Almería

El ciclón del Martes Santo de 1927 en Almería

  • El 12 de abril, un viento huracanado azotó la provincia arrasando cultivos y viviendas y causando 45 víctimas entre pescadores y marineros

El ciclón del Martes Santo de 1927

El ciclón del Martes Santo de 1927

El Martes Santo de 1927 cayó el 12 de abril. Ese día amaneció con nubes negras que auguraban lluvia en la provincia. Después de varios días de calor primaveral, los chubascos se esperaban con ansiedad para refrescar el ambiente, limpiar la atmósfera y, sobre todo, calmar los sedientos campos de cultivo. En la mar había un temporal de Poniente que azotaba la costa desde el sábado anterior. Era tan fuerte que obligó al yate británico de 190 toneladas “Etbleen”, del pionero piloto aéreo inglés Claude Grahame-White (1879-1959), a resguardarse en el puerto.

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Conforme avanzaba la tarde, el viento iba aumentando sus rachas y su velocidad. La ventisca se convirtió en vendaval y el vendaval en ciclón. Un gigantesco remolino en forma de embudo se formó a pocas millas del litoral y recorrió la geografía provincial de oeste a este. Aquel torbellino mortífero ya giraba rapidísimo antes de tocar tierra por Levante. Desde Mojácar a Adra el ciclón arrasó cuanto se ponía en su camino: cultivos, barcos, viviendas, árboles y el tranquilo Mediterráneo lo convirtió en un mar arbolado con olas impresionantes que se adueñaron de las zonas habitadas próximas a la costa. La columna funesta, acompañada de una fuerte lluvia, se prolongó durante largo tiempo, incluso hasta los albores del Miércoles Santo. El interior de la provincia no se libró de la destrucción: Vera, Enix, Gádor, Darrícal, Olula de Castro, Níjar, Dalías, Huércal Overa, Escúllar

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No existen mediciones oficiales de aquel fenómeno; solo se sabe que el anemómetro de la compañía salinera de Cabo de Gata marcó registros jamás vistos y que el viento era tan abrasador que literalmente calcinaba cosechas, plantas y sembrados. El ciclón causó enormes daños en el centro de la capital. Los tabiques del parque contra incendios se desplomaron, las puertas de los juzgados desaparecieron, la carretera de Málaga a su paso por Pescadería fue invadida por las olas y las grandes piedras de, al menos quince metros, de la escollera de poniente del puerto fueron arrancadas de cuajo por el viento; algunas cayeron a la dársena y otras rodaron por el dique.

Los tres vapores atracados rompieron las amarras y quedaron a la deriva en el fondeadero, resultando herido el marinero alicantino Andrés Guardiola Morales. En la zona de los astilleros, el ciclón despedazó los barcos varados y los que estaban a medio construir. El sector pesquero calculó los daños ocasionados en 300.000 pesetas, por lo que reclamó ayudas de la Administración. En Cabo de Gata, el muelle de madera de Las Salinas quedó descuartizado y dos tejados de sus naves surcaron los aires como gaviotas. El balneario “Diana” sufrió pérdidas extraordinarias al reducir a astillas las casetas de baño y en Adra, los ocho barcos anclados en la bahía se hundieron.

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45 pescadores ahogados

Durante las fechas posteriores a la catástrofe, el mar fue devolviendo a diferentes playas los cadáveres de los marineros que fueron arrastrados por el oleaje. Hasta 45 de diferentes embarcaciones perdieron la vida, según datos de Marina; 36 de ellos de Las Negras. Y los macabros hallazgos salpicaban a diario la costa: Rodalquilar, Cala del Cuervo, Playa de Los Muertos, Palomares… en 48 horas hasta nueve cuerpos, algunos decapitados, con rostros desfigurados, sin piel o desmembrados. Solo en la ensenada de la Cala de San Pedro desaparecieron tres navíos, dos con matrícula de Alicante y tripulados cada uno por trece personas, y la goleta “La Unión” de Mazarrón, en la que iban nueve personas y en la bodega, una carga de plomo. Una pontona a vapor que navegaba desde Cabo de Gata a la capital desapareció con sus seis tripulantes.

La prensa de la época reflejó el milagro vivido en Las Negras por Jerónimo Moreno, un pescador de 18 años. Sus compañeros de tripulación, viendo que el bote se hundía, se aproximaron y saltaron a bordo de la goleta “La Unión”, dejando olvidado al muchacho en la cubierta. Éste al verse desamparado, valerosamente soltó amarras y encendió el motor, arribando sano y salvo a la orilla. Nada más pisar la arena contempló horrorizado cómo las olas se tragaban a la goleta donde se refugiaron sus compañeros y un golpe de mar despedazaba el barquillo con el que alcanzó la playa. Menos Jerónimo, y un tripulante de 60 años, que llegó a Carboneras a nado, todos murieron.

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Los cultivos arrasados

Los cultivos de la provincia, sobre todo las parras, quedaron arrasados. En la vega de Pechina y Viator, los sembrados y los naranjos fueron exterminados por completo. En Dalías, Aguadulce, Enix, Roquetas o Berja se quedaron sin cosechas de uva y almendra y los marjales de caña dulce de Adra se perdieron por completo.

Las autoridades provinciales remitieron a Madrid diferentes cartas y telegramas reclamando auxilio para, sobre todo, los labradores arruinados por el temporal. El alcalde, Francisco Rovira Torres también pidió al ministro de Hacienda que la contribución rústica de los afectados fuese conmutada. Desde el Círculo Mercantil e Industrial, su directiva remitió varios telegramas al presidente del gobierno en los que se insistía de una “realidad angustiosa”, una “ruina desoladora” y de la “depresión de ánimo de los ciudadanos, que habían padecido pormenores espantosos de los que estamos sobrecogidos. Ha sido una hecatombe

Del mismo modo, el alcalde, el gobernador civil y el obispo abrieron una suscripción popular, cada uno con 250 pesetas, con objeto de destinarlas a los ciudadanos más afectados. Una semana después, en la cuenta ya figuraba un saldo de 2.252 pesetas.

Destrozos en la costa Destrozos en la costa

Destrozos en la costa / Ángel Rojas Veiga (Almería)

Las líneas telefónicas y telegráficas del trayecto con Granada quedaron destrozadas. Los palos de la luz eran arrancados como palillos de dientes sobre un merengue y los cables de cobre se enroscaban en el suelo como una madeja de hilo. El tren que venía de Guadix quedó inmovilizado horas y horas porque grandes árboles arrancados de raíz cayeron en la vía, así como hilos metálicos y postes de madera. La estación de ferrocarril de Nacimiento quedó sin techo porque voló igual que una pluma y algunos vagones llenos de mercancías se movieron “como un juguete”. Desde Almería partió un “tren socorro” para auxiliar a los viajeros y trabajadores. Finalmente, el convoy arribó con once horas de retraso. También innumerables carreteras de la provincia quedaron cortadas por los restos vegetales arrastrados por el aire y el agua de las ramblas.

Para socorrer al autobús correo de Huércal Overa, que no llegó a su hora, Alsina Graells fletó otro vehículo que salió en su búsqueda, pero sesenta minutos más tarde regresó a la cochera porque la carretera estaba cortada. El camino era intransitable y a fuerza de despejar a mano los objetos sobre el asfalto, el autobús de pasajeros llegó a la capital. Un avión-correo que cubría la ruta Casablanca-Alicante tuvo que efectuar un aterrizaje de emergencia en un llano de Roquetas, aunque su piloto y tripulante no sufrieron percances. En definitiva, Almería vivió un horror el Martes Santo de hace 95 años. Esta semana, que hemos padecido tanto viento, conviene recordar el pasado.

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