Cuando fumar era “cool”
Cultura
La industria de Hollywood, la publicidad y la literatura universal convirtieron el tabaco en parte consustancial de la cultura del siglo XX
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Hubo un tiempo en que la industria de Hollywood, la publicidad y la literatura convirtieron el fumar en general y en particular al tabaco en parte consustancial de la cultura universal del siglo XX, todo esto mucho antes que se comercializaran los parches de nicotina y demás sustancias para dejar la costumbre. Ibas al ambulatorio –así se llamaba el Centro de Atención Primaria-, ibas a una consulta particular y el médico te recibía con el fonendo colgado al cuello y el paquete de tabaco sobre la mesa, junto al cenicero con varias colillas, y como si tal cosa: “Tosa”, “respire”, “más hondo”.
Fumar era tan normal como vivir. Los cigarrillos, vendidos incluso sueltos de uno en uno, en los quioscos, constituían un rito de paso hacia la edad adulta, una manera descarada de plantarse en el mundo, hasta que la información sobre sus efectos perniciosos y, a partir de los años 90, la legislación antitabaco, fueron estrechando el cerco en torno a los fumadores. Cinco años atrás, de cuyo nombre no quiero acordarme, emboscado en las partículas volanderas de saliva, expulsó de las terrazas a los últimos mohicanos del humo.
Los cigarrillos son parte consustancial del siglo pasado desde que comenzó su producción mecanizada a finales de la anterior centuria con la máquinaenrolladota Bonsack (120.000 cilindrines al día). Un hábito barato y muy democrático, una práctica enraizada hasta el tuétano en la historia y la cultura occidentales, sobre todo en el cine, que aún aguarda sobre la faz de la tierra de alguien que supere el estilo de Humphrey Bogart con el pitillo, con permiso de Robert Mitchum, en la boca.
Imborrable la escena final de “El sueño eterno” (1946), en que Boggie ofrece fuego a Lauren Bacall y ambos comienzan a fumar tras una especie de pantalla de gasa. Solo se ven las siluetas, hasta que sus manos posan los cigarrillos sobre un cenicero, mientras desciende la retaíla de créditos. ¿Y qué decir de Rita Hayworth? (seudónimo de Margarita Carmen Cansino). Para la posteridad, la secuencia en que “Gilda” (1946) le pide fuego a Glenn Ford y este mantiene intencionadamente el encendedor a la altura de su cadera para obligarla a inclinarse. Un mensaje fálico a más no poder.
En el sugerente ensayo “Cigarettes are sublime” (1995-Lo cigarrillos son sublimes) Richard Klein se centra en la belleza oscura, los placeres negativos y los beneficios asociados al consumo de tabaco, y de los cigarrillos en particular, en este recorrido ambivalente por el cigarrillo en la guerra, el cine, la literatura y la poesía y las reflexiones de Sastre. Escrito como terapia para dejar de fumar, proclama a los cuatro vientos que los cigarrillos, aunque nocivos para la salud, son “un magnifico y hermoso instrumento civilizador y una de las más gloriosas aportaciones de América al mundo”.
Desde luego, en las películas del Oeste, su mito fundacional, fuma todo quisque: Alan Ladd, John Wayne, Gary Cooper… Y Clint Eastwood en los spaghetti western. La vida de frontera, con sus emboscadas de apaches o asaltadores de diligencias, resulta demasiado intensa como para andarse con remilgos antihumo.
El tabaco también pervive incardinado en los clásicos del cine negro, tanto o más que la gabardina. En otro ensayo, Guillermo Cabrera Infante sentenció en que el gran secundario Edgard G. Robinson fue “el mejor fumador de puros de la historia del cine” (con la venia de Orson Welles).
El habano, por cierto, es también Churchill, Groucho Marx y más que le pese a Cabrera Infante, entre las mujeres, Bette Davis fue “la mejor expulsadota de humo”. ¡¡Ah, aquellas divas!! Fumaban en largas boquillas o dejaban su impronta de carmín en el filtro, entornando los ojos, mirada de fuego bajo los párpados y corazón de hielo en el pecho. Mujeres de armas tomar, una imagen que aquí se encargó de acuñar Saritísima Montiel en “El último cuplé” (1957): “Tendida en la chaise longue, fumaaaar y amaaaaar”.
Aunque Hollywood y la industria publicitaria se adueñaron y explotaron el concepto de mujer fatal, en realidad el invento se importó desde la Alemania de los años 30, cuando Stembeg colocó frente a la cámara a Marlene Dietrich en “El ángel azul”, el popular cabaret donde trabaja una hermosa cantante llamada Lola Lola (Marlene Dietrich), erótica, atractiva y maligna Lola Lola.
En el campo de la literatura el acto de fumar parece indisoluble con el acto de escribir. Henry Millar, Ernest Hemingway, Juan Carlos Onetti, Albert Camus o Jean-Paul Sastre, si bien los irritantes amigos de lo políticamente correcto le borraron el cigarrillo que el filósofo siempre sostuvo entre sus dedos para el cartel y el catálogo de la exposición con la que la Biblioteca Nacional Francesa conmemoró su centenario.
A pesar del cáncer, de las multimillonarias demandas contra las tabacaleras, el cine siguió enganchado al tabaco, y recordará más reciente, amigo lector, a John Travolta y Uma Thurman constituyeron una espléndida pareja fumadora en “Pulp fiction” (1994), tanto como Sean Young intentando demostrar a Harrison Ford que no era una androide en “Blade runner” (1982).
¿Qué tendrá el vicio de fumar? Para los usuarios de esta fea y maloliente costumbre fumar acerca a la sublime, a la belleza oscura que se mece sobre el precipicio. Es un desafío maniatado. Como dice el chileno Alejandro Zambra, parafraseando al editor Rocco Asesina, “el humo no mata, acompaña hacia la muerte”.
El “vapeo”, una moda peligrosa
Ni son inocuos ni ayudan a dejar de fumar. Son la puerta de entrada de muchos jóvenes al hábito de fumar. Estos aromatizantes y gustosos sabores son considerados por los expertos como un gancho para captar a adolescentes y jóvenes, que en los últimos años se han convertido en grandes clientes asiduos del vapeo.
Cool (en inglés, traducido como frescura o genialidad, al español) es una estética de actitud, comportamiento, apariencia y estilo que generalmente se admira. Debido a las connotaciones variadas y cambiantes de lo cool, así como a su naturaleza subjetiva, la palabra no tiene un significado único.
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