El esplendor de la calle Regocijos
PEQUEÑAS HISTORIAS ALMERIENSES
Durante el primer tercio del siglo XX proliferaron comercios, se asentaron numerosos vecinos y se levantó un campo de fútbol. Recibió esa denominación en el año 1862
Escasos almerienses conocen que la calle Regocijos debe su nombre a, precisamente, eso: al regocijo del pueblo. Esta calzada estrecha, larguísima e histórica recibió esa denominación en 1862 porque al extenderse la ciudad más allá de las murallas, y cuando era un descampado, allí tuvieron lugar las fiestas populares y los festejos vecinales. Incluso se habilitó un modesto campo de fútbol que, en ocasiones, era ring de boxeo. Esa zona, hasta la confluencia con El Quemadero, estaba identificada por el Ayuntamiento como “Barrio Nuevo”, “Rambla de los Regocijos” o “Campo de Regocijos”. Tuvo una trascendencia fundamental en el desarrollo urbano y vecinal de la Almería de finales del XIX y principios del XX por su enclave estratégico, junto a la Puerta de Purchena, y dando acceso a la zona norte de la ciudad.
Durante la primera década del siglo pasado, la calle de Regocijos impulsó su crecimiento. Comenzaron a asentarse residentes y florecer multitud de tiendas, comercios y artesanos. Fue objeto de un plan municipal de alineación de viviendas ratificado el 31 de mayo de 1909, que contó con una dura oposición vecinal. Era una de las vías más largas de la ciudad, con inmuebles cuya numeración fiscal llegaba hasta el 170 y fue objeto de una pavimentación con adoquines en 1911.
Ese año, Luis Sánchez Moncada y su esposa Carmen Ortega Granados (1876-1957) tenían una alfarería y cacharrería que perduró varias décadas; Manuel Martínez una calderería; Rogelio González de Torres una tienda de comestibles en el número 40 y Enrique Salas García otra en el 31. Juan Sánchez se dedicaba a encuadernar libros, Rosario Cabezas, modista y Cristóbal Amate Alías y su esposa Trinidad Mayorga regentaban desde 1903 la bollería “La Marina”, que luego trasladaron a la calle Real. Miguel Zea Verdegay vendía pan, ultramarinos y despacho de patatas tras remodelar su tienda, arrasada por las riadas de 1891.
Aparece un tesoro
Enrique Aznar, maestro de obras, poseía en la zona norte una calera llamada “La Fuentecica” donde sacaba piedra caliza para sus trabajos. El 6 de junio de 1910, unos chiquillos que jugaban cerca cavaron un hoyo para entretenerse y encontraron hasta 30 monedas de oro con las figuras del busto de Carlos V e Isabel II, organizándose un gran revuelo en toda la ciudad. Un avispado industrial que pasó por allí compró de inmediato algunas de esas monedas, entregando por cada una dos pesetas, aunque las crónicas de la época certifican que tuvo que intervenir la Guardia Civil en el reparto del tesoro.
Hace un siglo, Baltasar García Ruiz despachaba en el número 12 de la calle “los mejores comestibles” de Almería según sus anuncios en la prensa. Además, muy cerca existía una antigua “fábrica de la luz” y otra de cal, propiedad de José Castillo Abad. En 1925, estaban las carpinterías de Juan Bautista Velasco, Antonio Lázaro Tortosa, en el número 49, y de Juan Bedmar Lenguasco. Uno de los 28 estancos de la capital se encontraba en el número 25 y lo regentaba María Clavero Fernández.
La afluencia de ciudadanos en los años veinte era tal que una de las seis líneas de los autobuses urbanos conectaba por 30 céntimos la Plaza de Pavía con la parte alta de la calle, el “Campo de Regocijos”. Lugar donde Blas Gil González, Francisco García Bretones (1897-1974), Teresa Ruiz Lidón (+1939) y Felipe Castillo Almansa tenían sus abacerías con amplio surtido en legumbres secas, bacalao, aceites y vinagres. También se podía comprar muebles, que los vendía José Martínez Salmerón, en el número 101.
En el número 29 vivía el empresario -minero, almacenista de corcho y exportador de uva- José Ibarra Pérez (1891-1947), vecino del ilustre almeriense, catedrático, periodista y concejal Manuel Pérez García (1867-1927), que residía en el 23 y de los conocidos propietarios Antonio Orts Rivas (1864-1935) y Miguel García Garnica. Éste fue uno de los primeros residentes en pedir al Consistorio el enganche de su casa a la red municipal de agua potable. Allí mismo estaba el despacho de pan de Alberto Bascuñana Jiménez y las casas de los practicantes Aurelio Díaz Sánchez, que falleció con 28 años, y Juan Céspedes Ramos. En la calle había hasta matronas, como Carmen López Sánchez (1861-1925) y Encarnación Rodríguez López, que más de una vez tuvieron que salir corriendo a las viviendas de las parturientas. El sastre del barrio era José López Calvo que confeccionaba trajes a medida en el número 38 y vistió a varias generaciones de vecinos.
Y cómo no, en 1925, las tabernas eran el lugar frecuentado por los hombres en sus ratos de ocio. Había 86 inscritas en el registro municipal, amén de muchas clandestinas. En el número 2 de Regocijos –bautizada temporalmente como de “Joaquín Ramón García”- estaba la de María Manzano Castilla (+1927). Al fallecer, regentó el negocio hostelero su hermano José. Ese año fue el de la construcción por parte del arquitecto Guillermo Langle del maravilloso edificio de Carmen Algarra, que aún se conserva, haciendo esquina con la Puerta de Purchena y que dotó de mayor señorío a la calle.
El homicidio
El agente comercial Juan Ruiz Mañas residía allí en 1931, muy cerca del letrado Juan Pérez Almansa, del practicante Manuel Sánchez y del dentista Alfonso Triviño, que pasaba consulta en los altos del edificio de la farmacia de Durbán Quesada y era experto en implantar puentes y coronas de oro; la elaboración del pan era cosa de Ricardo Montoya. El comerciante Juan Carreño Hernández (1863-1933) también vivía allí, en el número 5, junto a su esposa Amalia Fenoy Plaza, que falleció en 1931 a los 64 años de edad. Dos de sus hijos –Rafael y Antonio- trabajaban en ese momenteo en los talleres del “Diario de Almería”.
La calle Regocijos, como cualquier vía populosa de otra ciudad, también tiene inscrito su nombre en la crónica negra urbana. Amén del devastador incendio de la taberna de Juan Hidalgo, en octubre de 1906, que ocasionó la muerte por aplastamiento del joven vendedor de cacahuetes Juan Rodríguez. Fue el 27 de junio de 1930. Juan Algarra Salas, de 25 años e hijo de un conocido herrero, su cuñado Francisco Montoya González y varios amigos bebían alegremente en la referida bodega “Casa Manzano” mientras cantaban canciones cuyas letras las componen el consumo excesivo de vino tinto, aguardiente y coñac.
De repente, un grupo de muchachos, también hartos de mollete, la emprendió contra ellos verbal y físicamente, por lo que salieron a la puerta, recibiendo el cuñado de Algarra un golpe duro y seco. Éste, ni corto ni perezoso, sacó de entre sus ropajes un revólver y le pegó cuatro tiros a un tal Juan Bonilla, desplomándose al suelo como un muñeco de trapo. Dos balas le alcanzaron de lleno. La víctima mortal era barbero en la Rambla Alfareros y dejó, en la calle Merino, viuda y cuatro hijos. Juan Algarra Salas, recién casado y escribiente de profesión, fue condenado a diez años de cárcel por la Audiencia Provincial, el 1 de julio de 1931.
La vía tenía tanto tráfico de peatones que en la esquina con la Puerta de Purchena solían instalarse puestos ambulantes de cacahuetes y garbanzos “torraos”. En ese momento, como hemos referido, era famosa la taberna “Casa Manzano”, en el número 31, donde despachaban vinos de Albuñol con tapa. Más arriba, en el “Campo de Regocijos” esquina con el “Barrio de Jaruga” (hoy calle Restoy), estaba la bodega “El Observatorio”, igualmente muy visitada. También abrió la “Bollería Andaluza”, especializada en pan de aceite, “Isabelas de coco”, roscos de azúcar, rumbas de chocolate y bollos de leche o almendra. Comerlas sí que era un buen motivo para el regocijo.
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