El enigma de calle de La Bomba
Almería
La calle María Guerrero se llamó “de la Bomba” antes de que en 1873 cayera allí un proyectil del ataque de barcos de Cartagena a la ciudad
El barrio de Las Huertas de Almería se extiende desde la iglesia de San Sebastián hasta la Rambla. Cuando la ciudad estaba amurallada aquello era un vergel; contaba con frondosos árboles frutales, sembrados de patatas, cebada y hortalizas, pozos de agua y cultivos de temporada. Al abrirse más allá de la actual Puerta de Purchena, aquel terreno de labradores se convirtió en urbano. Y uno de los pequeños y nuevos viales nacidos del lápiz caprichoso del Ayuntamiento fue el hoy llamado María Guerrero. Hoy; porque los autóctonos y las abuelas del barrio de Las Huertas aún hablan de “la calle de La Bomba”. Fue en febrero de 1928 cuando al alcalde, Francisco Rovira Torres, se le ocurrió cambiarle el nombre por el de la actriz, tras una petición de la sociedad “El Desengaño”. Diez meses después el político dimitió, acuciado por diferentes críticas.
Sin duda, el mote se debe a la vinculación de la vía con algún artefacto explosivo, pero existe disparidad de criterios sobre la motivación exacta. Todo un enigma. El padre José Ángel Tapia, en su libro “Almería Piedra a Piedra” editado en 1970, recoge el apelativo con distanciamiento e incredulidad: “Dicen –expone- que la calle de María Guerrero se llamaba antes de La Bomba porque una cayó aquí cuando el bombardeo de las fragatas "Numancia" y “Victoria" de los cantonales de Cartagena…” Más tarde, en otros trabajos, Tapia reniega de esa afirmación ignorando el motivo del apelativo y afirmando que el nombre ya existía antes del 3 de agosto de 1873, día del cañoneo.
Debe ser cierta la segunda aseveración porque el Boletín Oficial de la Provincia de 7 de septiembre de 1867 –antes del ataque militar- incluye un edicto del juez Tomás Rodríguez Sopeña decretando el embargo de la vivienda número 7 de la calle “de la Bomba”, valorada en 2.055 escudos. La casa era propiedad de Juan Baeza González y sirvió para hacer frente a una deuda contraída con Teresa Messa. Otro magistrado local, Juan Vázquez Gallardo, también firmó una providencia de impagos en agosto de 1869 mencionando así a la calle; por lo tanto, el apelativo nada tiene que ver con el bombardeo de 1873.
Pero, claro, la confusión social puede venir por el hallazgo casual de una bala de esa contienda en la cimentación de una casa a finales del siglo XIX. Así lo ratificaron los arqueólogos Manuel Maqueda Rodríguez y Miguel Ángel Gómez Quintana, en un informe de 2006 sobre necrópolis. Parece entonces claro: allí cayó un artefacto militar, pero la calle ya se llamaba “de la Bomba” mucho antes. El porqué del nombre es una auténtica incógnita.
A finales del XIX sus escasas viviendas estaban ocupadas; casi atestadas de gente. Una era, desde 1865, del industrial Antonio González Andújar quien residía en una magnifica mansión, con nueve balcones, que hacía esquina con la calle de Granada. González Andújar ya hablaba de la “calle de La Bomba número 4” en la gestión administrativa de sus acciones, en 1875. Al lado, estaba la casa del sindicalista de la madera Francisco Ropero y, muy cerca, el inmueble que ocupó la redacción y la administración del periódico independiente “El Insecticida”. Su primer número salió de la “Imprenta La Provincia” el 11 de agosto de 1894 y estaba dirigido por Ignacio Esquinas Becerra. Cerró el 31 de enero de 1895 tras editar 42 números.
Suicidio de una enamorada
La calle fue, en mayo de 1897, escenario de una trágica historia de amor con un desdichado final. Una bella chica de 17 años llamada Natalia López, que estaba completamente enamorada de su pretendiente, terminó con su vida ahorcándose en casa de sus padres porque éstos impedían a toda costa la relación sentimental de la pareja. Dolor y amor han caminado de la mano demasiadas veces. También en noviembre de 1901 murió por disparos, en una extraña trifulca a la salida de la ciudad, el vecino de 36 años José Fernández Gallardo, a quien apodaban “El Rondeño”, a pesar de haber nacido en Vícar.
En 1909, la vía ya contaba con iluminación pública por farolas de gas y la calzada con limpieza manual. En ese siglo XX, antes de la Guerra Civil, los escasos inmuebles de la minúscula calle tuvieron decenas de utilidades: colegio electoral, en 1905; venta de tubos para parrales en el local de Eduardo Fargas; circuito de carrera de sacos en la feria de 1907; la panadería de Francisco Santos; corral de cabras en el número 14; sede del Sindicato Católico de la Aguja o la tienda de comestibles y coloniales de Salustiano Beltrán Galindo.
Los residentes poco a poco iban vendiendo sus propiedades o dejándolas en herencia. Tuvieron su domicilio o negocio el fabricante de jabones Manuel Márquez Fernández; el exportador de naranjas Vicente Blanes Ibáñez; el distribuidor Modesto Ruiz Roca y su esposa Ángeles Sánchez Aguirre; el cirujano Baltasar Moré y Puig –que se inscribió en el Colegio de Médicos en 1903-; la ama de cría Julia Liria Egea; el industrial minero Gabriel Casas Hernández, Francisco Barón Naudén o Joaquina Castillo Felices, en el número 24.
Aun llamándose ya de María Guerrero, en el itinerario oficial de la procesión de la Virgen del Carmen de julio de 1939 figuró como “Calle de la Bomba”, mientras que en junio de 1941 el alcalde Vicente Navarro Gay determinó que en la esquina con la de Murcia (entonces Obispo Diego Ventaja) se estableciera una parada del autobús urbano de la línea con Los Molinos que, en esos tiempos, atravesaba el Barrio Alto antes de entrar en la Carretera de Níjar.
En ese tiempo nació en la calle de La Bomba el doctor Luis Castillo Mesa, fundador de la clínica Virgen del Mar y médico en activo desde 1971; también estaban el agente comercial Juan Morante Lozano y su mujer Dolores Cañizares Abad; la tienda de papeles pintados Uroz, la imprenta “La Unión” de Gabriel Cruz Garcés o el bar de Juan Ortuño Torezano, (a) “Juanico el Americano”, que servía una ensaladilla sobre patata a la inglesa que, dicen, estaba riquísima. Hasta la Compañía Sevillana montó una potente instalación eléctrica a cuyo transformador denominó “Bomba”.
El beneficiado de la Catedral, Juan Martínez Martínez, pasó sus últimos años en la finca del número 11, antes de fallecer el 8 de junio de 1965 con 81 años. Era vecino de Josefa de la Casa García -que había emparentado con un descendiente de los Gallurt y tuvo cuatro hijas- y del matrimonio formado por Rafael Tovar Pérez de Perceval y Encarnación Blesa Fernández. También vivían allí Juan Ayala Expósito y su mujer Carmen Cruz González, que tuvieron seis hijos y uno de ellos llegó a concejal en el Ayuntamiento de Almería. En 1987, la Hermandad Juvenil del Santo Cristo del Perdón abrió en el número 7 su primera casa de hermandad y en 1993 sobresalió el desfile del Cristo del Amor por la estrechez de la calzada.
En definitiva, un lugar donde aún se respira la Almería de antes y donde cabe preguntarse porqué fue antes la calle de La Bomba que la propia bomba. Ahí radica el enigma.
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