Otra fachada para la catedral. ¡Pobres relieves castigados en Almería!
Almería
Mirando a Almería. La fachada de la fortaleza almeriense esconde curiosos secretos que no solo desconocen la mayoría de los visitantes, sino también los propios residentes de la provincia
Aún recuerdo el dedo amarillo de nicotina señalándome letra, sílaba y palabra para enseñarme a leer, de don José mi primer maestro, un hombre triste que sin embargo siempre asoma alegre a mi memoria por su bondad. Solo cuando lo desesperabas recurría al castigo que se podía sufrir en soledad, el cuarto de las ratas, o en compañía: de pie o de rodillas, mirando a la pared o a tus compañeros: sin o con los brazos en cruz, con o sin pesados libros en las palmas de las manos… el colmo era el añadir a la última modalidad unos granos de arroz para el sufrimiento rodillero, aunque esta modalidad parecía leyenda y jamás la sufrí ni la vi aplicar. De las otras, de todas caté merced a mis travesuras y a los muchos sustitutos traídos por la enfermedad cansina de mi maestro.
Pues siendo desde niño, como pueden ver, un experto en castigos no logro entender el que el escultor Juan de Orea infligió a un par de bajorrelieves, hijos suyos: los dos laterales de las plintos en los que se apoyan las columnas de la portada principal de la Catedral. Da un poco de pena ver, es un decir, mirando al lateral de los contrafuertes y sufriendo en soledad a estos dos relieves similares a los otros cuatro visibles y, como ellos, efebos un poco afeminados, con pluma y todo, en el disfraz ambiguo de los ángeles. Se les ve aburridos en su prisión y cansados de hacer nada, están uno arrodillado con una flor para mí misteriosa en la mano y el otro incorporándose, con un espejo que tal vez use para ver la plaza reflejada... y mirando ambos a su infinito que no llega al medio metro; se han sorprendido al verme asomar la gaita para invitarles a que salgan y no hechos a la libertad se han resistido pero yo a fuerza de insistencia he convencido a uno de ellos para que más o menos bien recompuesto por la técnica abandone el encierro por un ratico, el justo para ilustrar este texto.
Con él aquí presente quiero hacer algunas consideraciones para tratar de encontrar justificación a la incomprensible pena de prisión perpetua, y me temo que irrevisable, sufrida por este par de relieves. Algo tendrían que saber ellos pero preguntarles resulta ocioso estando, como están, con la desmemoria de sus cinco siglos de vida y el achaque atroz de nuestra mala piedra de cantería. Aunque lo que callan ellos lo insinúa su situación y en ella me apoyo al tratar de poner mi imaginación al servicio de sacar algo en claro.
Extraña ver estos relieves labrados con el mismo grado de terminación de los demás de los plintos, cuando no se iban a ver y cómo crear arte para enterrarlo es privilegio exclusivo de los antiguos egipcios no se entiende por qué no los dejaron simplemente desbastados, lisos, si acaso con las molduras que es lo que se suele hacer en estos casos. No encuentro otra explicación al acabado del perfil que el que este fuera labrado en obediencia a un primer proyecto que preveía el adelanto de la portada para que sobresaliera, es decir: avanzada sobre un muro de fachada, puesto al ras con las caras anteriores de los contrafuertes, absorbiéndolos hasta la altura de los ventanales y almenado como lo está el Cubo, lo que hubiera permitido, además, la ejecución en el interior de unas pequeñas capillas laterales, tal como ocurre en el otro lado del templo, aunque, eso sí, con menos fondo, tipo nicho.
La portada avanzada, como en la iglesia de Santiago, hubiera subrayado su monumentalidad, mostrado su perfil en el muro liso lo que hubiera evitado los entrantes y salientes de los contrafuertes tan indeseables para la defensa, y castillo era la catedral. Ningún monumento de la magnificencia de la portada de nuestra catedral nace con vocación de sardina enlatada: la primera vez que me planté ante ella me dio la impresión de hallarme en el metro en hora punta -venía de Madrid- y la vi preciosa pero señora apretujada, pugnando por salir del vagón y liberarse de aquellos grandullones contrafuertes que la acosaban, a punto de echar un paso adelante para venirse al andén desde el que yo la contemplaba. Y fíjense que cuando hace unos años, en la última remodelación de la plaza se excavó en profundidad, ante ella apareció a bastantes metros por delante, de contrafuerte a contrafuerte, una gran base redondeada, de enormes piedras que a mí se me antojó cimiento para la portada avanzada que he imaginado.
Y si de aquel agobio me di cuenta yo, seguro estoy de que no se les pasó por alto al escultor Orea ni al obispo Villalán, tan sabiondos ellos en el arte, el uno en hacerlo y el otro en pagarlo. Más parece que consintieron el atraso de la portada y la supresión del muro en una remodelación de la obra para su abaratamiento o por cualquier otra razón que es hoy arcano.
He querido creer en una terminación distinta para la fachada de nuestra catedral y como imaginar no es ofender; es más, es casi una obligación para los que nos movemos en el entorno del Arte, yo la cumplo con gusto y si después resulta que aparecen documentos que me quitan la razón, pues que me la quiten. En su derecho están. Lo que no me podrán quitar nunca es lo que me he divertido experimentando de maestro de catedrales, eso sí, con gaseosa, sin hacer daño: tal como quedó sigue y seguirá por los siglos de los siglos y en esta ocasión no queda otra que decir: amén.
Cuando entren o salgan de la Catedral peguen el oído al escondrijo y a lo mejor cogen hablando solo a alguno de los dos ángeles cautivos y pillan algo de lo que ocurrió y luego me cuentan; de cualquier forma no dejen de saludar, ustedes no lo verán pero los contrafuertes, sus únicos admiradores, sí advertirán la sonrisa de satisfacción de unos efebos esculpidos un día para ver y ser vistos y luego fueron encarcelados de por vida… Vamos: como si los hubieran hecho para cualquier tumba egipciaca del Valle de los Reyes. ¡Pobres relieves castigados de Almería!
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