no digamos las de los mayores excepto los lubrileños hechos de toda la vida a las cuestas y escaleras del pueblo. Sentado al sol en una banqueta plegable de lona, Teófilo, manos de lija y callos, le da al esparto.

Es víspera de la fiesta del pan en honor al santo Patrón de Lubrín, San Sebastián. Se respira aire quieto, si bien la sala de máquinas funciona a ritmo trepidante: en las casas se preparan banderas que lucirán en los balcones; en las panaderías se mezclan centenares de kilos de masa horneada después en forma de roscos.

Teófilo Agüera Díaz parece ajeno al trajín afanado en el esparto. "Soy de Lubrín, pero de campo. Me he venido del campo al pueblo; yo nací, me he criado y he trabajado en el cortijo, ahí, en Los Jarales". Teófilo añora el campo, su campo, labrar, sembrar trigo, cebada, "tenía treinta cabrillas, es que la cabra se comía la hierba y no se cría tanta como se cría ahora. Antes el campo estaba limpio, muy limpio". Llegaron los piensos y esas cosas, ya se sabe, dieron el portazo al alimento natural, al que había, a la hierba.

Un vecino lo llama: Teófilo, venga, a comer. Teófilo, algo teniente para lo que le conviene, no le oye o no le quiere oír, "además sembraba lentejas, garbanzos, para comer y para vender también". Recuerda la época del hambre, los tiempos de la calor que no había quien lo aguantara.

Ya de hombre se casó con Avelina en Los Jarales, "tengo dos hijas, una casada con el policía local de aquí; la otra, Concha, es guardia civil, está en el cuartel de Garrucha". Teófilo enfila los ochenta y tres años, pero conserva los ojos de la infancia, de quien tanto lo visto da igual lo que quede por ver, nada nuevo dice Teófilo que lleva con el esparto más de treinta o cuarenta años, "ya no me acuerdo, de pequeño me iba con las cabras y cogía el esparto. Hago serones para coger el estiércol y llevarlo al campo, para usarlo en la recogida de papas, para muchas cosas vale el esparto. Aquí todavía se trabaja el esparto, se hacen espuertas para llevar almendras, olivas, todas esas cosas".

Teófilo se vino al pueblo casi a la fuerza, él no se quería mover del cortijo "me vine para aquí, que no me tenía que haber venido y tengo el cortijo cerrado. Allí, donde se cría uno estaba más a gusto que aquí, me gustaba labrar la tierra, guardar las cabras; cuando el hambre el que tenía una finca comía, el que no, no, pasaba hambre. Mi mujer se ha acostumbrado a estar en el pueblo y aunque quiera irme al cortijo, ya no puedo". Alguna vez se va andando a Los Jarales durante hora y media.

Mientras habla no para de entrelazar el esparto, está liado con una espuerta; "esto de pasar los espartos se llama una pleita, va para arriba creciendo, este se mete de aquí para allá y se coge por medio, al final se cose con un guita pequeñica". Espuertas, cestos, serones, mucha aplicación tiene el esparto al decir de Teófilo. La juventud ya no quiere seguir esta artesanía, a pesar de que todavía se vende bien. "En cuanto nos muramos los que ahora hacemos esto, ya se termina".

¡Teófilo! ¿Qué pasa? Ayer renegando y hoy no vienes a comer. Es Avelina, la mujer de Teófilo. "Es que se ha presentado este hombre y le estoy enseñando a hacer pleita". Avelina insiste: "ven a comer y luego sigues". Teófilo, por lo bajo, "ahora que estoy a gusto, voy a gastar el esparto este y ya termino". A Teófilo le espera un potaje en la mesa y ya le ha dicho Avelina que si se enfría que se lo comerá frío. "Soy siete años mayor que ella, y que a las mujeres no les gusta que se diga su edad, hay que hacer lo que ellas digan; si está fregando el suelo ¿ya estás por aquí en medio? Vete a la calle. La forma de ser de cada uno y como uno sabe que es verdad pues te vas para fuera". Teófilo da de mano, coge un esparto, lo pasa por el extremo para que no se desbarate, "¿ha aprendido algo? Luego le quito el raspao este". Este artesano que vive en Lubrín aunque suspira por Los Jarales, se va a alimentar la gazuza con el potaje que Avelina, su mujer, mantiene caliente para que Teófilo no se lo coma frío. En un día hace una espuerta de esparto con la soga cosida y si tarda dos días, tres, no importa, Teófilo no tiene prisa.

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