Almería

Cuando los coches se estrellaban en la Curva del Río

  • Hace 35 años, y de forma inexplicable, se produjeron en un mes más de 100 accidentes en ese punto del final de la Avenida de Cabo de Gata

Coche en pleno derrape en la Curva del Río

Coche en pleno derrape en la Curva del Río / D.A.

La actual Avenida de Cabo de Gata de la capital nada tiene que ver a cuando se llamaba Vivar Téllez y sus aceras estaban pobladas de árboles frondosos con refrescante sombra, en lugar de peligrosas palmeras famélicas como hoy. Pero ambas sí poseen un elemento común: antes y ahora, la rectísima calle paralela a la playa termina en una curva: la llamada “del Río”, por la proximidad al cauce del Andarax. 

La Curva del Río, en los años sesenta y setenta, estaba considerada como una auténtica frontera entre lo urbano y lo rural. Ubicada más allá del “El Quinto Pino”, desde allí hacia levante el concepto de Almería se transformaba: era la ciudad lejana, agrícola y diseminada; salpicada por cortijos, poblada de cañas y de sembrados, dibujada por una línea costera escarpada y casi inaccesible y por un horizonte diáfano en el que se vislumbraba a lo lejos las siluetas del Cabo de Gata y de la torre de control del aeropuerto. Hasta el autobús de SALTUA, cuyo letrero de ruta ponía “Playa”, daba la vuelta en plena curva, como si más allá fuese un terreno yermo y despoblado. Y regresaba a su parada de la Compañía de María, en el centro.

Para ir a en coche a Costacabana había que atravesar el cauce del Río Andarax porque no existía el actual puente. Y, claro, cuando llovía mucho y bajaba hacia su desembocadura con aguas turbulentas, arrastrando troncos, ramas, piedras y animales muertos la barriada costera quedaba incomunicada por la carretera de la costa. Los vehículos, entonces, daban la vuelta en la amplia Curva del Río y regresaban por donde habían venido.

Imagen del 5 de enero de 1990. Una furgoneta empotrada en una casa de la Curva del Río. Al fondo, la Térmica, la antigua residencia de ancianos y el chalé desparecido de la entrada de Nueva Almería. Imagen del 5 de enero de 1990. Una furgoneta empotrada en una casa de la Curva del Río. Al fondo, la Térmica, la antigua residencia de ancianos y el chalé desparecido de la entrada de Nueva Almería.

Imagen del 5 de enero de 1990. Una furgoneta empotrada en una casa de la Curva del Río. Al fondo, la Térmica, la antigua residencia de ancianos y el chalé desparecido de la entrada de Nueva Almería. / D.A.

Un punto negro

Pero hace 35 años, en diciembre de 1989, la Curva del Río se convirtió de repente en un lugar peligrosísimo; en un auténtico punto negro para los automovilistas. Sin una explicación aparente ocurrían accidentes; uno con otro. Cinco en un mismo día. Hasta cien en un solo mes. Los vehículos que circulaban en dirección Zapillo comenzaban a derrapar, a hacer trompos sin motivo alguno en plena curva, a patinar como si el pavimento fuese de hielo y terminaban estrellándose contra las paredes de las viviendas, los muros exteriores, las tapias de los porches y las fachadas de las casas. Éstas apenas tenían un murete que las separaba de la calzada porque su esplendor costero era visible desde la arena de la playa. La del número 252 se llamaba chalé “Las Cañas”, en honor de aquel paraje poblado de cañaveras.

Se produjeron casos inimaginables, como el de una furgoneta de reparto nueva, Nissan Vanette, que terminó en el interior de un patio vecinal hincada como si fuera el estoque de un torero. O el 2 de enero de 1990 cuando un Renault 12 familiar destrozó el salón de un hogar. En este caso, las autoridades culparon del siniestro a la conductora por haber atravesado el cauce del río, a pesar de estar prohibido por las lluvias, y el agua dejase al R-12 sin frenos. La señora tenía prisa por llegar a la estación de autobuses antes de que partiera el que iba a Murcia y terminó con su coche de pie, apoyado sobre las dos ruedas traseras y dentro de la habitación de una casa.  

Los siniestros eran constantes y los habitantes se alarmaron al comprobar que todos los días se producían accidentes, pese a que la velocidad estaba limitada a 30 kilómetros por hora. Los vecinos achacaban el caso a que los vehículos tomaban la curva muy deprisa, pero otros aseguraban que los neumáticos se impregnaban de algún producto desconocido al atravesar el cauce del río y reducía la adherencia de las ruedas, en un lugar, además, mal peraltado.

Una furgoneta Renault recién matriculada cayó al patio interior de una vivienda, sin causar heridos graves Una furgoneta Renault recién matriculada cayó al patio interior de una vivienda, sin causar heridos graves

Una furgoneta Renault recién matriculada cayó al patio interior de una vivienda, sin causar heridos graves / D.A.

Lo cierto es que los conductores y usuarios casi nunca sufrieron heridas de gravedad, pero los destrozos en las casas, enseres y mobiliario urbano eran incesantes. “No estamos seguros ni en nuestra cama”, decían los residentes cuando los periodistas les preguntaban por el extraño caso. En una ocasión, un coche que derrapó y el conductor perdió su control estuvo a punto de atropellar a una pareja de policías municipales que levantaba atestado de otro accidente, ocurrido minutos antes.

Ante esta complicada y difícil de explicar situación, los moradores de las casas colindantes con la Curva del Río se movilizaron. Más aún, cuando por la noche ninguna farola iluminaba el pavimento, ya que estaban averiadas o destrozadas por las colisiones. Por eso, cortaron la calle durante dos domingos seguidos y amenazaron con dejar de pagar los impuestos municipales. El concejal delegado responsable de Seguridad Ciudadana, Roque López López (+2007), no entendía los motivos de tantos accidentes, a pesar de ser un experimentado profesional del volante, como conductor de autobús. Lo que sí aseguró es que el Ayuntamiento carecía de medios técnicos para controlar la velocidad del tráfico en ese punto de la ciudad y que “las escaleras altas” estaban rotas, por lo que no se podían sustituir las bombillas fundidas de las farolas.

La cadena de accidentes y salidas de la calzada continuaron durante los primeros meses de 1990. El Ayuntamiento colocó unas minúsculas y provisionales señales de tráfico de limitación de velocidad y de peligro por deslizamiento, pero esta medida no fue efectiva. En un día de ese lluvioso invierno se produjeron hasta siete accidentes de tráfico en la maldita Curva del Río. Más tarde, en 1991, la empresa “Gómez Pomares” procedió a instalar semáforos, por lo que el número de accidentes se redujo considerablemente.

Hoy, 35 años después, la Curva del Río sigue ahí. Pero las casas no. Se expropiaron para permitir la ampliación del Paseo Marítimo y en 2010 ya habían desaparecido, arrasadas por la piqueta. Aun así, todavía una señal triangular adherida a una farola advierte a los conductores de que se aproximan a una curva peligrosa. A un lugar donde innumerables vehículos se convirtieron en chatarra. De forma inexplicable.

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