Bofill y Oíza: reflexiones en Almería, 1970

Almería ordenada

Personalidades en unas curiosas jornadas celebradas en Mojácar hace más de cincuenta y cinco años

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Comida Bofill y Oiza en Mojácar. Año 1970.
Comida Bofill y Oiza en Mojácar. Año 1970. / CDM
José Francisco García-Sánchez - Doctor arquitecto

29 de junio 2025 - 08:00

Almería ha servido muchas veces como un laboratorio de ideas y de experimentación: el estudio de la energía solar desarrollado en la Plataforma Solar de Almería en Tabernas (1981), la observación telescópica del universo en Calar Alto (1975) o la investigación en el desgaste de neumáticos en el Centro de Experiencias Michelín (1973) en Cabo de Gata, son sólo tres ejemplos. Todo ello fue posible gracias a la inauguración del aeropuerto (1968) —que facilitó las comunicaciones con el resto de España— que, unido a la posición geográfica de Almería y a su clima desértico extremo, aumentó el interés y la curiosidad sobre esta provincia periférica —que las bombas de Palomares (1966) habían puesto en el foco internacional.

En este contexto, un grupo de los arquitectos españoles más importantes del momento decidieron organizar unas 'Sesiones Críticas' en el Parador de Mojácar para debatir sobre la arquitectura, el urbanismo, el paisaje y el futuro de la provincia de Almería. «Casi todos ignoran lo que es habitar». Con esta provocadora cita de Henri Lefebvre publicada en su libro 'Du rural à l'urbain' (1970) se iniciaron unas jornadas que comenzaron el 19 de enero de 1970 y se desarrollaron durante cinco días. El programa incluía sesiones de discusión y visitas por la provincia: Tabernas y su desierto, Níjar y sus huertas, Adra y Dalías con sus parcelas de cultivos intensivos, Carboneras, Cabo de Gata o la capital de Almería.

En la reunión se dieron cita arquitectos conocidos como Ricardo Bofill, F.J. Sáenz de Oíza, Fernando Higueras, Antonio Vázquez de Castro, Oriol Bohigas o Antonio Fernández Alba; además de algunos colegas locales como P. Langle o J. Peña.

En las 'Sesiones Críticas' los ponentes analizaron cómo Almería orientaba su futuro económico sobre dos focos: los cultivos intensivos bajo plástico y el turismo. Había otros dos soportes más inestables: la minería —en franca regresión— y la industria cinematográfica —sin perspectivas a largo plazo y dependiente del exterior. Los ponentes propusieron que en la provincia podría fomentarse el sector cuaternario, es decir, el del conocimiento, donde el diseño, la investigación o la innovación convertirían a Almería en una California del sur de Europa. Se puso como ejemplo la nueva fábrica de IBM en Niza. Y se hizo caso omiso.

Ricardo Bofill (1939-2022) creía que su presencia allí debía responder a dos objetivos. Por un lado, hacer un breve análisis de la región y además lograr un acuerdo para denunciar públicamente aquella realidad: Almería ocupaba un triste último lugar entre las 50 provincias nacionales en riqueza por habitante.

Los arquitectos Fernando Higueras, F.J. Sáenz de Oíza y Ricardo Bofill en Mojácar en 1970.
Los arquitectos Fernando Higueras, F.J. Sáenz de Oíza y Ricardo Bofill en Mojácar en 1970. / CDM

Bofill fue un arquitecto singular, carismático y un miembro destacado de la 'Gauche Divine' de Barcelona. Las relaciones de su hijo homónimo con Chabeli Iglesias Preysler o con Paulina Rubio le llevaron a la portada de la revista ¡Hola! aumentando todavía más su popularidad. Autor de obras tan singulares como el Walden 7 (1975) en Barcelona —donde transcurre la película y la novela 'El amante Bilingüe' (1990) de J. Marsé— o la Muralla Roja (1972) en Calpe: un lugar de peregrinación para instagramers cuyas fotogénicas escaleras han servido de inspiración para la serie 'El Juego del Calamar' —la más vista en Netflix.

En Mojácar, Bofill se interesó por cuestiones sociológicas, históricas y económicas: ¿por qué emigran los almerienses? ¿a qué se debe esta situación de subdesarrollo e insularidad? Pero también exigió soluciones inmediatas: ¿qué recursos quedan por explotar? ¿qué medidas de carácter urgente se pueden adoptar? Se quejó de algunos planteamientos ingenuos: «os expresáis como si creyéramos que estamos en un lugar idílico, democrático y justo».

F.J. Sáenz de Oíza (1918-2000) fue el catedrático de proyectos más subyugante de la Escuela de Arquitectura de Madrid. Autor de obras tan emblemáticas como Torres Blancas (1968), las viviendas en la M-30 (1989) o la Torre del BBVA (1981). Oíza —que siempre fue consciente de su propio talento— expuso en las jornadas de Mojácar que los arquitectos debían proponer soluciones formales e innovar en los tipos arquitectónicos. Él sugirió una arquitectura subterránea, ambiental y climática —sin la necesidad de muchos recursos. Defendió la arquitectura popular y puso como ejemplo la isla de Lanzarote o la Casa Laberinto (1964) de André Bloc en Carboneras, que pudo contemplar, de manera emocionada, la víspera. Para Oíza, ese pueblo pesquero formaba parte de un paisaje inclasificable. Durante una visita a unos invernaderos reflexionó sobre la aridez y la sequedad como una oportunidad de investigación y de la necesidad de una industria de arquitectura experimental. Pero no todo fueron acuerdos.

Los arquitectos F.J. Sáenz de Oíza y Ricardo Bofill frente al bar El Canelo de Mojácar en 1970
Los arquitectos F.J. Sáenz de Oíza y Ricardo Bofill frente al bar El Canelo de Mojácar en 1970 / CDM

La visita a Carboneras estuvo a punto de desintegrar al grupo que se llevaba mejor de lo que era de esperar. La influencia hipnótica de aquella playa no duró el tiempo suficiente. Bohigas —el arquitecto de la Barcelona olímpica— se quejó del discurso simplista que empezaba a destacarse entre los ponentes cuando expresaban: «aquí no hay que hacer nada, hay que preservar este paisaje».

El grupo de arquitectos, perplejo ante su impotencia, pudo contemplar desde la Alcazaba aquel otro paisaje desolador: un inmenso vertedero de construcciones en distintos grados de ruina, y a lo lejos, unas modernas torres que emergían en el centro histórico. Hubo criterios dispares sobre la remodelación: o bien la restauración exquisita de las chabolas, sin destruir el encanto deforme del populismo más miserable, o bien el uso de una máquina excavadora-limpiadora-liberadora (sic). Bofill expuso las diferencias entre el turismo de masas—sobre el que no tenía mucha fe— y el otro turismo cultural. Con la resaca del mayo de 1968, él vislumbró en aquellas cuevas y casas encaladas de La Chanca una autenticidad que llegó a comparar con el potencial de Ibiza.

De las conversaciones transcritas también se desprende una perspicacia para adelantarse al futuro: Oíza planteó en estas sesiones que se debería fomentar la desalinización del agua del mar, y se discutió sobre el cambio climático, la crisis del petróleo y sus repercusiones en el proceso urbanizador y en el paisaje. Y acertó.

Durante esos cinco días de enero de 1970, algunas de las mejores mentes discutieron sobre las posibilidades arquitectónicas y urbanas de Almería. Sus propuestas oscilaron en ese péndulo que va desde la desde la acción a la compasión, desde el realismo a la utopía o desde lo atávico a la vanguardia. Juan Goytisolo defendía que siempre es más lúcida y reveladora la mirada ingenua desde la periferia hacia el centro, que la mirada condescendiente desde el centro a la periferia. Y quizá tenía razón.

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