Una calle con ángel y diablas
Almería
La zigzagueante calle Antonio Ledesma, vinculada en el XIX y principios del XX a la prostitución, alojó tras la Guerra a honrados comerciantes y numerosas familias
SI desconoce la calle Antonio Ledesma y entra caminando no sabrá dónde está la salida. No se ve. Es una vía peatonal, morisca, retorcida. Peor que una zeta. Por su abandonada laberíntica estrechez, serpentea entre paredes pintarrajeadas, tabiques descascarillados, verjas oxidadas y postigos con cristales rotos. Doblas y doblas hasta que aparecen, resplandecientes, la Plaza Virgen del Mar o la de Marqués de Heredia. Existen recodos que dan “yuyu” porque después de pisar un chorreón de meadas ignoras si vendrá un ciclomotor a todo guiñapo, un carterista o una manada de granujas. Espero no bajar nunca al infierno, pero el aspecto de esta calle no debe alejarse demasiado del acceso al averno. Y eso que hay ventanas de aulas de chiquillos con baby que huelen a plastilina y a Nenuco.
La calle peatonal existe desde tiempos inmemoriales. Antes se llamaba “del Ángel” hasta que el pleno del Ayuntamiento, presidido en esa sesión por el médico Antonio Abellán Gómez (1882-1957), le cambió el nombre el 3 de octubre de 1940 para dedicarla al abogado, periodista y literato almeriense, que falleció tres años antes.
Pero en XIX la vía ya tenía trasiego, mucho, y problemas, bastantes. Existían varias casas usadas como lupanares. Burdeles de mala muerte que acogían a ratos a marineros fogosos y a depravados buscando un lapso de desfogue. Tanto trasiego en las “casas non sanctas” generaba peleas a pedradas, voces con fraseología amoral, ruidos y cuando no, salvajes agresiones. En 1903, Remedios Capilla García una de esas pobres chicas, que estaba embarazada, fue brutalmente apaleada por una mujer y la madre de ésta, que la dejaron sobre el lecho al borde de la muerte. Gracias a los alaridos de socorro, Remedios pudo salvar la vida. La presencia de doncellas con promiscuidad desordenada se prolongó durante décadas. También existía preocupación por la salubridad porque, hasta bien entrada la modernidad, carecía de alcantarillado y algunos residentes solían arrojar las aguas fecales por los balcones sin mirar quién pasaba.
Pero, hace siglo y medio, mezclados con esa barbarie humana, habitaban honrados comerciantes y familias con hijos. En la calle había “diablas”, pero también sobrevolaba un “ángel”. Se instaló una famosa modista malagueña que vistió a señoras de alto copete; Manuel López Soler gestionaba la mina “Santa Bárbara” de Cabo de Gata; un tal Juan Magán abrió un despacho de venta de puros habanos y cigarros recién importados de Cuba y desde 1898 el político y empresario Francisco Laynez Leal de Ibarra ofrecía alambres belgas para los parrales en su almacén del número 18.
Ya en el XX, el Círculo Republicano instaló su sede muy cerca de donde estuvo la taberna “La Verbena” de José Alférez; el escultor José Navarro montó allí su taller, un espacio donde el compositor y pintor Manuel del Águila Ortega pasaba las horas muertas viendo convertirse en un busto o un jarrón un simple trozo de escayola. El tendero Luis Morales abrió su ultramarinos con sección de sacos de pienso y algarrobas para animales en la esquina de Conde Ofalia y la familia Baeza dispensaba productos de limpieza y desinfección. Isabel Alearas Escobar vivía en el número 11 y aprovechaba el terrao de la vivienda para criar pavos y conejos; Juan Villegas Ibarra tenía su casa en el 4; José Villegas Murcia, en el 2; Brígida Sierra Domínguez y su hijo José Moreno Sierra, en el 10; Juan Ronda Santana, en el 8, Vicente Robles Calvo en el 12 o Juan Armando Freniche Torres, en 11. El funcionario de Correos Juan Gómez Padilla (1882-1959) residió con su esposa, Efigenia Martínez Cerdán, y sus cuatro hijos.
El emprendedor Teodoro Fernández se instaló en la calle para vender, ya en 1931, el aceite para coches “Spidoléine”, que distribuía la “Sociedad Española de Lubricantes”. Apenas existían 1.835 vehículos rodando en la provincia, pero necesitaban mantenimiento y repuestos. Por eso, antes de la Guerra Civil, era habitual que en la plaza contigua estacionaran aquellos ruidosos “folitres” para que Teodoro los engrasara, ofreciendo la zona una imagen de modernidad frente a la parada de los malolientes coches de caballos que dieron mote a la “Plaza de los Burros”.
Allí estuvo, hace 81 años, la “Agencia Oficial de la Rama de la Naranja Dulce” donde los agricultores del Andarax tramitaban sus papeles para vender la producción. Con el régimen anterior, el trasiego de afiliados a las Hermandades del Trabajo era constante, ya que en el 10 se encontraba la oficina provincial, desde donde se organizaban charlas, talleres de costuras para mujeres inválidas, excursiones y actividades lúdicas. Las dependencias, que contaban con capilla, se inauguraron el 9 de mayo de 1962 por el obispo Alfonso Ródenas, en un acto multitudinario. Luego, en La Salle, hubo un festival con actuaciones de Andrés Caparrós, José Orta Pastor y los coros y danzas de Renfe. Entre el público se encontraban actores que rodaban “Lawrence de Arabia”.
Los bocadillos de la 2.000
El sábado 29 de mayo de 1971 fue una fecha clave para que muchos almerienses pisaran por primera vez la calle Antonio Ledesma. A las ocho de la tarde, el empresario Adolfo Valverde Rodríguez inauguró en el bajo del 7 “Cervecería 2000”, bar especializado en bocadillos. Por su afamado local pasaron miles de hambrientos jóvenes buscando alguno de sus bocatas calientes: de lomo, de morcilla de Níjar, de sobrasada, de jamón serrano, de tortilla o de queso curado con aceite de oliva. Había una lista infinita de manjares para rellenar aquel bollico tierno recién salido del horno. Los servían con diligencia y se podían comer allí mismo con una gran cerveza fresquita de barril, para la que no era necesario mostrar el DNI. El negocio fue un éxito y la familia Valverde abrió, además del “Mini Bar”, otro establecimiento en la calle Martínez Campos, imitando la fórmula. El hostelero falleció con 66 años, el 7 de agosto de 1979.
En 1975, los escaparates rectangulares y acristalados de “Electrodomésticos Manrique” de la calle Trajano daban a las calles Manzana y Antonio Ledesma, donde ahora hay un pub. Ahí se paraban boquiabiertas las amas de casa menos pudientes, hartas de fregar los suelos arrodilladas como penitentes domésticos, para contemplar con envidia los nuevos modelos de aparatos para el hogar. Manrique exponía toda clase de artilugios modernos, pero cuando retransmitían fútbol o corridas de toros, aburridos pensionistas se arremolinaban junto a la vidriera para mirar las pantallas de las “Emerson” o las “Zenith Chromacolor”. Una vez, en marzo de 1976, un peatón se encaprichó tanto de una tele en color que, con una barra de hierro, destrozó el cristal blindado, la cogió y salió corriendo con el pesado artefacto hacia la plaza de Santo Domingo.
La academia de inglés “Machado”, en una casa de 1930 demolida hace poco, aportó a la calle el tránsito de niños y niñas que iban y venían con sus carpetillas; querían reforzar el idioma para no suspender o perfeccionarlo para cumplir el sueño de viajar al extranjero. Su director, Manuel Machado Cintrano, fue en los ochenta de los primeros educadores en gestionar intercambios de alumnos con centros privados de EE.UU. y en vincular el teatro a la práctica del inglés. Después, llegaron “La Confianza”, “Platero”, “Animal Love”, “Gold”, “El Cuarto Dorado”, “Colón”, “Tito´s”, “Carmela”, “El Sotanillo”, “Con Garra” …
Lo dicho, una calle con Ángel donde gente decente y cabal tuvo de vecinas a verdaderas diablas del frenesí alquilado.
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