Almería

El cielo otorga el báculo al niño que jugaba a ser cura en Huércal Overa

  • Amigos de la infancia de Ginés García Beltrán no quisieron perderse el acto de ordenación episcopal · Al término de la misa, un incesante número de fieles felicitaron a su madre

Tenía una ermita hecha de papel en su casa, donde jugaba con sus amigos a oficiar misas. Él siempre quería ser el sacerdote y ellos, no quisieron dejarle solo el día que el cielo le ordenó obispo. Ginés García Beltrán fue el responsable de un incansable peregrinar de gente que, desde las diez de la mañana, subía la cuesta hacia la catedral accitana. Cientos de autobuses. Miles de almas. La familia Sánchez Ruiz, de Huércal Overa, inseparables del ya monseñor desde su más tierna infancia, llegaron a la plaza de la Constitución a las siete de la mañana. Cuando sonó el despertador en su casa de Almería, debían ser las cinco y media. Tomaron su coche e hicieron, con la cabeza puesta en los años vividos con Ginés, los118 kilómetros que separan las dos ciudades.

Destacan de él su trato. "Es muy agradecido", apunta Loli. En su recuerdo, el sacerdote Jerónimo Martínez, ya fallecido "aunque estoy segura de que ahora él está ahí arriba, en el altar, al lado de nuestro amigo".

A las once menos cinco, las campanas del templo tocaron a fiesta. Tres gorriones pequeños revolotearon bajo la carpa instalada para la celebración. Jugaban. Muchos suben a los bancos para fotografiarle. Unos al obispo de Guadix, otros al amigo, otros al sacerdote humilde de la eterna sonrisa, el ángel de la parroquia de San Sebastián. Ajusta su Nikon, se alza sobre los demás y dispara. La plaza de Las Palomas se quedó pequeña para tanto cariño contenido. Llega el momento de la comunión. Largas colas. Todos quieren compartir este momento. Sacerdotes que temangan sus hábitos para poder llegar donde están los fieles, aunque para ello tengan que saltar unos cuantos setos. Mirada al cielo. A veces, las nubes se enturbian. La madre del nuevo obispo accitano, Consuelo Beltrán, no puede evitarlo. Es su hijo el que la mira. Ruedan por sus mejillas dos lágrimas de alegría.

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