El cuento de la central lechera
Almería
En 1977, Almería era la única capital española sin central láctea, por lo que proliferaban los vendedores ambulantes
Desde el final de la Guerra Civil, Almería mantuvo innumerables demandas sociales para mejorar la vida de los ciudadanos. Una de ellas fue la prolongada reivindicación de fundar en Almería capital una central lechera para abastecer a la población. Pero hubo que esperar hasta finales de los años cincuenta para que la idea tomara consistencia legal y el ministerio de Agricultura atendiera las peticiones, convocando un proceso de adjudicación.
Pero las mismas personas que exigían una industria láctea para erradicar la venta de leche a granel por las calles y que el producto tuviese un tratamiento higiénico y saludable, rehusaron participar en el proyecto. Almería era y es así. En 1963, el concurso quedó desierto y desde Madrid instaron al Ayuntamiento a gestionar de forma directa el abastecimiento. Como el alcalde rehusó, alegando escasez de recursos, se contactó con vaquerías y cooperativas ganaderas para que fuesen ellas las encargadas de explotar la futura empresa. Tampoco quisieron.
Por lo tanto, al Consejo de Ministros no le quedó más remedio que abrir otro proceso de adjudicación con nuevas bases que se publicaron en el BOE. En Almería, todos querían una industria láctea como las que se estaban inaugurando en 1964 en Burgos, Las Palmas o Sevilla, pero nadie le ponía “el cencerro a la vaca”. Que si el Instituto Nacional de Colonización; que si el sindicato de ganadería; que si el Ayuntamiento; que si los propios productores… Todos escurrían el bulto echando el compromiso al de enfrente y culpando al vecino. Muy almeriense.
24.000 litros de leche al día
Hace 60 años era necesaria la higienización de 24.000 litros de leche al día, cantidad que se consideraba suficiente para abastecer a los habitantes de la capital y su cinturón urbano. Al concurso podían presentarse particulares, empresas y cooperativas ganaderas, teniendo éstas preferencia en la adjudicación en igualdad de condiciones. Como máximo, se podían conceder tres licencias para el tratamiento de 8.000 litros de leche diarios cada una. Estaba previsto que el productor recibiera 5,50 pesetas por litro y que el cliente final pagara 8 pesetas. No pudo ser. Fue la versión almeriense del “Cuento de la Lechera”.
Durante los años sesenta, la presencia de vendedores ambulantes por las calles del centro de la ciudad era notable y el negocio tenía todo un ritual. El granjero, impregnado del aroma cálido y penetrante a leche recién ordeñada, llegaba a los hogares cargado con una cacharra metálica que había extraído de su mulo con alforjas, moto Rieju o bicicleta donde dejaba a la intemperie el resto de mercancía líquida. Tocaba a la puerta de sus clientas, más o menos siempre a la misma hora, y la abuela o la madre de familia salía ya preparada con un cazo o una olla en la mano. El hombre vertía en el recipiente la cantidad acordada: un litro, litro y medio… según las necesidades, porque esa leche ambulante había que consumirla en el día. La operación resultaba tan cotidiana y mecánica que, muchas veces, la transacción se cerraba sin balbucear una palabra.
Entonces empezaba el proceso casero para higienizar la leche. Era imprescindible ponerla en la hornilla de la cocina a fuego fuerte para hervirla, en algunos casos hasta tres veces para eliminar cualquier resquicio de bacterias y microorganismos patógenos. Había que estar espabilaos y apagar la lumbre a tiempo porque, de repente, aquel litro de leche blanquísima subía como la espuma, rebosaba de la olla y empercudía todo impregnando la habitación con un inconfundible olor a quemaíllo. Luego, se tapaba y –si había en la casa- se guardaba en el frigorífico.
La liturgia de la compra láctea de los almerienses que residían en El Zapillo, La Vega, Los Molinos o El Alquián era diferente. Muchos se acercaban a las numerosas vaquerías instaladas en aquellos núcleos para comprarla directamente al ganadero, pero luego también debían hervirla en sus casas. El aumento de población en Almería trajo consigo la creación de nuevas ganaderías, sobre todo en el cinturón de la capital y en Cabo de Gata, donde llegaron a contabilizarse 800 vacas. Allí comenzó, incluso, a experimentarse métodos mecánicos en el ordeño, distribución del forraje o limpieza de estiércol. En 1967, la extracción de leche cruda en Cabo de Gata era de 5.500 litros al día y tres fincas concentraban gran parte de la producción: “Agrícola el Sur”, “Nuevos Regadíos” y “Cortijo Molero”.
En ese año, los productores y vendedores de leche almerienses inscritos en los registros oficiales eran escasísimos. Resultaba más rentable obviar los pagos y tasas al Tesoro que darse de alta y pagar impuestos. Quienes sí figuraban en los epígrafes de Hacienda como comerciantes o suministradores de leche en la provincia eran, entre otros, José Montoya Ruiz, de la calle Azogue; Luis Garrido Lopez; Bendición Toledano Cruz, de la calle Restoy; Emiliano Palenzuela, de Huércal; Federico Escobar Soriano, de Rágol; Emilio Avilés Tendero y Enrique Milán Gómez, de Adra; Lorenzo Gallardo Gallardo, de Berja; Isabel Giménez García, de Antas; Agustín Gonzalez Bravo, de Vera; Miguel Parra Benítez, de Huércal Overa o Amador Teruel Reina, de Tíjola.
Industrias Lácteas Cervera
En abril de 1975, los ambulantes de la capital se pusieron de acuerdo y subieron dos pesetas el litro. Fue porque vislumbraron que la orden del ministerio de Agricultura del 22 de junio de 1972 de ordenar la puesta en marcha de la central lechera y su adjudicación a “Industrias Lácteas Cervera” iba en serio. Más aún, cuando el BOE del 21 de diciembre de 1977 determinó: “queda establecido el régimen de obligatoriedad de higienización de toda la leche destinada al abastecimiento público y la prohibición de su venta a granel en Almería capital”.
El Ayuntamiento emitió un bando público para informar de la prohibición y la central lechera, mediante su gerente Serafín Pinar Sánchez, inició una serie de reuniones y visitas para dar a conocer el proceso técnico. Hasta ese momento, Almería era la única capital española sin central láctea. No obstante, innumerables ganaderos no entregaban su producto y la seguían vendiendo, de forma ilegal, por los barrios. La central, en sus mejores años de producción, recibía 18.000 litros de leche al día de 160 productores de la vega, entre ellos “Hermanos Salinas”, “Hermanos Piedra Fortes” y “Ruiz Asensio”. Y en sus últimos años, apenas 3.000 litros al día. Una ruina.
En 1982 eran todavía muchos los vendedores ambulantes que seguían ganándose la vida con la leche a granel por las calles, de puerta en puerta o en algún rincón callejero recóndito, donde instalaban sus cacharras y las clientas acudían a la hora acordada: Entre otros, Fernando Morales Felices, Ángel García García, Francisco Alonso López, Juan Belmonte Monedero, Antonio López Román, Josefina Rodríguez Carrillo, Isabel Ruiz Moreno, José Ramón Ramón, Antonio Vélez Pereda, Antonio López Segura, Cristóbal Morales Sánchez (en la capital); Rafaela Guirado Montoya, Juan Requena Gutiérrez y Luis Crespo Gómez (los tres en Huércal); Juan Román González, Isidoro Román Rodríguez, Antonio González González, Joaquín González Morales y Ramón González Cruz, (todos de Viator) y Gloria Prieto Rodríguez, Fernando Sevilla Vázquez y José Gutiérrez Gallardo (en Berja). En la capital y sus alrededores se llegaron a contabilizar cien ganaderos que vendían la leche por su cuenta.
Hace 40 años, el gobernador civil, mediante la jefatura de comercio interior, emitía un listado de ganaderos que vendían por las viviendas leche adulterada con agua. Todos eran sancionados con, al menos, 25.000 pesetas. Eso sí, los inspectores tenían que “pillarlos in fragantis” para tomar una muestra de las cántaras, que más tarde era analizada para comprobar su pureza.
Y entre la llegada al mercado de botellas y bolsas de leche de otras marcas, la negativa de los vaqueros a vender y las pérdidas de la central lechera, ésta echó el cierre el 8 de abril de 1987, siendo Juan Martínez Roda su último gerente. Los ambulantes creyeron haber ganado la guerra. Pero no. Fue otro cuento.
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