"Mi nieto prefiere el pasodoble a ir al parque"
Cientos de personas acudieron ayer al primer concierto de la Banda · Los asistentes disfrutaron del repertorio
Álex Esteban López devora los gusanitos como si en ello le fuera la vida. A veces se cansa, los coge y los lanza al escenario del Anfiteatro como un confeti anaranjado que regala a la Banda Municipal de Música. Aplaude, levanta los brazos y mueve una batuta imaginaria que dirige a los componentes del grupo. Tiene apenas dos años, los cumplió en mayo, y su abuelo está orgulloso de él. Aunque a veces se le escape y decida esconderse entre los barrotes metálicos que rodean la grada del Anfiteatro. Le coge de la pernera del pantalón. Álex, estáte quieto... mira, hay música. El niño grita y aplaude. Sonríe.
Su abuelo Juan López tiene la mirada transparente. Ha visto muchas cosas y ha oído mucha música. El pasodoble le ha enamorado desde joven. "Mi nieto prefiere este concierto antes que ir al parque", señala. "Creo que es una buena idea. La de traer la música a la calle, digo. Me parece magnífico".
A las ocho y media, hora en punto, comenzaba la Banda Municipal de Música su intenso repertorio que arrancó con A mi banda y Centenario del Litro. Pasodoble de concierto muy ovacionado por los presentes. Juan José Navarro, director, se vuelve al público. En su cara transcribe la satisfacción por una buena interpretación. Saluda. Más ovación.
Un perro entre blanco y negro duerme en un cojín. A su lado, la señora de pelo castaño golpea rítmicamente el cemento de la grada, marcando el compás, hilando las notas. Vicente Marín y Alfara de Algimia continuaron el elenco de piezas escogidas, en este caso pertenecientes a la fiesta.
Carmen Franco está sentada en una silla. Orgullosa, observa cada detalle en el movimiento de manos de su hija. Pelo moreno, solista. En primera fila. "Me emocionan tanto los pasodobles toreros", manifiesta. "Vengo todos los años". Se nota. Es la única que ha traído una silla desde su casa. Justo delante de ella, la pequeña Cristina Loretti muerde con delicadeza una piruleta de corazón. Su madre, Margarita Carreño asegura que la solista le gusta mucho. Y mira hacia el lateral. "¿Usted es su madre? No lo sabía... pues enhorabuena".
El abuelo de la niña, Ángel Carreño no pierde detalle. "Siempre me ha gustado el pasodoble, siempre me ha conquistado".
Llega el momento de Carmen Franco. Sus taurinos. El Anfiteatro se convierte en un misterio insondable con arena de albero. Su imaginación vuela. Un traje de luces, un son peculiar. A las cinco de la tarde. Eran las cinco en punto de la tarde.
Viva el pasodoble y La bien pagá. Tardes taurinas. Está contenta. Vuelve a sonreír. Y aplauden. Todos aplauden. Pero ninguno baila.
"Es que no sabemos si se puede, pero igual estaría bien que alguien le pidiera permiso al director de la Banda, porque en cuanto salga uno... pues seguro que salimos los demás". Una pareja que está sentada en la primera fila mira hacia derecha e izquierda. Nadie se decide a salir, a tomar la pista. A dejarse llevar por la música.
Juntos, que no revueltos, Paco Moreno y Carmen Gálvez junto a Eusebio Alarcón y Trini Moreno pasan la tarde encantadas de haber descubierto este concierto. "Lo leímos en el periódico, nos gustó mucho la idea y aquí estamos". La música no debe morir nunca. Ni el pasodoble ni ninguna. Los cuatro se confiesan melómanos y ávidos lectores de prensa. "El Ayuntamiento ha acertado con esto, debería haber muchos más eventos de este calibre", aseguran. "La canción española ha estado muchos años en auge, y seguirá manteniéndose muchos más, porque nadie debería permitir que esto se acabe".
La tarde comienza a morir despacio, el sol ya juega a esconderse pero ellos siguen ahí. Atentos a lo que pasa en el Anfiteatro, a cualquier movimiento o señal de Juan José Navarro. Mirando el reloj. Caras de fastidio. "Quedan sólo dos canciones", asegura Ginés Montero. "Al final se me ha hecho muy corto".
No es el único. Nadie quería abandonar la Rambla. Antes del final, Agüero y Tercio de quites. Más música taurina, más tardes de sol y sombra. Para terminar, Flores españolas y ¡Ay, mi buñol!. Poco a poco van marchando. Sólo algunos quedan en las gradas. Departen, conocen nuevos amantes del pasodoble. "¿Y si nos quedamos hasta que salgan y les felicitamos en persona".
Los más avezados ya empiezan a citarse para la semana próxima. Consultan el programa, rojo y gualda, que sostienen entre las manos. "Mira, Juan José Navarro parece que se llama el chico", aclaran algunas. La música volverá a tomar el aire de la Rambla. Las notas volverán a ser mecidas por el suave aire de julio.
El día 9, la misma Banda Municipal que recreaba a golpe de batuta los pasodobles más típicos del repertorio tradicional, se adentrará en el mundo de la zarzuela. La música de los clásicos. La que encumbró a Alfredo Kraus. Una muestra antológica de las mejores piezas para que los presentes la disfruten. Primeros comentarios. Podrían estar los mismo, o tal vez más. Y este número irá creciendo. Las tardes de asueto en las que apetece salir a la calle, sentarse en las gradas de piedra y ver las horas pasar con la música de fondo. Diapositivas de una vida frente a los ojos invisibles del recuerdo.
Más actual es el cine, y la banda sonora de las películas que han formado parte de cada vida. De Tabernas. Clint Eastwood fumando en el mini Hollywood. Será el 16 cuando la Banda Municipal acerque el séptimo arte a los más pequeños con piezas adaptadas para ellos. Para que además de recordar las películas que más les gustan disfruten de un nuevo conocimiento, de una nueva forma de ver la vida. Pasando al jueves próximo (porque el área de Cultura ha programado estos eventos para los jueves), clásicos populares. Música que ha marcado toda una época. Y ya para los más atrevidos (ahora sí que no hay excusa para tomar la pista de baile, hacer de cada movimiento algo especial), música para bailar.
El lleno está asegurado. Al menos eso es lo que afirman los presentes. Y los que empiezan a marcharse, despacio. Con la cadencia de una gota que cae al suelo.
Poco a poco el Anfiteatro se va quedando vacío. Un niño con patinete arranca al suelo los primeros sonidos huecos después del concierto. La música se ha ido, pero sólo deja una semana de tregua. Volverá con más fuerza, con más canciones y nuevas sensaciones para dar sentido a las tardes de verano. Tal vez Álex vuelva a sentarse en la misma grada, y aplauda, y coma gusanitos. Y su abuelo le sujete la pernera para que no se vaya. El sol ya no está.
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