Almería

Los duendes de la camarilla

  • La representación viva del alma española se encuentra en este retablo

LA representación viva del alma española se encuentra en este retablo de lo femenino que Galdós despliega ante los asombrados ojos del lector. Lucila es su protagonista, símbolo del pueblo y de la libertad; en un escalón superior Eufrasia; en medio, Rosenda, Virginia y Valeria. Por el lado reaccionario: Domiciana, sor Catalina, Sor Patrocinio. Entre ellas un cuchillo: el que Lucila (pueblo) esgrime contra la embaucadora ex-monja Domiciana. El mismo objeto que empleará el cura Merino para atentar contra la reina Isabel II. Este magnicidio histórico flota como una nube desde que el narrador entrelaza las peripecias de Lucila y el sacerdote.

El narrador es omnisciente y Beramendi se diluye y ocupa su lugar como personaje conocido (igual que Don Quijote en la segunda parte) cuyas «Memorias» prometen en el futuro detallar el atentado, ofreciendo un punto de vista complementario al que hemos recibido por boca de testigos.

El héroe es un capitán herido y perseguido, Baltasar Gracián, al que Lucila, enamorada, cuida en secreto. El rapto del joven por Domiciana, atendiendo órdenes superiores, revela un cambio en el dominio de la acción, reforzado por la actitud heroica de Lucila recorriendo desesperada Madrid en su busca. A esta acción de corte folletinesco, se superpone la Historia y sus protagonistas, de quienes estamos informados a través de los comentarios de las actantes femeninas. Estas interactúan en todas las esferas: en palacio, en los conventos e iglesias, en las tertulias, en los altercados públicos, en las fondas, en los talleres y almacenes de los barrios populares y extramuros. Se mueven andando inquietas, inseguras, fugaces, desesperadas; otras veces pasean. Unas dominan, otras padecen; finalmente, cada una aporta una arista del comportamiento femenino: junto al positivismo de Rosenda y Domiciana, el idealismo de Lucila; junto a la camarilla liberal (Eufrasia), la camarilla moderada y, en ocasiones, reaccionaria (Patrocinio). En la cúspide, sin duda, la víctima, la reina Isabel.

A través de Domiciana, arquetipo decimonónico de la Celestina, obtenemos numerosas recetas que aprendió en el convento y que ahora le renta unos buenos reales. A saber: Leche de rosa, polvo de coral, lejía jabonosa, pasta de almendras. Pero también traza una breve biografía de Sor Patrocinio. Mediante este recurso los lectores se informan del curso de la historia: caída de Narváez, gobierno de Bravo Murillo con Bertrán de Lis, llamado por el pueblo «El honrado concejo de la Mesta». Entre los problemas que comenta la prensa se encuentran la Deuda pública (trampas del gobierno) y la próxima inauguración del ferrocarril de Madrid al Real Sitio de Aranjuez (el viaje tardaba dos horas y el billete costaba catorce reales en segunda).

Sin embargo los personajes se enzarzan en disputas entreverando su realidad cotidiana con la histórica, pues la solución a sus problemas depende de otros. Estos otros se vinculan con el estamento eclesiástico y el civil; en el primer caso a través de las camarillas reales en torno a palacio; y en los clubes políticos (partidos) en torno al gobierno.

Un personaje masculino de interés es Mariano Centurión, cesante liberal, mediante el cual obtenemos la crítica política al nuevo gobierno, que ocupa su tiempo por las tardes haciéndose ver en las iglesias para alcanzar algún favor de los «bravomurillistas», ahora que se ha firmado el Concordato con la Santa Sede. Por la noche escribe versos a la moda, composiciones religiosas, aunque él ha preferido publicar un «Canto épico al centurión Cornelio» en el periódico «La patria», porque ataca a Narváez y a Sartorius.

Finalmente la figura del cura Martín Merino, que coloca en bolsa su dinero con interés y concede préstamos, contrasta con el dadivoso hacendado Vicente Halconero. El 2 de febrero de 1852 el primero oficia la ceremonia nupcial de Vicente con Lucila, el duendecillo popular que había sido en palacio «cartero, espía, soplona», requerida por toda la camarilla de menestrales palaciegos, formada por: «Jefes de oficio, ujieres de cámara y saleta, llaveros, porteros de banda, tronquista, portero de vidrieras, delantero de persona, carrerista, sangrador de cámara» y ahora esposa del rico labrador de la Villa del Prado. Tras el comistraje deciden ver pasar la Historia de España, se dirigen a la calle Mayor y la Historia no pasa, lo que sacude a la muchedumbre es el rumor de que la reina ha sufrido un atentado homicida. La certera descripción de cómo se difunde la noticia y reacciona la multitud se expresa en el texto así: «¿qué ocurría?...¿qué pasa?... ¿qué ha pasado?... ¿Verdad que pasa algo?... dicen... ¿qué?, no puede ser,» hasta la confirmación unánime: «ha sido un cura, un cura, ... con un cuchillo...»

La novela queda abierta para que la narración del atentado y los pormenores del castigo al infame cura se lean en las «Memorias» del «simpático Fajardo-Beramendi. Galdós nos emplaza al siguiente episodio «La revolución de julio» que comienza con la fecha de un diario (el de Beramendi) con la siguiente data: «Madrid, 3 de febrero de 1852», es decir, el día siguiente del final del episodio Los duendes de la camarilla.

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