Cuenta y razón

El escudo de Villalán. Las armas de un obispo emperrado

El escudo de Villalán. Las armas de un obispo emperrado

El escudo de Villalán. Las armas de un obispo emperrado

Con el escudo de la portada de la iglesia de Santiago ilustrador de este texto les ahorro el fárrago de la descripción heráldica del blasón de Villalán;  solo añado color por aquello de alegrar un poco la monocromía de la piedra: es verde el capelo de veinte borlas que le presta sombra, los perros alanos blancos sobre rojo y, sobre azul, los veros  blancos y las lises amarillas. 

Hay que ver lo en serio que se tomó don Diego Fernández de Villalán, el cuarto obispo de Almería y fundador de su Catedral, la etimología del nombre del pueblo vallisoletano de sus orígenes, Villalán de Campos, cuyo nombre no se sabe si procede de "villa de Egilán", el nombre de un hombre, o de "villa de alán", villa de alano tribu o de alano perro, que vaya usted a saber. 

Desde su llegada en 1523 vivió entregado a los perros alanos

Duda resuelta por el prelado al decantarse por lo canino y al menos desde su llegada en 1523 vivió entregado a los perros alanos, su protector y el mayor de sus admiradores. Le deben tanto los canes de esta raza que lo han logrado incluir -y lo sé de buena tinta- en el santoral canino como San Diego de los Alanos. Amante de los perros fue en la vida y hasta en la muerte, en la que se hace acompañar desde 1556 en su sepulcro de la Catedral de uno a sus pies, el mismo que un día lo salvó avisándole del derrumbe de una sala: un alano, como no podría ser de otra manera, pues rodeado siempre de canes de esta raza lo extraño hubiera sido que le salvara la vida un caniche. 

Como se ve, no era sol sino perros lo que a Villalán le gustaba, sirviéndose del cincelito mágico del escultor Juan de Orea, transformar en piedra allá donde se los iba encontrando: en las puertas, cubo, naves, salas y documentos de la Catedral, en la escalinata del Hospital, en las iglesias de Santiago, Purchena, Vera… en cualquier sitio, eso sí, casi siempre en alto pues siendo el alano español uno de los pocos canes capaces de trepar a los árboles, nunca quiso el prelado frustrar la tendencia de este perro a subirse por las paredes. 

Tal vez sorprendiera a algunos de aquellos trepadores en el muro exterior de su capilla del Cristo de la Escucha, pero le debió parecer excesivo petrificarlos cuando ya lo había hecho en el escudo del contiguo cubo y desistió, que si por él hubiera sido habría fijado allí, no un sol, sino dos radiantes  alanos... y menos mal, pues ahora estaríamos en la discusión peregrina de si aquellos eran los perros de Villalán o los leoncicos de Portocarrero. 

No parece ser don Diego sino el cabildo el que puso el sol animado y radiante

Así que no parece ser don Diego sino el cabildo el que puso el sol animado y radiante para saludar desde la fachada levantina de la Catedral los amaneceres de Almería... que no todo tiene, como el propio templo se encarga de demostrar, connotación religiosa: sol, leones, flores, frutas y hojarasca de piedra no poseen otro significado que el ornamental... y no digo esto con la intención de molestar a don Emilio Esteban Hanza por quien siempre sentí, aunque él no lo creyera, admiración por la mucha fe que ponía en las cosas. 

Rollizos, brillantes, lustrosos y bien alimentados, van siempre los canes por parejas, atados con fuertes collares unidos a cadenas o correas, unas veces sueltas o arrastradas y en ocasiones salientes de la parte alta y atrasadas, de tal manera que si al seguirlas metiéramos la cabeza en el escudo, al mirar hacia arriba las veríamos asidas por la mano orgullosa y anillada del obispo. 

No sé qué vería Villalán en estos canes de adiestre difícil, fuertes e independientes… pero si hasta el caballo acaba pareciéndose al dueño, por qué no se iba a identificar su señoría ilustrísima con los perros; y además, si para todos es válido lo dicho sobre el gusto -que no hay nada escrito- también lo habrá de ser para los obispos y con más razón para los que de este modo se emperran. 

Igual se enfrenta al arzobispo de Granada que al gran marqués de los Vélez

Pero si es todo un misterio la inclinación de Villalán por los alanos, no lo es menos el que envuelve su nacimiento, ocurrido, dicen, en Valladolid en 1466 o el silencio de los franciscanos de su orden sobre sus años de juventud; misterios acrecentados por él en las muchas actuaciones hechas en defensa de los intereses de la diócesis almeriense, dejando siempre claro, aunque sin explicar el porqué, que agarraderas tenía, pues igual se enfrenta al arzobispo de Granada que al gran marqués de los Vélez al que sacó de sus casillas para meterlo en la excomunión y exaperándolo hasta el punto de no desear el Fajardo ir al cielo para no coincidir allí con el obispo… y hasta dicen que lo representó en su capilla de Murcia por un apóstol de piedra, dizque demoniaco, que se parece a Villalán lo que un huevo a una castaña. 

A todos llevó el pulso y siempre desde una seguridad que invita a pensar en un halo protector llegado por la vía, más o menos intrincada, de la sangre, algo que don Diego se cuida de ocultar con el silencio. Pero lo que él calla, parece decirlo su escudo; carezco de demostración documental concreta para afirmar nada pero la heráldica, que si no es prueba, sí suele ser indicio, está ahí diciendo por partida doble ser Villalán por los canes, Fernández, por las lises, y por los veros, Velasco: los Fernández de Velasco, condes de Haro y condestables de Castilla desde que en 1473 el rey Enrique IV elevara esta dignidad a hereditaria... Un linaje todopoderoso cuyo lema tan antiquísimo como irreverente, venía a decir que "Los Velasco eran Velasco / antes que Dios fuera Dios / y fueran los montes peñascos", con un orgullo tan ciego que ni siquiera era capaz de ver la cercana Inquisición. 

Es este, el de Velasco, un escudo que el prelado usa pero como por obligación, como si le guardara algo, y cuando puede hasta lo oculta, tal como hace en la puerta de los Perdones de la Catedral en la que se da por bien representado con los dos perros del primer cuartel de su escudo. Y de su corazón. Se le ve allí más a gusto yendo de Villalán. ¿Y por qué?  Ya me gustaría saberlo.  Desde aquí animo a la búsqueda de la respuesta y que nos cuenten luego el porqué del escudo, de las armas de un obispo emperrado.

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