"Hola y adiós" (III). Sabina se despide

Música

El cantautor jienense se bajará para siempre de los escenarios en noviembre de este año

"Hola y adiós" (II). Pongamos que hablo de... Joaquín Sabina

Se quejaba, Joaquín Ramón Martínez Sabina, el cantautor, poeta y pintor nacido en Úbeda (Jaén) el 12 de febrero de 1949, pura guasa andaluza, de que su “primo y hermano” Joan Manuel Serrat se había retirado y nadie sabía muy bien porqué, así que, quizá para entender los motivos, el cantautor decidió seguir los pasos del “noi” de Poble Sec anunciando él también su última gira. Una despedida que se inició en mayo con paradas en América, Europa y España y que finaliza en noviembre.

Durante el mes de septiembre visitará Sevilla (3 conciertos), A Coruña (2), Granada (2). Durante el mes de octubre estará en Barcelona (2), Valencia (2) Madrid (2). En el mes de noviembre actuará por última vez en Bilbao (2) y terminará en Madrid (2) el 30 de dicho mes.

Ahora sí, parece la definitiva. 76 años y más vidas que un gato callejero, colgará sus chaquetas de cuero, de rayas, las tornasoladas, las botas y el bombín. “Un último nocaut emocional y una veintena larga de temas que son ya plegarias universales del sueño imposible del amor y al querer meterle mano a la vida”, que podía leerse en su cuenta de Instagram.

Con “Hola y adiós”, Sabina cuelga también sus guantes de piel de poesía y guitarra en una vida de carretera y manta, cerrado un circulo que abarca medio siglo desde sus primeras apariciones públicas en las calles del Metro de Londres. Todo ello, mientras se encontraba en el autoexilio durante la época de la dictadura. Un incierto punto de partida que, con el tiempo, se compensó en su regreso a nuestro país en la década de los 70 y 80, donde comenzó a alimentar un legado que, con los años, se convertiría en eterno. Desde entonces, pisó los escenarios más legendarios no solo a nivel nacional, sino también a nivel internacional. Entre ellos, el Royal Albert Hall londinense, el Luna Park y La Bombonera de Buenos Aires, el Olimpia de París, el Palau Sant Jordi de Barcelona, el Auditorio Nacional y el Zócalo de Ciudad de México, el Madison Square Garden de Nueva Cork, el Wizink Center, o Las Ventas de Madrid, entre otros muchos.

Está siendo la despedida multitudinaria de una garganta que, sin destilar, rezuma el poder de la palabra. El grito desgarrador del trovador. Será la despedida “de un bombín que es sinónimo de golfería dandi y pícara caballerosidad; de una icónica silueta perfilada con humo de cigarrillo y güisqui sin soda”, celebraba la promotora The Project en el anuncio de la gira.

Su concierto

Una sensación extraña flotará, como ya ha flotado desde mayo en el inicio de esta gira en cada concierto, se notará la excitación previa a los grandes acontecimientos. Cada concierto es motivo de alegría y también de emoción, como cuando sale al escenario con traje negro y sombrero de paja blanca. Entes se emite el video de su último single, “El último vals”, como reclamo de esta gira, por el clip desfilan viejos amigos como Leiva, Calamaro o el mismísimo Javier Krahe, revivido para la ocasión por obra y gracia de la inteligencia artificial.

Le acompaña su banda habitual, un sexteto que combinando instrumentos abarca guitarras, teclados, bajo, batería, percusión, saxo, flauta, armónica, acordeón y coros. Un sonido extraordinario para rodear la voz cada vez más grave y rota de Sabina.

Tras el inicio con sus temas más recientes, comienza el trepidante viaje por más de cuatro décadas de música de altísimos vuelos. Sale del escenario mientras la banda no deja un arpegio suelto. Regresa el flaco al grito de “mucha mucha policía” y su sola presencia para que el público se levante de sus asientos.

Los bises los abre Antonio García de Diego con el tema “La canción más hermosa del mundo”, que sonará más hermosa en la maltratada garganta de su autor, que aparece en su último verso con chistera y chaqué morado.

Joaquín Sabina saludará, visiblemente emocionado. Perecerá que está diciendo adiós para siempre, pero eso es imposible: las leyendas son eternas.

Pongamos que hablo de Joaquín

Escribió un critico taurino que “José Tomás no reaparece, resucita”. Es una ajustada definición literaria para expresar el tránsito entre la vida y la muerte que tantas veces ha recorrido el venerado diestro de Galapagar, molido a cornadas por su empeño de dominar con los trastos, capote y muleta, no al toro, sino a la Parca. A Joaquín Sabina su modo de leer la vida, de citar de cerca con los pies clavados en el suelo, le ha deparado varias cogidas, alguna tan grave como esas que se arreglan con estampa y escapulario en la enfermería de la plaza. Como el maestro José Tomás. Sabina ha resucitado, con la voz de quien tragara cristales, pero con la mística de un Lázaro: “Levántate y anda”. Sus fieles irán en masa porque esta sí es la última vez. Su DNI oculta una edad de 76 años y la carretera y el escenario agotan. Pero, como Antoñete, Sabina nunca se acabará de ir; con el torero del mechón blanco comparte leyenda de golfo, mujeriego y bebedor. No lo digo yo, fue Luis Eduardo Aute quien le puso letra y música en la canción “Pongamos que hablo de Joaquín”: “Degenerado y mujeriego. / Con cierto arte de faquir / ….No tiene más filosofía / que el que vive a tope hasta morir”.