Letras descalzas de sal
Cultura
‘El faro de recóndito’ es una librería independiente inspirada en el pueblo de Las Salinas
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Campanilla, a una flor de sakura o a la tierra de una planta. Se desea con muchas o pocas fuerzas, pero las necesidades y los anhelos siempre bucean en busca de oxígeno. Se desea mirando al mar, retando a la luna o viendo al sol aparecer cada día por el mismo lugar. Se recogen conchas pensando que servirán para algo o se pescan peces que ya no nadarán más. Las personas llevan en sus pies la arena de otros lugares y la traspasan como si de una herencia se tratara.
Una señora bajita, con un largo chaquetón marrón y unas deportivas, tira la puerta de la entrada al impetuoso grito de: “¡Felices Fiestas!”. Detrás, su marido le hace la réplica. Lo primero a lo que se van sus ojos es a un pequeño bote de la mesa situado a la derecha de la entrada, la caja. El lapicero permite leer: ‘Lápices de Navidad 1€’.
—¿Y esto? —pregunta la mujer.
—Los ha traído mi rubia.
—¿Qué rubia? —pregunta la señora con gesto extrañado.
—Mi rubia —acentúa Vicente con obviedad.
—Aaaaaaaaaaaaaaaaaaaaah —cae la mujer.
‘El faro de recóndito’ se asemeja a una cabaña, no solo por los tablones de madera de pino que están presentes en el suelo, en las paredes y en la mesa, sino también en la sensación acogedora, como una pausa donde refugiarte del jaleo de la calle. Amanece una jornada donde las palabras que más se han repetido dentro del faro han sido “bono cultural”, “García-Lorca”, “Felices fiestas” y “¿Cuándo cierras?”. A la entrada, el escritorio se esconde a la derecha tras el escaparate, donde Vicente y Blanca hacen de intermediarios con el mundo de las letras. A la izquierda, en el suelo, posa un felpudo marrón que sugiere que las mejores visitas suban cervezas y bajen basura.
La imagen de la librería no es lo único atípico, sino también la distribución. Vicente no escogió el nombre de ‘El faro de recóndito’ por capricho, sino porque tenía claro que Almería y, sobre todo, Las Salinas, el pueblo donde se crio, tenían que ser la torre y la linterna de su propio faro. En la primera estantería situada a babor, lucen los denominados ‘libros insignia’: Cuaderno de faros, de Jazmina Barrera y Breve Atlas de los faros del fin del mundo, de González Macías, que son los únicos que están cara al público y no de lomo. Una pegatina negra pintada con tiza debajo de ambos ilustra: ‘Del farero’.
La apuesta cultural de Vicente es distinta a todas las demás. El librero pone el foco en autores almerienses y editoriales independientes que suelen estar más escondidas. El farero predica con el ejemplo y Tres hermanas, Menguantes, Candaya y Las afueras son varias de las pequeñas editoriales que posan en el faro.
Entre pitas, hinojos, cañahejas y linarias, brotan los textos escritos como si fueran semillas. En la entrada, se sitúa a la izquierda un expositor de cristal en el que hay escondido un mueble en miniatura en el que se lee: ‘La silla de parar las prisas’. Es el detalle preferido de Elena, la mujer de Vicente, que lleva un jersey morado y tiene una melena... rubia.
—¿Dónde estabas, caballerete? —le pregunta Elena a Hugo, su hijo, mientras muestra unas camisetas ilustradas con faros y caracolas.
De la misma manera, comprueba también el estado de Vicente, quien siente molestias en la espalda. Hugo le ayuda a subir al sillón los libros situados más abajo en las estanterías.
Vicente Gómez trabajaba antes gestionando aguas y ahora ha conseguido desembocar su propia mar en esta pequeña librería. En el faro todo es cambiante, y cada semana la luz apunta a un nuevo lugar. El caballete de madera que hay nada más cruzar la puerta funciona de cartelera y sujeta varios ejemplares de La tregua de Navidad de 1914, de Álvaro Núñez Iglesias. Vicente es un prescriptor de libros que extiende su pasión a las redes sociales y a las togas almerienses con su sección propia ‘El librero recomienda’.
Vicente presume como buen padre de los 22 meses de su criatura, pero el período de gestación, aunque gratificante, no ha sido fácil. El nombre de ‘Susana Buscadoreshipotenusa’ ilumina la pantalla de su móvil. Conversan en altavoz sobre distribuidoras, facturas, contratos y tiempos. La chica quiere montar su propia librería en Madrid y llama al farero para esclarecer su propio proceso.
Vicente siempre ejemplifica todo con un libro y habla con admiración de Amapolas en octubre, de Laura Riñón Sirera, dueña de la librería ‘Amapolas’ en la capital española. El librero piensa que Laura ha logrado dar vitalidad a un negocio y que su capacidad de gestión ayuda al resto, abriéndoles el camino.
Su iphone, con la carcasa roja desgastada por el uso, contrasta con algunos antiguos inventos que esconde la librería. En el rincón de ‘Literatura japonesa’ se erige un escaparate de cristal. En la última balda, hay un antiguo teléfono grisáceo con un altavoz de modelo ‘Executive 880’, una caja registradora del siglo pasado y una pipa. En medio, una máquina de escribir de marca ‘Erika’ de tono azulado, sobre la que pesa un bloque de sal. En ella, Vicente escribió su primer relato. Todos los objetos son recuerdos del trabajo de su padre en la oficina de Las Salinas.
Una gran ballena azul, un marinero que empuña su jarra de cerveza y un gnomo con tres lazos y unas gafas de cristal forman el club de lectura de ‘Literatura japonesa’. Entre los libros, hay un pequeño lienzo en tonos marrones que muestra dos sombras de espaldas atravesando un camino. A la derecha, un faro blanco de cúpula roja. Es justo la portada de su último libro Recóndito.
Pero ‘Recóndito’ es también la primera palabra con la que inicia el texto de su segundo libro, La soledad de la ola. El autor, a través de su vista, enmarcada por unas anchas gafas negras, y su palabra, rodeada de una barba corta y perfilada, reconoce que quería marcarse un García-Márquez. ‘Recóndito’ da nombre a un lugar ficticio ideado por su inventiva, y ahora es un espacio tangible, como si lo hubiera deseado con tantas fuerzas y hubiera ejercido tanto condicionamiento, que la trama se hubiera vuelto realidad. Los planes de tener una librería ‘Hispanoamericana’ salieron a flote en ‘El faro de recóndito’.
Un hombre de unos cincuenta años con gafas y poco pelo pregunta nada más subir al faro por el bono cultural. Está buscando libros de Lorca para regalárselos a su hija. Vicente le muestra la obra completa del autor granadino, cuando otro navegante se suma al buque por la puerta de entrada. Es un chico de barba con un abrigo negro que saluda: “¡El librero más apañao de Almería!”. Mientras Vicente le recibe con el mismo cariño que le tiene a sus libros, no deja la tarea de atender a los clientes: “Sobri, mira a ver qué vale”, le encomienda a Blanca, que está en la caja esperando órdenes del capitán y porta el uniforme, la camiseta de la librería.
La prenda blanca muestra un barco del que se desprenden libros abiertos que se desplazan hacia el cielo imitando el vuelo de las aves, o de los flamencos, la especie más típica de Cabo de Gata. El diseño es de la artista de Carboneras Lola Castejón.
—Los voy a matar. Hoy muere alguien —comenta Vicente en tono irónico y preocupación real mientras redirige el timón, o para los no-mágicos, la pantalla de pedidos del ordenador, porque se avecinan turbulencias. Otra de sus sobrinas, una chica joven con una gran bufanda rosa, leggings y zapatillas deportivas aporta refuerzos:
—Nos ponemos en fila y los matamos a todos.
—Les pinchamos las ruedas —blinda su otro sobrino.
—No, que si no no le llegan.
Una chica de pantalones de leopardo entra con un galgo marrón y pregunta por un libro infantil. El elegido es Juan sin móvil y en la caja consulta el plazo para devolverlo por si el regalo falla.
Cada vez más gente se agolpa en la entrada, cuando entra una mujer que lleva puesto un chaquetón azul y unas botas.
—¡Catalina! ¡Vaya corte de pelo chulo!
—Ya no me pesa la cabeza —bromea la mujer señalándose la parte de atrás de su melena—. Te he hecho caso.
De forma veloz, aparece un chico de doce años que viste un chándal de la marca Champion. Es Hugo.
—¡Hola, pollito, no te esperaba!
Casi por arte de manifestación, un hombre moreno con el uniforme de SEUR aparece por la puerta empujando una carretilla de cinco cajas apiladas. El cartón parece que habla: “Hay una librería cerca de ti. ¡Sígueme!”. Vicente se lanza a organizar todos los pedidos a contrarreloj y Hugo, entre la corriente, le sigue con los albaranes.
Al mismo tiempo, aparece un matrimonio haciendo cálculos: “Tú, yo, María Luisa...”. Buscan un libro para un niño de 14 años. Blanca se dirige al rincón infantil y juvenil, al fondo del espacio, y la mujer la sigue murmurando: “Si me dijera lo que quiere...”. Han escogido Imparables: diario de cómo conquistamos la Tierra. Su marido gira hacia la caja cuando Vicente le comenta que su madre ha estado antes en la librería. Si alguna vez una persona del barrio se pierde, es más útil preguntar en ‘El faro de Recóndito’ que a la Policía. Una vez fuera, en la Calle Los Picos, comentan: “Pues vamos a la farmacia a por las cosas que nos faltaban”.
Un hombre que luce un chaleco azul marino y gafas se lleva la continuación de El barco de Teseo, Cruces. Aunque es para él, pide que se lo envuelvan para regalo.
—¿Quién conoce mejor lo que a mí me gusta que yo?
—Aquí viene gente diciendo: “Si viene mi pareja, le dices que me regale esto” —confiesa Blanca, que es la testigo de todas las compras, entre las carcajadas del cliente.
El caballete que hay junto al mostrador expone ahora dos pequeños libros cortados por un mismo patrón, la editorial ‘Tres hermanas’. Después de la piscina de Mar Carrillo de Albornoz muestra a una chica en bañador que salta al vacío con los brazos rectos. El secreto de la hierba de Alejandro Melero expone una foto de un niño y su madre ante un mar brillante.
—¡Miguel Ángel! —identifica Vicente.
Un niño con un pequeño patín amarillo del que cuelgan flecos de colores del manillar acaba de hacer su breve cameo por la puerta. Pregunta con voz aguda por el número 12 de Mini Timmy y Blanca va directa a la estantería de libros infantiles.
—¡No, ahí no! —dice el niño mientras señala el ordenador de la mesa. —¡Aquí!
Su madre, junto a la puerta, lo recoge explicándole que aún hay tiempo para encargarlo.
El plano de la librería se ha modificado de un rato a otro. El faro tiene una cita con dos autores vinculados con la tierra de Almería y tiene que lucir su perfil bueno. Con ayuda de su sobrino Dani y su hijo Hugo, Vicente recoloca el espacio en una coreografía que parece el juego de la silla, concretamente de 26 sillas plegables negras y verde claro.
—¿Te ayudo, tito? —le pregunta su sobrina Blanca desde la caja.
—No, tú ahí, que eres mi ángel de la guarda.
Un hombre delgado que viste una americana gris se acerca a la puerta mientras su móvil va delante suya grabando el escaparate desde fuera y cerrando con un zoom al caballete de la entrada. Es Alejandro Melero. Mar Carrillo acaba de llegar de Almuñécar y entra al mismo tiempo.
Al fondo del faro les espera un sillón orejero verde y una silla mecedora cubierta por una fina tela de color claro. Entre ellos, hay una mesita alta con los libros de ambos y dos vasos de agua cual dos micro piscinas. Las familias de los autores y demás curiosos que pasan por la Calle Los Picos toman asiento. Entre boinas y sombreros estampados de corazones, los micrófonos se encienden. La maqueta de un faro cubierto por un relieve de óleo, especial para las presentaciones, arroja la luz de su bombilla.
Alejandro habla con voz ronca de la pérdida de la adolescencia, el poder de la nostalgia y el verano en los pueblos. Él fue un niño influenciado por Miguel Delibes, y busca la confirmación de su madre entre los asistentes.
—La patria es la infancia. Es donde crecemos, es volver a la casa de tu abuela, volver al huerto donde jugabas, al árbol donde trepabas y ver que tú has cambiado más, y sin embargo no lo reconoces bien. Es la naturaleza como depósito del recuerdo.
Mar Carrillo viste su oscuro abrigo a modo de capa, como secándose con una toalla Después de la piscina. La escritora revela lo que hay tras ese baño, y su libro de relatos cierra con la frase: “Estoy lista, adelante”, al igual que Jodie Foster en la película Contact.
—Creo que la belleza está por todas partes y para encontrarla hay que detenerse. En mis cuentos, que son cortos, me gustaría invitar al lector a detenerse un momento.
Ejemplares de ambos libros pasan por las manos de los autores para sellar sus firmas y más tarde por el mostrador. Entre elogios hacia la librería, Adelaida se abre una ficha en el faro y comparte la compra con su acompañante.
El escaparate también funciona como tablón de anuncios y como punto de encuentro. Entre pascueros rojos y estrellas plateadas que cuelgan, los libros y las maquetas construyen un belén de lo más colorido.
—¡Hombre, si es Pepa! Tienes un rollo... La más famosa del barrio —ríe Vicente mientras se agacha a darle una galleta a la perra, que saliva mientras está amarrada al poste de la calle—. Mira, si está en la prensa y todo. —Muestra divertido la noticia en la pantalla de su móvil.
En el cristal del escaparate también se anuncian los clubs de lectura, la médula sobre la que vertebra la razón de ser de la librería. El faro existe para crear comunidad y estos pequeños grupos son la manifestación más clara. Para Vicente, son lo mejor de estos dos años y lo que más disfruta, y gracias a ello su sueño cobra sentido. A través de diferentes vías, recibe la confirmación y retroalimentación de ello.
Con un resplandor especial, cuenta que el hermano de una chica de uno de los clubs pasó solo para saludar y agradecerle a Vicente en persona lo que él y la librería han hecho por su hermana. La chica es una persona muy casera que además trabaja en su piso casi todo el tiempo, y ahora tiene un sitio a donde ir los martes, donde es bienvenida.
—Es una de las cosas que cuando monté la librería no te esperas, pero sí te imaginas. Sueñas un poco en cambiar las cosas y que venga alguien a decírtelo te da muchísima alegría —recoge Vicente con una honestidad clave.
‘Dmientras’, ‘Cafés feministas’ y ‘Cuipal’, de la Asociación de Cuidados Integrales Paliativos de Almería, son los clubs externos que visitan la librería para llevar a cabo sus encuentros. A ellos hay que sumar los tres grupos de los lunes, martes y miércoles. Vicente abre los brazos y el faro sus puertas.
La comunidad también existe fuera del faro, y el librero tiene claro que su único competidor es la venta online, no las librerías de barrio como la suya. Es el caso de la Asociación Acoge, que realiza su club de lectura en la sala Clasijazz, pero reponen sus suministros literarios en la librería.
Cerca de la mesa, hay dos carritos de bebé conducidos por sus papás. Vicente les dice a los dos pequeños que cierren los ojos y alarguen los brazos. El farero les pone una pegatina en cada mano aprovechando la momentánea invidencia de los niños, mientras recalca entre risas que no hagan trampas.
—¿O sea que tu abuela es la abuela Carmen? Qué abuela más chula tienes, pero ¿cómo puedes tener una abuela tan chula? —exclama Vicente al niño mayor.
Carmen es una de las adeptas que asiste a los clubs y ellos son el inocente motivo por el que a veces no puede ir a su cita literaria de los lunes.
Pero, si tuviera que inmortalizar lo mejor de 2024 además de los clubs, el farero no duda en hablar de Minimosca y Gustavo Faverón. Este momento ha sido el más icónico del año, en el que Faverón está “junto o frente a sí mismo, una prematura metamorfosis, como dice el propio autor, o quizá una consecuencia de tantas horas de escritura creando los personajes y un legado que nos deja a los lectores”.
Es inevitable que salgas de aquí con la arena de ‘El faro de recóndito’ en tus zapatos. Es inevitable que enciendas una vela dentro de ti y te la lleves. El faro es el cirio que replica esa luz a todos los que salen con un libro por la puerta, se dejan recetar por Vicente, asisten a una presentación o son miembros de un club. Todas esas personas que pasan por la puerta cada vez son menos recónditas y más visibles. Este tejido social está creciendo en Almería y las hebras son las páginas de miles de libros escogidos con cuidado y con conciencia. Es la muestra de que a las raíces hay que cambiarlas de tierra de vez en cuando, regarlas con cuidado e incluso trasplantarlas alguna temporada. Pero siempre hay que respetarlas, y todo lo que quedará es legado.
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