Almería pierde a su último farero: 33 años en Mesa Roldán y un museo de 3.000 piezas buscando futuro
El farero Mario Sanz se jubila tras más de 30 años en Mesa Roldán y lucha para que su museo con más de 3.000 piezas siga abierto
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Mario Sanz se jubila tras más de tres décadas como farero en Mesa Roldán, en el Parque Natural de Cabo de Gata-Níjar. Con su marcha se extingue en Almería un oficio casi desaparecido en España y queda en el aire el destino de su museo, un singular gabinete de curiosidades con 3.000 piezas dedicadas al mundo de los faros.
“Desde que llegué en 1992 supe que sería el último en entrar aquí y empecé a guardarlo todo”, explica a EFE entre vitrinas de quinqués, ópticas de Fresnel y maquetas de faros, como la Torre de Hércules. Aquellas colecciones iniciales tomaron forma de museo en 2008 y se han multiplicado con aportaciones de familiares de fareros, anticuarios, artesanos y visitantes que incluso dejan piezas en la puerta cuando él no está.
La muestra incluye documentos históricos, fotografías, equipos de iluminación de distintas épocas —desde el aceite hasta la electricidad— y curiosidades que van de sellos y cómics a calcetines estampados con faros. “La gente no se imagina cuántos sueñan con ver un faro por dentro. Yo pensaba que eran veinte, pero han venido miles”, cuenta sorprendido.
El museo recibe miles de visitas al año pese a que el acceso requiere cita previa a través de la Autoridad Portuaria. En sus paredes cuelgan las fotos de los fareros de Almería y Granada desde 1863 y de las 26 mujeres que entraron en el cuerpo a partir de 1969, así como la imagen de Mercedes Martínez Marín, la única persona nacida en la isla de Alborán.
En el exterior, el faro mantiene su función: su alcance nominal es de 23 millas —unos 40 kilómetros—, aunque Sanz Cruz asegura haberlo visto brillar hasta 70 en noches despejadas. Como otros fareros veteranos, ha soportado el riesgo de las tormentas: “Los rayos son lo peor. Te pueden partir paredes o romper la óptica entera.”
La jubilación de Mario deja a Andalucía con apenas un puñado de fareros en activo, en lugares como Chipiona, Estepona o Cabo de Gata. “El día que nos jubilemos los que quedamos, se acaba el cuerpo de faros”, resume.
Su reto ahora es que el museo no desaparezca. Para ello ha promovido la asociación cultural ‘Amigos del Faro de Mesa Roldán’, con más de 730 socios, y ha pedido a la Autoridad Portuaria abrirlo con horario fijo. “En el peor de los casos la colección es mía y tendría que llevármela a otro sitio, pero no contemplo esa opción.”
El Parque Natural, que ya impidió en el pasado proyectos lucrativos como un hotel o una casa rural en el faro, podría ser el aliado para mantener esta propuesta. Por ahora, la decisión está pendiente de una reunión esta misma semana de su jubilación, el próximo 27 de septiembre.
Mientras tanto, Mario sigue ampliando su gabinete: acaba de incorporar un telégrafo Morse, una radio de la II Guerra Mundial y prepara nuevas exposiciones en la sala que habilitó junto a su biblioteca. “Me da pena que se pierdan las cosas. Si alguien tiene algo de un faro y quiere dejarlo, aquí lo guardo.”
En el futuro inmediato se ve al frente del museo, sin el peso de recorrer otros faros —son tan pocos los que quedan que atiende varios a la vez— y con más tiempo para escribir. Trabaja en un libro sobre el faro de Alborán, aunque reconoce la dificultad de rastrear documentación dispersa. Y mientras lo dice, acaricia la barandilla de su faro-museo como quien se despide sin querer soltarla, confiado en que su legado siga brillando.
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