Crónicas desde la Ciudad

El obispo Juan de Portocarrero y Bacares

  • Fray Juan (del Castillo) Portocarrero -noveno obispo en la silla urcitana de San Indalecio- mantuvo una especial relación con la Perla de los Filabres. En Bacares veraneaba y allí dictó testamento

SI la figura decimonónica de Cronista Oficial -otrora prestigiosa autoridad cultural al servicio del Municipio- es actualmente cuasi testimonial, a título particular, condicionado sentimentalmente por ancestros familiares -en el siglo XVII Juan Sevillano, carpintero, de Jaén, vino a repoblar a Bacares-, procuro divulgar en lo posible aspectos sobresalientes y/o curiosos de la "Perla de los Filabres". Hoy, por ejemplo, un desconocido lance de su ayer remoto: la residencia estival del obispo Portocarrero

La Casona

Excepto los contados castillos o residencia de los señores del lugar, las torres-campanarios que sobrevuelan al vecindario conforman el paisaje de nuestra geografía. En el caso de Bacares, el de su iglesia parroquial de Santa María. A ella, como patrimonio seglar se añade la ermita del Stmo. Cristo del Bosque y la hospedería de la Cofradía de Ánimas Benditas, de tres plantas, posterior Posada general y sobre cuya entrada principal se conserva una lápida original: "Casa de Ánimas para que se hospede todo pasajero. Se hizo siendo cura Don Demetrio Romero y Don Francisco Baldovar mayordomo. Reinando Carlos III. García Larraga año de 1788". La Cofradía de Animas coincidió entre la feligresía bacareña con la del Santísimo Sacramento y la de Nuestra Señora del Rosario y Remedios.

En el ámbito civil, el Ayuntamiento (s.XIX) es su más destacado inmueble; edificio que bien pudo construirse sobre el solar de la casa del administrador del conde de la Puebla del Maestre, localizada en la misma Plaza, frente a la iglesia. O en la que vivió la familia Palacio Calderón de la Barca, recibida en Bacares y Gérgal como nobles.

Y la Casona objeto de la Crónica de hoy. Resulta extraño que Tapia Garrido o Juan López Martín, historiadores eclesiásticos que dispusieron generosamente del Archivo de la Catedral, la ignoren en sus Episcopologios. Sólo una referencia de Tapia en el tomo XIV de su Historia General de Almería y su Provincia:

"… Este sacerdote (Cristóbal Martínez, año 1632) comunica al Cabildo que las casas en las que los obispos solían pasar el verano, necesitaban reparos antes de que entre el invierno y el daño sea mayor. Se reparan de fondos de la Fábrica Mayor y de los alquileres que producían cuando no iban los obispos". Al menos nos indica quien eran sus titulares y el uso en plural de "los obispos", presumiblemente los de Baza-Guadix y Cartagena junto a los almerienses Portocarrero y fray Antonio de Viedma y Chaves, su sucesor; y de ocupantes ajenos al Clero fuera de temporada.

Situada en la parte alta de la calle Real antes de alcanzar El Calvario o Puerta de Almería, es de planta rectangular, sólido porte y tres alturas, además de las cuadras y pajar a los que se accedían girando la calle Mármol. En el piso alto destacaba -afirma Antonio Díaz en "La perla de Los Filabres"- "una gran cocina central que distribuía a amplias habitaciones dedicadas a huéspedes". El amigo Emilio García Campra nos apunta que posiblemente fuese incluida en la Desamortización de Manuel Godoy a comienzos del XIX ante la urgente necesidad monetaria de la Iglesia. Tras sucesiva enajenaciones y herencias, en la actualidad la Casona tiene tres propietarios.

Cuando visité su interior hace unos años y a pesar de divisiones domésticas y tabicajes, aún se advertía la traza de su pasado esplendor, incluido el zaguán y el espacioso comedor y adosado a él un mínimo habitáculo, bajando un peldaño, que pudo ser oratorio o retrete privado. La fotografía que adjuntamos permite admirar la sobriedad de sus ventanas "conventuales" procedentes de la fundición en el río Gérgal que surtió de herrajes a la Catedral de Almería y diferentes iglesias de la provincia. Lamentablemente, también vemos el hueco del desaparecido escudo heráldico perteneciente, deducimos, al Obispado.

El obispo

Natural de Salamanca, hijo de los marqueses de Las Torres y condes de Palma, Juan de Portocarrero profesó en la Orden de San Francisco de Asís. Noveno prelado de la Diócesis almeriense, cuarto en residir y segundo Franciscano tras Fernández de Villalán. Preconizado obispo por Bula de Clemente VIII en 1602, su dilatado episcopado duró veintiocho años. Entre sus iniciativas destaca la erección del Seminario Conciliar de San Indalecio ("hizo todas estas obras en gran parte a expensas suyas") y la construcción de las iglesias de San Pedro y de San Juan; levantó el cubo defensivo, remató la torre sacada de cimientos de la Catedral, hizo la capilla del Sagrario e impulsó el culto de San Indalecio, a quien proclamó patrón de Almería en 1621 (el rey Felipe II aprobó las fiestas en su honor a celebrar cada día 15 de mayo).

Testamento

Pese a padece de una grave perlesía (temblores y debilidad muscular), falleció a muy avanzada edad para la época, en marzo de 1631. Ocho años antes, el 29-7-1623, testó en su residencia de Bacares ante el Escribano de Tíjola, Juan de Paco y Molina, y firmó una Declaración insospechada en la que reconocía públicamente haber sustraído gran cantidad de dinero de la propia Iglesia a la que decía servir en medio de la pobreza a que obligaba su Orden regular. No menos censurable es la omisión por los referidos historiadores de unos documentos que conocían puesto que habían sido publicados por Antonio Gil Albarracín. Primero el testamento:

"Yn Dei nómine Amén… Nos don fray Juan de Portocarrero, por la gracia de Dios y de la Santa Iglesia Apostólica, obispo de Almería, del Consejo del Rey, etc., estando enfermo del cuerpo y sano de nuestro entero y libre juicio… ". Sigue una prolija descripción de trece mandas, ordenando misas rezadas y cantadas, vigilias y novenarios a celebrar a su muerte y de que fuese sepultado "en nuestra Iglesia Catedral, en nuestra capilla del Sagrario"; que se diese una comida a los presos de la cárcel y "limosna a cincuenta pobres de la Ciudad (veinticinco hombres y otras tantas mujeres), a cada una de ellas un faldellín del color y precio que pareciese a nuestros albaceas", y esa misma limosna a otros doce menesterosos de Bacares; que su esclavo Juan de Ribera quedara libre (del que ya había recibido para tal fin 800 reales), etc.

En cuanto a la siguiente confesión firmada tenemos además una cita posterior: "Estando el referido Prelado al parecer enfermo en la villa de Bacares, para descargo de su conciencia y bien de su alma hizo diferentes declaraciones que manifestaban las cantidades y alhajas que tenía de las Fábricas Generales (fondos eclesiásticos), Cuarta Beneficial y Hospitales de esta Diócesis". La suma asciende a 11.000 ducados de oro, 1.000 de plata, 300 doblones y 1800 escudos. El obispo Portocarrero brinda al respetable una fórmula segura para la custodia de parte de tan alta cantidad: "Y declaramos que paran en nuestro poder mil ducados en reales de plata que están en un arca de ciprés que compramos del Sochantre Nabarrete, que está en el retrete del aposento donde de ordinario comemos en las casas obispales". ¡Diga usted que sí, donde se ponga un buen retrete que se quiten los Bancos y Cajas de Ahorros...¡

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios