La escalera de los perros. Sube y baja en el Hospital de Almería

Almería

Perros expectantes. El magnífico escultor Juan de Orea talló los perros en el viejo Hospital Provincial de Almería que, a día de hoy “protegen” el lugar transformado en museo

La escalera de los perros. Sube y baja en el Hospital de Almería
La escalera de los perros. Sube y baja en el Hospital de Almería / D.A.
José Luis Ruz Márquez

Almería, 16 de enero 2022 - 07:00

Hospital Provincial de Almería, junio de 2007. Para construir, dicen, uno de alta resolución se están demoliendo las dependencias que la necesidad ha ido añadiendo al edificio. Ahora toca a una en cuyo interior había visto, hacía más de treinta años, unas piedras labradas, todas mudas menos dos que a cara de perro decían ser los remates balaustres de una escalinata, las mismas labras que luego en 1996 dibujé para mi libro “Heráldica Eclesiástica Almeriense”, sin perdón por la autocita, que solo sirve la modestia para achicarnos.

Escultura de uno de los perros
Escultura de uno de los perros / D.A.

Ver o leer perro en la historia de Almería te lleva de inmediato a acordarte, dicho sea con el debido respeto, de don Diego Fernández de Villalán, por la gracia de Dios y de la Santa Sede obispo de Almería, al que yo llamo el "emperrado" por el interés con el que pone los canes de su escudo en las muchas obras realizadas entre 1523 y 1556, este más que cuarto, primer titular efectivo, y cómo, de la diócesis restablecida con la Reconquista, fundador de su Catedral.

Administrador del Real Hospital de Santa María Magdalena en nombre del rey, apura ya su larga vida y ha bajado a inspeccionar la obra de la nueva sede; se acompaña de sus achaques, el secretario, un paje y, como no, de tres de sus jóvenes perros alanos de su heráldica que, sueltos, se tornan corredores revoltosos por las salas, los pasillos, el patio… hasta que al tratar de subir al husmeo de la planta alta por la escalinata casi acabada, dos de ellos son tocados por el cincelito mágico del escultor Juan de Orea y quedan atrapados en ella, convertidos en piedra, alfa y omega de su balaustrada, mientras el tercero corre asustado a ponerse a los pies del obispo. Nada hace don Diego por recuperarlos y los deja así, petrificados… y cuidado que el prelado estaba especializado en colocar perros en las obras, aunque, eso sí, siempre sometidos al corsé de su escudo heráldico, andantes y formales, pero aquí en el hospital, tal vez por aportar algo de alegría a un sitio que sabe destinado al dolor, ha dejado el prelado sus canes en la postura de sus juegos.

Si el perro es el mejor amigo del hombre, lo contrario está aún por ver después de llevar, que ya es mérito canino, quince mil años de convivencia; con él pasea, sestea, caza y, sobre todo, juega: agachado, acodadas las patas delanteras en paralelo y hacia el frente, la grupa alzada, rabo moviente, la mirada de reojo ansiosa y expectante... espera de ti la pelota que te traerá al instante, pues especialista es el perro en devolver lo que le prestan multiplicado por mil cuando de cariño se trata.

Estos dos canes son los primeros que Villalán liberó de su escudo; y tal vez los únicos

Y de este modo quedaron los dos canes en la escalera monumental, a la espera, no de pelotas sino de enfermos, que es al fin y al cabo la razón de ser de un hospital, pero sin que jamás se haya dado el caso de ningún paciente de los "echados" ya sanados a la calle, que fuera retornado al catre del dolor por los perros, tan duchos ellos en captar cuando la cosa va en serio.

Estos dos canes son los primeros que Villalán liberó de su escudo; y tal vez los únicos pues el otro, el huido de la escalera, aunque suelto, está atado por la fidelidad al prelado en su sepulcro alabastrino, también blasonado con sus escudos caninos, los mismos que están en otros sitios de la Catedral y en las iglesias de Santiago, de Vera, de Purchena… o escondido en la farmacia del Hospital, pues por respeto a Carlos I y luego a Felipe II a los que pertenecía el establecimiento fundado por los Reyes Católicos, no puso escudo en la portada ni en la escalinata y ganas no le faltarían, pero se contuvo… eso sí a su manera pues su eminencia, que además de reverendísima e ilustrísima era también listísima, lo hizo con la argucia de dejar los perros de su blasón como adornos alegres e inocentes en la escalera: no está su escudo pero sí sus perros y, con ellos, él. Un pecadillo de vanidad impropio de franciscano que yo, opositor a juez de penitencias celestiales, ya estimo purgado por los muchos desvelos, y hasta puñetazos del gigantón marqués de los Vélez, que por Almería padeció el obispo.

Ahora al viejo hospital lo están pariendo reencarnado en museo de Pintura

Y allí en aquella escala magna estuvieron los perros cuatro siglos viendo subir y bajar la enfermedad y la salud -coléricos y tullidos, sanvitos y legañosos, médicos y enfermeros, monjas y comadronas... desgastando sus peldaños- hasta que en 1950 con las obras de la enésima remodelación, en uno de esos cambiazos que con tanta naturalidad acepta Almería, fue desmontada y encerrada en el mentado almacén en que seguía en 2007. Con el mismo oído fino con que oyó el rugido enterrado de la pantera del mosaico romano de El Ejido que descubrió, mi amigo Andrés Ramírez oyó unos ladridos; por él fuí y pegué la oreja y supe que eran de auxilio, de perros de piedra que olían ya la escombrera en la que habrían acabado de no mediar las denuncias que hice en la prensa y en cultura de la Junta y Diputación.

Ahora al viejo hospital lo están pariendo reencarnado en museo de Pintura. A la sala del parto ha acudido de visita el pintor Antonio López del que fui en Madrid alumno orgulloso. Aunque la sola presencia de su obra justifica la criatura, por la ecografía sé que va a alumbrarse con alguna carencia de bulto como la ausencia de Perceval; hablar de pintura en Almería y no tenerlo en cuenta es cómo querer tratar de la Dolores sin nombrar a Calatayud, chusca comparación a juego con el ninguneo que la ciudad, con las instituciones y los envidiosos, viene practicando con el mejor de sus pintores.

Si contento en 2007 de haber contribuido al salvamento de la escalinata, es alborozo lo que siento ahora al saber que desde abril tiene la Diputación aprobada su recuperación. Me va a parecer mentira verla restaurada y reintegrada en el Hospital, dispuesta a acompañarlo con la fidelidad de sus perros en su etapa nueva de museo de pintura; si estuvo con él cuatro siglos cuando sanaba cuerpos, ahora le toca ver durante otros cuatrocientos años como cura almas por la vía del Arte.

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