Crónicas desde la ciudad

Una canastera en los altares

  • En enero de 1939 la joven tijoleña Emilia Fernández dio a la luz una niña en Gachas Colorás. Días después la parturienta murió en la cárcel a consecuencia de la desatención médica

Emilia Fernández Rodríguez

Emilia Fernández Rodríguez / Pintura de V. Stáricek

La búsqueda rutinaria en Internet nos confirma que solo un español de etnia gitana mereció ser elevado a los altares: Ceferino Jiménez Malla “El Pele” (1861-1936), tratante de caballerías. Dos hechos se destacan en la causa de beatificación, refrendada por Juan Pablo II en 1997: la defensa de un joven sacerdote y el estar en posesión de un rosario. Condenado a muerte, El Pele fue fusilado en las tapias del cementerio de Barbastro (Huesca) en agosto de 1936. 

Con dos años y medio de diferencia y 818 kms., Emilia Fernández Rodríguez falleció en “olor de santidad”. La joven gitana vino al mundo el 14 de abril de 1914 en la calle Bodeguicas del tijoleño Barrio de las Cuevas, en la salida del camino a Bacares. Cuarta hija del matrimonio entre Juan José y Pilar, fue bautizada el lunes de Pascua en la parroquia de Santa María, aunque no sería inscrita en el Registro Civil, práctica común en las clases más humildes. El padre se dedicaba a la compra-venta de bestias y a la hojalatería; mientras que la familia se buscaba la vida con la cestería de mimbre que vendían en el mercado del sábado o, dada su habitual movilidad, en pueblos del Almazora y de la limítrofe Granada. La niña no asistió a la escuela –o muy esporádicamente- ni a la iglesia, así se deduce el que a edad adulta no supiera leer y escribir o desconociera las oraciones elementales. Tíjola censaba alrededor de 4.000 habitantes y era el referente comercial de un amplio entorno geográfico. 

La falangista Lola del Olmo enseñó a rezar el Rosario a la joven canastera beatificada

Buena moza, alta, delgada, morena, atractiva, se casó con 23 años por el rito gitano con Juan Cortés, quien previo a la guerra civil desertó del obligado servicio militar. Cuando más adelante intentaron incorporarlo al frente -ya casado y esperando un hijo- la pareja recurrió a una treta peligrosa: Emilia le aplicó en los ojos varias gotas de cardenillo, producto usado en agricultura para sulfatar, aunque afortunadamente la lesión revertió rápidamente. Ello motivó la detención de ambos y el ser condenados en junio de 1938 a seis y cinco años en las cárceles de El Ingenio y Gachas Colorás. Al quedar viudo, Juan se casó en segundas nupcias con Isabel, hermana menor de nuestra protagonista. 

Tres hagiografías firmadas de Mario Riboldi, Martín Ibarra y Martín del Rey -amén de distintas fuentes- permiten acercarnos a lo sustancial de su corta biografía. A estos, y como obligado contrapunto documentado y académico, sumo el ensayo “Mujeres en Guerra, 1936-1939”, de la historiadora Sofía Rodríguez, imprescindible para la contextualización de la época y de los actos de sabotaje en la retaguardia perpetrados por quintacolumnistas ultraderechistas encuadrados en Socorro Blanco, contrarios a la legalidad del Gobierno de la República. Buena parte de las compañeras de Emilia pertenecían a dicha organización, liderada por Carmen Góngora.

Gachas colorás

Gachas Colorás, cárcel Gachas Colorás, cárcel

Gachas Colorás, cárcel / Alumnos del Liceo Artístico “Preziessímo Sangue”, de Monza, Italia

Alfredo Gallego, secretario del obispo Alfonso Ródenas, describe la prisión anterior a la edificada en Cta. de Níjar (solar hoy ocupado por el cuartel de la Policía Local) en los pasados años cuarenta: mixta de mujeres y hombres, aunque durante el trienio bélico la ocuparon reclusas, quedando la del Ingenio reservada a varones. Gachas Colorás sucedió a la del partido judicial en calle Real. Se alzaba en las proximidades de Los Molinos y La Goleta, paraje al que le dio nombre una venta célebre por las juergas que allí concluía y donde las gachas con pimentón y pescado eran los platos estrella: “La construcción de este penal tenía unas dimensiones de 60 por 60 metros; de dos pisos y barras de hierro en las ventanas. Sobre la terraza sobresalían cuatro garitas. La planta baja estaba destinada a oficinas, cocina, despensa, celda de castigo y servicios. En el interior había dos patios. El piso superior estaba destinado a dos grupos de presos comunes. No existen fotografías de esta cárcel, pero sí descripciones textuales”. 

Lola del Olmo 

Emilia padeció todo tipo de penalidades en la brigada 2, agravadas por el embarazo con el que ingresó y la nueva situación, extraña a la cultura calé y sus vivencias en libertad. No obstante, tuvo la suerte de ser muy bien acogida por sus compañeras de reclusión, especialmente por Dolores del Olmo Serrano, a la que me referí en un capítulo anterior ocultando la talla de La Inmaculada de Las Puras. Entre las 30-40 mujeres detenidas figuraban varias monjas, incluidas tres concepcionistas franciscanas. Pilar Salmerón Martínez era la subdirectora del centro. Pese a la dureza del dìa a día aún les quedaba tiempo para la práctica religiosa a hurtadillas: oraciones y rezo del Rosario. Emilia lo aprendió de Lola, convertida en su catequista. Enterada la gobernanta, pretendió que la gitana tijoleña la delatara a cambio de suavizar las condiciones del encierro. Optó por el silencio y sufrió mayor rigor, aislada en celda aparte. 

Lola del Olmo Serrano Lola del Olmo Serrano

Lola del Olmo Serrano

Soportando hambre, frío y quebrantos físicos que obligaron a su ingreso provisional en el Hospital Provincial, el embarazo llegó a término y el 13 de enero de 1939 dio a luz a una niña sobre una estera; bebé al que las reclusas “bautizaron” con el nombre de Ángeles. Las hemorragias del parto forzaron a una nueva hospitalización hasta el día 19 en que le dieron de alta (Registro de Consultas Externas, Archivo Diputación Provincial), falleciendo el 25 de dicho mes. La niña –con los apellidos Cortés Fernández o alterados- fue depositada por orden del gobernador en un establecimiento benéfico de Diputación, presumiblemente en la Casa-cuna o en la Casa Azul de Pechina (no existe inscripción explícita) Alguien escribió que “el bebé murió a las dos semanas del alumbramiento”, afirmación que debemos desmentir rotundamente, salvo que la inhumación tuviese lugar en cementerio distinto al municipal de San José, ya que los libros de enterramientos de este no la identifica en ese 1939.

En cambio si figura el de la madre: “26 de enero 1939, asiento nº 129; Emilia Fernández Rodríguez. Padres: no consta. Sepelio en tierra. Falleció de Infección puerperal” (agravada, añado, por una bronconeumonía). Acabada la contienda, Pilar Salmerón, viuda del director del convento-cárcel de Las Adoratrices, quedó absuelta en el sumario incoado. No obstante, y dado su “vínculo familiar con D. Nicolás Salmerón, fue “paseada” entre el Casino y la cárcel, maniatada y sangrando, para hacerle sufrir todo el escarnio y la humillación pública” (Sofía Rodríguez).

La Causa de Beatificación instruida en abril de 1995 por iniciativa de la diócesis almeriense concluyó el 25 de marzo de 2017 en el marco de una ostentosa, multitudinaria y profusamente publicitada ceremonia en el palacio de congresos de Aguadulce, presidida por el cardenal Ángelo Amato. Con Elena, la joven canastera de Tíjola, fueron beatificados 95 sacerdotes y 19 laicos más, entre ellos otra mujer: la abderitana Carmen Godoy Calvache, madre de familia.

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