El graffiti: la búsqueda de la libertad en medio de la 'jungla de asfalto'

Mientras para algunos solo es vandalismo , para otros representa un arte callejero con gran poder comunicativo. Hoy, dos 'graffiteros' hablan de esta cultura surgida en Nueva York hace ya más de 40 años

Graffiteros en acción.
Graffiteros en acción.
Marco Rueda

12 de septiembre 2016 - 01:00

El graffiti es un fenómeno urbano tan especial que solo la gente que lo ha vivido 'a flor de piel' puede entender lo que significa. El graffiti tiene que ver con la calle, la noche y la adrenalina pero, sobre todo, con la libertad de "hacer lo que quieras sin pedirle permiso a nadie".

Así lo expresan Andrés y Mario, dos jóvenes veinteañeros que llevan pintando desde hace más de diez años y que conservan la misma pasión por el 'oficio' desde el día que empezaron, o incluso más.

De hecho, reconocen que cuando empezaron, cuando eran unos chavales que apenas sobrepasaban los diez años, no tenían ni idea en lo que consistía. "Mi primer recuerdo es una revista que me enseñó un amigo en la que aparecían algunas piezas (graffitis bien elaborados). Recuerdo que me llamaron la atención los colores y la forma de dibujar las letras y me dije a mí mismo que quería aprender a hacer eso", recuerda Andrés.

"En mi caso", explica Mario, "fue que un 'colega' del barrio empezó a dibujar graffiti en papel y eso llamó mi atención. Al principio ponía mi nombre intentando copiar el estilo 'graffitero' y poco más."

Fue pasados unos años cuando conocieron a otras personas que 'asaltaban' de igual forma las paredes de la ciudad, formando unos códigos de lealtad que todavía hoy perviven entre aquellos que se dedican a esto.

Poco a poco, en Almería se fue formando una pequeña escena de jóvenes de todas las edades que formaban crews, 'clanes' en español, y competían entre ellos por ver quien se hacía notar más y mejor en las fachadas urbanas de la capital.

Esta competencia, sin embargo, está en gran parte desaparecida. El estilo de vida del graffitero, también llamado escritor, trae problemas consigo, sobre todo, el riesgo de actuar siempre en la orilla contraria de la ley.

Si no se actúa en ese lado, "no es graffiti", comenta Mario. Como resultado, cada vez es menos gente la que queda en la ciudad haciendo graffiti "de verdad".

La cultura graffitera está marcada profundamente por el entorno en el que se desarrolla. Desde sus inicios en las calles neoyorquinas en los años 70, está impregnada de un contexto que tiene que ver con la marginación y la exclusión social.

Por esto, el graffiti es un fenómeno más contracultural que otra cosa, ya que nació desafiando los valores y las normas de la cultura dominante.

"Si pintas por encargo, es decir, si cuando tienes que hacer alguna pintada estás acatando órdenes de alguien, lo siento pero no estás pintando graffiti. Tú no puedes hacer un encargo para el ayuntamiento y luego venderte a la gente como graffitero", explican ambos, sabiendo perfectamente a las personas a las que se refieren.

Y es que el graffiti también es algo fuertemente individualista. La persona que lo practica tiene que crear una identidad paralela que desarrolla a través de su 'firma', una especie de nombre artístico que el escritor utiliza para su 'obra' callejera.

"La primera ley para un graffitero es tener un estilo propio, no copiar de otros, que es una cosa que se ha perdido en los últimos tiempos", lamenta Andrés. "Aunque lo que hagas le guste a todo el mundo, si no tienes tu estilo para mí no eres graffiti", explica, transmitiendo la idea de que, si la originalidad reafirma la identidad del escritor, el plagio la destruye.

Y es que el ego del artista es el que dota de sentido todo el relato. "La fama anónima es 'flipante'. El hecho de que por tu nombre de pila alguien no te conozca y se asombre al saber que tu firma es tal o es cual es algo increíble", reconoce Andrés. Desde esta perspectiva, el graffiti es egoísta por necesidad: un reflejo contundente y distorsionado de la sociedad en la que vivimos. No se puede entender la esencia de este fenómeno sin vislumbrar la protesta implícita que lleva cada una de estas 'pintadas' consigo.

Detrás de sí, los entrevistados dejan una lista de 'conquistas' que hablan por sí solas: autobuses, camiones, carreteras, cierres de comercios, edificios y mobiliario urbano son algunos de los lienzos sobre los que Andrés y Mario han trazado líneas, colores, brillos, sombras y firmas. Pero también les han valido denuncias, persecuciones y alguna que otra multa por ¿ensuciar? la vía pública. Mario y Andrés muestran varias multas y aseguran que tienen amigos que no han salido bien parados de sus 'aventuras'. "La cosa se ha endurecido mucho. Pintar en el sitio equivocado puede costarte miles de euros".

Aún con todo, todavía les queda cuerda para rato. "Nosotros hacemos esto porque nos gusta. La gente no entiende que el afán del graffitero no es entrometerse en la vida y el espacio de la gente, si no tener la libertad de pintar sin pedirle permiso a nadie", acuerdan los dos. En principio la frase suena contradictoria pero, en realidad, ¿desde cuándo fue más importante una pared que la necesidad de una persona por expresarse artísticamente?. Mientras queden ganas, Andrés y Mario seguirán haciendo de las suyas .

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