El parricidio de la calle Emilio Ferrera de 1957

Pequeñas historias almerienses

En mayo de ese año, un hombre despechado asaltó a su esposa y la mató de un navajazo, ante el hijo de ambos

Retrato psicodélico de María Gutiérrez
Retrato psicodélico de María Gutiérrez / D.A.
José Manuel Bretones

Almería, 26 de febrero 2023 - 07:21

El 12 de mayo de 1957 era domingo. A las nueve de la mañana, las aceras del centro de Almería estaban casi desiertas; los más madrugadores ya estaban dentro de las iglesias oyendo misa o en los cafés desayunando tranquilamente. A esa hora, una vecina de Pescadería de 30 años, María Gutiérrez Guillén, transitaba por la plaza Careaga, camino de su trabajo como doméstica en una vivienda familiar de la calle Real número 13. La mujer era muy guapa; de tez morena, lozana y con abundante pelo negro.

María llevaba de la mano a su hijo mayor, Miguel, de cinco años. El pequeño, José Manuel, tenía dos años y lo había dejado con la abuela, Librada Guillén. Desde que María abandonó a su marido, Manuel Martínez Gómez, cansada de la mala vida que le daba, residía con su madre y sus dos chiquillos en una modesta casa de la estrecha calle del Buzo número 6.

María llevaba sirviendo como criada desde que tenía 17 años. Lo hacía en el domicilio del matrimonio formado por el empresario Antonio Cutillas Gil y su esposa Ramona Baspino Sánchez. Se trataba una casa con mucha faena porque era una familia con cinco hijos (tres hembras y dos varones), pero con la pulcritud, fidelidad y honradez en el trabajo, María se había ganado la estima y el aprecio de todos. Antonio Cutillas era el propietario del reputado comercio “El Siglo” y en sus ratos libres colaboraba en un programa nocturno de Radio Almería.

Ya les faltaba poco para llegar; solo unos metros de la angosta calle de Emilio Ferrera. De repente, un hombre que se encontraba medio escondido, pegado a una pared frente al portal del número 9 abordó brutalmente a la mujer y al menor. Era Manuel, el marido despechado. El que María dejó porque no podía soportar más sus iras y sus desmanes autoritarios. Preso de la furia, el sujeto gritó, zarandeó, insultó y vejó a la indefensa María ante el hijo de ambos. El salvaje agresor, lejos de calmarse con los lamentos y las imploraciones de compasión de su esposa, se encendió aún más y fuera de sí sacó de entre sus harapos una afilada navaja. Era imposible deshacerse de aquella fiera musculosa; Manuel, de 31 años, tenía mucha fuerza porque de joven fue jornalero en su Fiñana natal y ahora trabajaba de peón en las obras de construcción de La Térmica de El Zapillo.

Como si fuera un muñeco de trapo, el pendenciero arrastró a la mujer hasta el portal del número 9 y la apuñaló delante del inocente Miguel que lloraba desconsoladamente. La fría faca entró en el cuerpo de María por la región renal izquierda, dañando la fosa renal y produciéndole de inmediato rotura de la arteria supra-renal y paravertebral. La hemorragia fue tremenda y la víctima entró rápidamente en “shock”. Manuel, cometida la fechoría, salió corriendo, como un cobarde, abandonando a su esposa herida de muerte, que exhalaba espeluznantes gritos de dolor.

El escándalo y los lamentos de la agredida alertaron al vecindario. José Marín Rosa, propietario del portal del inmueble donde ocurrieron los hechos, bajó a toda prisa y atendió de inmediato a la señora; también acudió Ramona Baspino y otros residentes. Alguno de ellos alertó a una pareja de guardias municipales y en un vehículo que circulaba por allí evacuaron a la herida a la Casa de Socorro de la calle Alcalde Muñoz. María estaba gravísima porque había perdido mucha sangre por culpa de aquella puñalada certera y criminal.

En el modesto, pero completo, centro sanitario hacían guardia los doctores Eduardo Pérez López-Echevarría y Ramón Durbán Remón y el practicante Enrique Asensi Aragón. Sin demora, comenzaron a atender a María, necesitando la cobertura quirúrgica del cirujano José Manuel Gómez Angulo y del responsable provincial de transfusiones de sangre, Enrique López Sánchez. Durante dos horas, los afamados médicos lucharon por salvar la vida de María, pero sus esfuerzos en el quirófano y las transfusiones de sangre fueron inútiles. Expiró a las once y media, dos horas después de ingresar y tras confesar y recibir los sagrados sacramentos que les fueron administrados por un sacerdote llamado a tal efecto.

El agresor se intentó quitar la vida arrojándose a las ruedas de un camión, pero solo se produjo heridas leves

Huyó hasta la Carretera de Ronda

Calle Emilio Ferrera
Calle Emilio Ferrera / D.A.

Mientras la víctima se debatía entre la vida y la muerte, el agresor huía despavorido por las calles de la ciudad. Con las manos y las ropas salpicadas de sangre, corrió a toda prisa por el Paseo, atravesó Obispo Orberá y cruzó la Rambla hacia la Huerta de Azcona, camino de no se sabía dónde. De repente, Manuel se encontró en la Carretera de Ronda, a la altura de la Carrera del Perú. Iba turbado, enloquecido por aquella sangría; fuera de sí. Y en esa ofuscación, mitad rabia, mitad temor por las consecuencias de su crimen, decidió arrojarse al asfalto justo cuando pasaba un camión.

Tan torpemente pretendió poner fin a su vida que el chófer del vehículo, Luis Milán Rueda, se percató de las intenciones de Manuel y pudo frenar a tiempo, ocasionándole apenas unas lesiones leves y rasguños. El chófer detuvo la marcha, atendió a Manuel y lo subió en la vieja camioneta, matrícula SE-17.873, para evacuarlo a la Casa de Socorro.

Y la paradoja del suceso. Mientras María era operada a vida o muerte en el quirófano, su agresor estaba magullado en la sala de asistencia de heridos. Algunos testigos afirmaron que sufrió perturbaciones mentales y casi un estado de epilepsia, pero nada impidió que la Policía lo engrilletara allí mismo.

El titular del juzgado de instrucción número 1, el soriano Flavio Martín Díaz (posterior presidente de la Audiencia de Albacete), fue alertado de inmediato junto a su secretario judicial, Manuel Orozco Benítez, y el médico forense Antonio Garrido Ruiz. Tras visualizar el charco de sangre en el espantoso escenario del crimen, la comitiva se trasladó a la Casa de Socorro, donde María ya era cadáver y su agresor permanecía bajo custodia policial. Minutos después de que el cuerpo inerte de la infortunada mujer fuese trasladado a la calle Buzo, para su velatorio y posterior funeral, las fuerzas de seguridad trasladaron al criminal a la prisión provincial de la Carretera de Níjar. Allí intentó hacerse pasar por loco, por una persona enferma sin raciocinio ni cordura; pero ésa ya es otra historia.

El sepelio de María tuvo lugar el lunes 13 de mayo a la una de la tarde. Pescadería acompañó a la madre e hijos de la finada en un amplio sentimiento de duelo, ya que la familia de la víctima era muy apreciada por sus vecinos.

Las referencias de aquel crimen dieron la vuelta a España. La agencia de noticias “Mencheta” emitió un teletipo y varios medios escritos publicaron el texto, entre ellos el diario ABC. Eso sí, no se incluía que el agresor era violento, que había sido abandonado por su esposa y que la mató ante el menor. El apuñalamiento se justificó en la prensa nacional por un “ataque de enajenación mental”. Cosas de aquella época.

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