Cuando grabábamos música de la radio
Almería
Era la alternativa casera de los muchachos de los años setenta para ahorrarse la compra de discos en las tiendas
Juventud y música siempre ha sido un binomio inseparable. Los muchachos de hoy tienen acceso a plataformas, aplicaciones y sitios de internet donde oír y descargar los temas que quieran. Incuso las “app” fabrican, ellas solas, listas de reproducción con las canciones más escuchadas y aconsejan, con la información que obtienen por el uso, si tal o cual artista debe ser del gusto de los adolescentes. Todo muy fácil. Lo difícil era hace cuarenta y cincuenta años. Entonces, para deleitarte con la música en la casa no existían más que dos opciones: adquirir los discos o “casetes” o grabarla en una cinta virgen.
Quienes accedían a comprar un radiocasete disfrutaban de un mundo de posibilidades para grabar, conservar y reproducir la música deseada. Dentro de aquellos armatostes pesadísimos podías introducir cintas de audio vírgenes y, pulsando el “play record”, “copiar” lo que emitían en directo en la radio. El material magnético para el registro y posterior reproducción de sonidos había que comprarlo en las casas especializadas y destacaban por su calidad las marcas y modelos “Philips Ferro”, “Maxell 90 SQ” o “TDK”.
Elaborar tu fonoteca artesanal con cintas requería de silencio, habilidad, paciencia y suerte. Había que tener pericia para pulsar los botones, justo cuando el tema comenzaba a sonar para no perder los primeros acordes. Era una labor de perseverancia y de fortuna porque no siempre las emisoras locales emitían la música deseada y, en ocasiones, era imprescindible esperar días o semanas para completar una cinta de una hora con los temas preferidos. Y siempre callados, para no grabar una tos o un estornudo inoportuno.
Cuando en 1982 se popularizó la Frecuencia Modulada grabar era más sencillo porque, prácticamente, todo el tiempo emitía temas de actualidad. Era la FM de Radio Popular, Radio Almería y Radiocadena. Con la onda media también podías, pero el sonido era “mono”, de peor calidad, y te arriesgabas a que, al final de la copla, saliera la voz rotunda del entrañable Álvaro Cruz “Pototo” (1935-2012) anunciando aquello de “Compre o no compre visite Muebles Romera”. El enfado era descomunal. Había que rebobinar y colocar la cinta otra vez en el punto exacto para una nueva grabación, machacando la anterior.
Las grabaciones de los amigos
Los jóvenes melómanos de los años setenta y ochenta más privilegiados eran quienes tenían conocidos o parientes que iban a “El Corte Inglés” o viajaban fuera de España y volvían cargados de LPs con las novedades de los grupos internacionales: “Génesis”, “Queen”, “U2”, “Led Zeppelin”, “UB40”, “Eurythmics”, “The Police”, “Supertramp”, “Falcons”, “Bee Gees”, “Level 42”, “Dire Straits”, “Chicago”, “The Alan Parsons Project” … Tú oías y grababas los álbumes mucho antes de que llegaran los discos originales a las tiendas de Almería. Luego fotocopiabas la carátula y la colocabas con mimo en la caja transparente. Una labor casera, pero suficiente para calmar los deseos musicales. Durante años viajó en nuestro Renault 5 de segunda mano la cinta roja de la marca Philips con el “The Wall” de “Pink Floyd” que grabó, en el pedazo de equipo musical que tenía, mi querido amigo Bernardo Hernández Buendía (1962-2019).
Las tiendas de discos
La versión “legal” para poseer música era, como decíamos, comprarla. Nuestros abuelos apenas tenían dos lugares en la capital para abastecerse: la tienda de “Viuda de J. Sánchez de la Higuera” y “Radyelec”. La de la viuda, que ya lo era en 1944, se encontraba en el número 26 de Paseo y desde mediados del siglo XX anunciaba su stock de artistas y álbumes. Fue pionera en la venta de discos y tocadiscos, al igual que Ismael Morillas Hernández, en “Radyelec” de la calle Navarro Rodrigo 14. En 1955 el comercio ya estaba abierto, pero fue en 1961 cuando Ismael “reventó” el mercado con la venta de discos y “radiogramolas”. Éstas eran las primeras versiones de los posteriores equipos con platina, radio y altavoces. Existían tres modelos valorados en 5.250, 7.200 y 13.965 pesetas; un dineral ya que en 1963 el salario mínimo interprofesional era de 1.800 pesetas al mes. Durante los setenta, la compra de música convirtió a “Radyelec Altamira” y “Confort”, en el Paseo número 52, en imprescindibles.
En esos años, “Galería del disco” inició su despegue comercial. Fue, exactamente, en 1972. Para esas Navidades, la tienda de Arráez número 1 estaba rebosante de material. “Miles de discos nuevos” decían sus anuncios, reclamando una clientela que por 20 pesetas se llevaba un “single”. También ofertó un 2x1 para las novedades, que se ampliaban cada semana. Allí existían “musicassettes” (las tradicionales cintas), cartuchos para los dispositivos de los coches y, claro, los “LPs” y “singles”. Lo que hoy los “vintage” llaman “vinilos”. En 1974, su propietario definía a aquel espacio pequeño y sugerente como “El paraíso de la música”.
A partir de ese año, “Galería del disco” introdujo un nuevo concepto de producto: la grabación en sus instalaciones de cintas con los temas elegidos por los clientes que éstos entregaban al dueño en una lista manuscrita. Tenías la ventaja, no solo de la comodidad, sino de obtener un sonido estéreo garantizado y que la cinta fuese de 30, 60 ó 90 minutos. Por 175 pesetas –lo mismo que costaba un LP- tenías una hora con los mejores temas y si lo tuyo era ya obsesivo podían grabarte diez cintas de los autores que quisieras por 150 pesetas la unidad. Meses después bajó los precios.
“Galería del disco” entró en la crónica negra de la ciudad por un atraco frustrado con violencia ocurrido el 26 de noviembre de 1980. Dos chorizos a cara descubierta –Antonio Oviedo Ramos y José Antonio León Ramírez- quisieron llevarse la caja del día amenazando a la empleada con una navaja y una pistola simulada; en un gesto de valentía, el propietario, Joaquín Laynez López (1936-1986), salió en defensa de la mujer, pero fue apuñalado por tres veces en el pecho. Los dos elementos fueron detenidos y el empresario evacuado a la Bola Azul en un coche patrulla.
Otro templo de la música se llama “Río Preto Radio”, que aún sigue abierto. Andrés Felices Giménez (1917-1982) lo fundó en 1962 pero desde 1967 potenció la venta de discos; podías elegir uno pequeño de Manolo Escobar por 25 pesetas o un LP de Nino Bravo por 100. Allí encontrabas la cinta del artista de flamenco o de copla más desconocido porque Felices se especializó en esos estilos. Cuando proliferaron los grandes comercios también incluyeron su sección sonora. En “La Sirena”, Loli Quero, la dependienta, dejaba a los clientes oír los temas con auriculares y en “La Llave” su DJ pinchaba cada dos por tres a Peter Frampton. Luego llegaron las tiendas especializadas: “Disco de Oro”, de José Liria Gallardo; “Discos Modi”; “Disco Libro”; “Discos Rocky”; “Tipo”, de Ramón Almansa; “Graffiti”, en la calle Zaragoza desde el 21 de marzo de 1978; “La Caverna”, que Marta Pérez la fundó en 1995; “B.P.M.” en Aguadulce, “Crac” en El Ejido; “Discos Rocketas” …
Quienes en su día se gastaron la paga del abuelo, sus primeros sueldos o el dinerillo que pillaban por ahí en música, hoy siguen disfrutando de unas auténticas joyas. Que se lo digan, si no, a mi amigo Fermín Morales que de vez en cuando nos saca envidia en el estado de “wasap”, con el maravilloso sonido de alguno de sus cientos de LPs de temas míticos. ¡Grábanos una cintica, hombre!
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