Historias alrededor de una taza. ¿Tomamos un café?

Sociedad

Una cafetería ve pasar a través de los cristales o sentados en su terraza el trajín ciudadano: mujeres con bolsas de compra, ejecutivos con prisa, la poca lluvia en Almería, los muchos patinetes. La vida se cruza ante sus ojos

Enamorados de Andalucía

Una cafetería ve pasar la vida a través de los cristales
Una cafetería ve pasar la vida a través de los cristales / Imagen generada con IA

El café ha tenido desde antiguo muchos partidarios en el mundo intelectual. Entre los músicos, Bach le dedicó en 1734 una de sus piezas profanas, la “Cantata del café”. Beethoven era muy maniático: había que emplear exactísimamente 60 granos para preparar su taza; ni uno más, ni uno menos. Mozart lo introduce en varias de sus óperas, como el “Don Juan”, cuando el protagonista invita a los campesinos a degustarlo junto con el vino y el chocolate. También Rossini era un adepto al café, como Vivaldi o Debussy. Ya mucho más reciente la canción “Ojalá que llueva café”, del dominicano Juan Luis Guerra, nos recuerdan que la música popular ha tenido en el café una fuente de inspiración.

En las letras, el café fue una musa inagotable para el prolífico Honoré de Balzac, de quien se afirma, con evidente exageración, que consumió 50.000 tazas. Otro ejemplo claro de devoción es el del filósofo Voltaire que era capaz de consumir diariamente varias tazas sin mayor quebranto para su salud. “El café puede que sea un veneno, pero debe actuar de forma muy lenta, porque hace 65 años que lo tomo y me siento muy bien”, decía. En parecidos términos opinaba su colega alemán Emmanuel Kant: “La gente puede morir de un momento a otro, es un fenómeno natural. Bebamos café porque en el otro mundo no se puede”.

También los artistas plásticos han plasmado el café en algunas de sus telas. Van Gogh pintó un inquietante “Café de Arlés” y Toulouse-Lautrec inmortalizó los ambientes de los cafés de Pigalle. Y en nuestro país, José Gutiérrez Solana reprodujo de manera fascinante una tertulia en el café Pombo.

Los viejos cafés literarios y culturales, por los que pasó la vida cultural europea del s.XIX y principios del XX, son hoy lugar de encuentro de turistas y mitómanos. En nuestro país, los dos cafés literarios más célebres son el Café Gijón, Madrid, y el Café Novelty, en Salamanca. El primero tiene una escultura de bronce sentada en una de sus mesas con la figura enjuta y ligeramente encorvada de Torrente Ballester. Otro profesor, aún más ilustre, fue cliente asiduo antes de la Guerra Civil: Miguel de Unamuno, quien se desviaba hasta la plaza Mayor en el camino entre su casa y la Universidad, de la que era Rector Magnífico. En el segundo, se mantienen actividades que recuerda lo que fue en otras épocas. Desde hace años, los únicos que acuden a todas horas son los turistas que, hasta su muerte, contemplaban con una admiración un tanto pegajosa a Alfonso, “cerillero y anarquista”, una de las pocas personas a quien se ha dedicado una placa en homenaje, escrita en pasado cuando aún vivía. Los artistas ya se fueron.

Que bien sienta en estos días del otoño atrasado y del invierno adelantado, entrar en una cafetería y pedir un café. ¡Cómo entona el espíritu y el cuerpo! Cómo, tras los saludos de rigor, queda el frío aparcado fuera y se dispone el ánimo al encuentro y a la conversación. Una cafetería es un pequeño mundo o es un mundo en pequeño. Pasan por ellas a diario gentes de toda edad y condición.

Los camareros, siempre atentos, van sirviendo al cliente amablemente, moviéndose de un lado a otro en ese reino suyo conquistado detrás del mostrador. Maestros en su oficio, escuchan, memorizan, sonríen, sirven la comanda en un rito ordenado y secular. Con qué paciencia, responden, aconsejan, educan si es preciso, si alguien se extralimita.

El mostrador iguala. El mismo vaso da de beber a pobres como a ricos, a jóvenes y ancianos, nutre ilusiones y consuela algunas de las penas con que algunos llegan a la barra. Hay mesas de costumbres, donde a la misma hora se juntan los amigos a charlar de sus cosas, mesas donde algunas madres esperan a sus niños. Mesas abandonadas que esperan un cliente novedoso, fuera de lo habitual.

Café solo corto, expreso, café solo largo, descafeinado largo, manchado, americano, en taza, en vaso de cristal, en vaso de caña. Las posibilidades respecto a su preparación son infinitas. Además, se puede tomar con nata (vienés); con leche condensada (bombón); con helado (de vainilla) o con licores o brandy (carajillo) e irlandés (whisky, y nata). Entre todas estas especialidades, en nuestro país se sirven más de veinte millones de tazas a diario, no hay que olvidar que una cafetería surte de corazones la mañana, y de reflexión la tarde.

Las cafeterías en otra época y hoy de Almería

En ellas se cerraron negocios, muchos negocios, se confesaron secretos, con bastante verdad, hubo conspiraciones políticas y se sellaron historias de amor. ¿Quién dice que no participó en alguna de las cuestiones planteadas? Quiero recordar que alguno de ellos sirvió de “escenario” para alguna localización cinematográfica. Toda Almería es un plató de cine, y no iban a ser menos las acogedoras cafeterías de épocas atrasadas: Café Tívoli, Café Colón, con aquel escenario para las varietés, punto de encuentro de gentes mayores y más recientemente de jóvenes que estudiábamos fuera de Almería y volvíamos por vacaciones de Navidad o Semana Santa. Sin olvidar el salón de futbolines y las muy buenas mesas de billar donde primaba, en la principal, el juego de la 41. Anteriormente fue Café Suizo y anterior Lión d’or. En la ubicación anterior del Café Colón llegó a estar la Cafetería Gladis, santo y seña de la moda y la actualidad de la época. Pasó a mejor vida con el paso de los años. Hoy, el Café Colón está en la Plaza Conde Ofelia, donde dan unos exquisitos churros con chocolate. No me olvido del Café Español, con su gran salón y un exquisito y humeante café, lugar de reposo de pequeñas tertulias, donde el humo de los fumadores cubría a media altura.

Y más recientemente, las señeras del centro de la capital, La Dulce Alianza, con sus tres sucursales, Paseo, Avenida de la Estación y Paseo Marítimo; y la singular, Cafetería Capri, situadas en Navarro Rodrigo y Paseo Marítimo.

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