Almería

El escultor Juan Cristóbal. Granadino de vocación

  • De sueños y escultores. Es un sueño el que le trae al autor los recuerdos de niñez, cuando los artistas defendían su patria y los escultores, como Juan Cristóbal, elegían Granada para vivir

El escultor Juan Cristóbal. Granadino de vocación

El escultor Juan Cristóbal. Granadino de vocación / D.A. (Almería)

Es verdad que los sueños se desvanecen rápido, pero se ve que algunos, los nacidos como excepción de regla, son inolvidables; como si me acabara de despertar de él recuerdo uno de mi ya lejana infancia: trato de trepar por la fachada de una casa cuando aparece un enano que sin dejar de reír, unas veces se arrastra y otras salta, impidiendo a manotadas el que me agarre a la reja… desesperado, cojo un tubo de hierro y trato, impío, de aplastar al burlón sin éxito alguno pues siempre llegan lentos y a destiempo los golpes que le dedico. Impotente, despierto y estoy cogido a la barra fría metálica del cabecero. Como para mover la cama...

Por eso se salvó el enano. De ahí el origen del sueño que solo es creación onírica en la pelea pues el resto no es sino un reflejo fiel de la realidad: tendría yo once añillos y desde mi colegio de los Capuchinos de Madrid cada vez que tenía ocasión corría a una casa de la calle Londres, esquina S.O. con Campanar y, reja arriba, me encaramaba a un ventanal tras cuyos vidrios se me abría un mundo mágico con personas, animales y cosas misteriosas que no lograba identificar. Un mundo inmóvil lleno de vida para mis ojos niños y en el que raramente hallaba presencia humana y cuando esta se presentaba era el toque de retirada, de la vuelta al suelo para evitar ser descubierto.

Pero lo que más me llamaba la atención de aquel mundo congelado eran dos caballos sobresalientes por enormes e iguales como iguales eran sus jinetes por allí apeados, de pie con las piernas abiertas y dispuestos a la montura lo que les daba un aspecto un tanto ridículo que a mi me recordaba al de las primeras figuritas de plástico de los juegos de indios y vaqueros siempre atentos a mi orden de cabalgada.

En el pedestal del caballo más cercano había una inscripción grabada que yo copié en mi memoria: "Don Rafael Leónidas Trujillo Molina Benefactor de la Patria", frase de la que, aparte de Don Rafael, ninguna palabra entendía; pocos años después supe que Leónidas era uno de los modos que la América hispana tiene de rebajar los nombres recios, de pila a telenovela; supe del empeño de Trujillo por beneficiarse, dictando, de la patria Dominicana y supe también que Juan Cristóbal Gozález era el escultor, el dios creador de aquel mundo maravilloso.

Conocimientos ampliados cuando me convertí en yerno, admirador y amigo de Jesús de Perceval quien me aportó más datos sobre el escultor al que él había conocido siendo niño por medio de Zuloaga y ya de joven a través de su profesor de modelado Nicolás Prados. Cuando le conté mis escaladas infantiles, me refirió que Juan Cristóbal solía reunir allí a artistas y escritores, originándose unas tertulias muy interesantes que en invierno eran además heroicas cuando el estudio se tornaba congelador, con un frío que pelaba y congregaba a todos alrededor de una gran estufa de hierro.A tiro abierto, el voraz calentador demandaba con frecuencia carbón que era encargado por Juan Cristóbal a un hombre mayor que por allí andaba semi camuflado y sin integrarse ni intervenir jamás en la reunión y lo hacía con una orden imperativa que era acatada con evidente disgusto por aquel sufridor; compadecido Perceval, en un aparte entabló con él conversación y en ella trató de disculpar al escultor, achacando aquel tono a cosa de artista… hasta que el hombre le dijo: "ya, ya… pero es que soy su padre".

Desde aquel momento la admiración del pintor por Juan Cristóbal dejó de ser total para ceñirse al artista y, la verdad, con independencia de cualquier justificación, para tener a un padre así acogido mejor ningún amparo; podría haber hecho lo que hizo con su madre Ohanes: tenerla lejos del corazón, no frecuentarla y hasta a la hora de nombrarla llamarla Granada. Un dolor, sí, pero de ojos que no ven.

Juan Cristóbal Juan Cristóbal

Juan Cristóbal / D.A. (Almería)

No acierto a comprender el porqué de este reniego de patria chica de Juan Cristóbal; es como si al haber perdido a su madre biológica hubiera perdido también a la gentilicia. Como si la pronta inseguridad que le deparó su pueblo se hubiera tornado acogida en Granada a donde llegó de niño y se inició de artista, transformando su gratitud en devoción algo que, aún comprensible, no debería suponer la negación de su tierra pues por necesidad lo es el emigrante y no la niega.

Y no lo hizo en tres como San Pedro sino en un millar de veces y quizás por eso el almeriense le nombre en mil ocasiones paisano en desagravio de las tantas que él lo ocultó. A pesar de esta negación continua no deja Ohanes ni Almería, de presumir de hijo. La verdad es que no hay nada como una madre a la hora de perdonar. Y algo de madre tenemos todos a través de la capacidad de idealización con la que, sin otra herramienta que la mente, dulcificamos las esquinas agresivas de las cosas al tiempo que desdibujamos sufrimientos y experiencias negativas, todo un autoengaño surgido de la necesidad de crearnos el mundo bueno que nos merecemos.

“No acierto a comprender el porqué de este reniego de patria chica de Juan Cristóbal”

Por eso el almeriense tiene idealizado a Nicolás Salmerón quien salido joven de Alhama reaparece ahora, bronce y muerto de un siglo, para hablar con El Cañillo de la Puerta de Purchena y ahí está ufano de haber hecho al fin algo por Almería. Como idealiza a Juan Cristóbal y al maestro Padilla cuyas relaciones con la tierra fueron laborales: el himno de la Patrona y el busto de Navarro Rodrigo, música y escultura a cambio de dinero.

La del carbón como la de la abjuración de patria son, por supuesto, dos malas notas para el artista pero no dejan de ser dos pequeñas miserias en su ejercicio de hombre y a las que urge idealizar: reparemos no en su lado oscuro sino en el de la luz de su mucha obra de arte, una legión a cuyo frente va -con un toque de Moisés a caballo que ha cambiado las tablas de la ley por la espada- El Cid de Burgos que ese sí que era un benefactor de patria y no el patizambo Trujillo que vi de niño en el estudio de Juan Cristóbal, el escultor almeriense que no sé por qué decidió un día hacerse granadino de vocación.

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