Estudiar más regala cuatro años de vida Córdoba y Sevilla y casi tres en Almería
Por qué un graduado universitario en Málaga, Sevilla o Almería puede esperar vivir hasta cinco años más que un vecino con formación académica básica
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No es una metáfora ni una interpretación subjetiva: hoy en día, el tiempo que pasamos en las aulas determina de forma directa cuánto tiempo pasaremos en este mundo. Estudiar hace que vivamos más. La formación académica se ha revelado como el determinante de salud más implacable en nuestra sociedad, actuando como un factor de protección que va mucho más allá de las posibilidades económicas. Los datos del Instituto Nacional de Estadística (INE) dibujan una realidad donde el conocimiento se traduce en años extra de vida, permitiendo a quienes alcanzan la educación superior en provincias como Almería, Granada o Málaga esquivar riesgos y adoptar hábitos que los alejan de una mortalidad prematura.
En el conjunto de Andalucía, la diferencia es tan acusada que llega a ser de casi un lustro entre los extremos de la pirámide educativa. Los indicadores de esperanza de vida total revelan que un título universitario es, en la práctica, un pasaporte hacia la longevidad en territorios como Córdoba, Sevilla o Cádiz. Esta brecha no entiende solo de medicina, sino de condiciones laborales, prevención y una mayor capacidad para gestionar la propia salud antes de que aparezcan los primeros síntomas de enfermedad, marcando una distancia estadística insalvable entre ciudadanos de una misma provincia.
La brecha de cinco años en Córdoba
Córdoba se sitúa en el centro de esta estadística como el caso más extremo de la comunidad. Allí, la brecha educativa es una fractura social evidente: una persona con estudios primarios o inferiores tiene una esperanza de vida total de 80 años, mientras que un vecino con estudios superiores alcanza los 84,97 años. Son exactamente 4,97 años de diferencia; casi cinco navidades más de las que disfruta quien no pudo o no quiso seguir formado después de la etapa básica.
El escenario se repite, con ligeros matices, en el resto de las provincias orientales y occidentales. Granada es el lugar donde los universitarios de Andalucía tocan el techo de la longevidad, alcanzando una esperanza de vida total de 85,61 años. Sin embargo, quienes solo cuentan con estudios básicos en la provincia granadina se quedan en los 81,57 años, lo que supone una distancia de 4,04 años marcados exclusivamente por el expediente académico previo.
Sevilla y Cádiz presentan un comportamiento casi idéntico en su desigualdad interna. En la capital andaluza, los titulados superiores llegan a los 85,10 años de vida, frente a los 81,11 de quienes poseen formación primaria. Por su parte, Cádiz ostenta un dato preocupante: tiene la esperanza de vida más baja de toda la región para las personas con estudios básicos, situándose en apenas 80,39 años. En contraste, sus universitarios logran escalar hasta los 84,37 años, con una brecha de casi cuatro años exactos.
Málaga sigue la estela de Granada en cuanto a máximos de supervivencia. Los malagueños con estudios superiores disfrutan de una longevidad de 85,60 años, una de las más altas de todo el país. No obstante, la brecha respecto a quienes tienen estudios básicos (82,45 años) sigue siendo de 3,15 años. Es una tónica que se mantiene en Jaén y Huelva, donde las diferencias oscilan entre los 2,87 y los 2,68 años, respectivamente, confirmando que el fenómeno es estructural en todo el sur peninsular.
El caso de Almería: menor distancia, más longevidad
Almería destaca en este informe por ser la provincia donde la brecha es menos profunda, aunque sigue existiendo de forma clara. Una persona con estudios primarios o inferiores vive de media 81,81 años, mientras que un universitario almeriense alcanza los 84,22 años. La diferencia exacta es de 2,41 años, la menor de toda Andalucía. Esto sugiere una sociedad algo más cohesionada en sus hábitos de vida y acceso a recursos, aunque la ventaja del pupitre sigue siendo un factor incuestionable para ganar años al reloj.
La literatura demográfica y sanitaria explica que esta ventaja de los universitarios no es producto del azar. Los grupos con mayor formación académica suelen acceder a empleos con menor desgaste físico y menor exposición a riesgos laborales o sustancias tóxicas. Un trabajador con estudios primarios, a menudo vinculado a sectores manuales o industriales, llega a la edad de jubilación con un sistema cardiovascular y musculoesquelético mucho más castigado que un profesional cualificado que ha desempeñado su labor en entornos de oficina o gestión.
Además, el nivel educativo influye en lo que se conoce como alfabetización sanitaria. Las personas con estudios superiores cuentan con herramientas cognitivas para asimilar mejor las campañas de prevención, mantienen una relación más fluida y proactiva con el sistema de salud y, por lo general, presentan una menor prevalencia de hábitos nocivos como el tabaquismo o el sedentarismo. La capacidad de discernir información médica fiable y el seguimiento riguroso de los tratamientos médicos permiten a los universitarios detectar y tratar dolencias antes de que se vuelvan irreversibles.
El entorno y la evolución histórica
A esto se suma que la formación suele ir aparejada a una mayor resiliencia ante el estrés crónico. El sentido de control sobre la propia vida y el futuro, habitual en perfiles con alta cualificación, actúa como un amortiguador biológico que reduce los niveles de cortisol, una hormona que debilita el sistema inmunitario. Asimismo, el entorno residencial de los licenciados suele contar con mejores infraestructuras, más zonas verdes y menores niveles de contaminación, factores ambientales que, acumulados durante décadas, prolongan la existencia de forma significativa.
Este progreso es especialmente notable si se mira hacia atrás en la provincia de Almería. En 1975, la esperanza de vida total era de apenas 72,68 años. En cinco décadas, el territorio ha ganado casi diez años de existencia media. Sin embargo, el hecho de que esa ganancia no sea equitativa y dependa del nivel formativo pone de manifiesto que la salud pública todavía tiene una asignatura pendiente con los colectivos que, por diversas razones, no pudieron acceder a la educación superior.
La estructura demográfica de Almería también influye en cómo se perciben estos cambios. La provincia cuenta con una edad media de 41,38 años, lo que la mantiene todavía entre las zonas con perfiles poblacionales más jóvenes de España. Esa juventud relativa convive con una población que, gracias a los avances médicos y la conciencia educativa, aspira a vivir más que nunca, siempre y cuando el nivel de formación acompañe en el proceso de envejecimiento.
En última instancia, los datos del INE de 2024 confirman que la longevidad en Andalucía es un espejo de su sistema educativo. Mientras que los universitarios granadinos y malagueños rozan ya los 86 años de vida, los ciudadanos con menos formación en Cádiz o Córdoba apenas alcanzan la frontera de los 80. Una diferencia de tiempo que subraya que la educación es, hoy por hoy, la inversión más rentable no solo para el mercado laboral, sino para el propio corazón.
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