El primer crimen del siglo XX

Bédar. Una fría mañana de enero de 1900, María Rodríguez Cano, de 63 años de edad, salió a coger leña en un barranco muy cercano a su cortijo, pero nunca volvió

José Ángel Pérez

30 de noviembre 2015 - 01:00

EL Este caso que aquí relatamos, puede considerarse como el primer crimen, al menos conocido, que se cometió en la provincia de Almería al inicio del siglo XX. La mañana del 10 de enero de 1900 hacía bastante frío en el municipio de Bédar. María Rodríguez Cano de 63 años de edad no se dejaba amilanar por las bajas temperaturas reinantes, así que, bien abrigada como hacía cada día, nada más romper el sol salió de su casa a coger leña en un barranco muy cercano a menos de un kilómetro de su cortijo en el paraje del Carato.

Sin embargo, alguien más madrugador que ella y amparado en la oscuridad de la noche se había adelantado a la mujer y acechaba ya sus movimientos ocultándose entre los árboles. María Rodríguez Cano pese a su edad era una mujer fuerte y vitalista a quien le cundía el trabajo. Cuando la indefensa mujer se encontraba de espaldas a su asesino amarrando un haz de leña con la intención de echárselo a la espalda, el criminal se acercó lentamente emprendiéndola a golpes y puñetazos hasta que la infortunada mujer, sin fuerzas y sorprendida por el inesperado ataque dio un traspiés cayendo al suelo. El asesino le amarró el cuello con una gruesa soga de esparto, arrastrándola varios metros y desde lo alto del barranco la arrojó por la pendiente de más de treinta metros de altura cayendo rodando hasta el fondo. El cuerpo de la mujer quedó totalmente destrozado por el impacto de la caída contra las piedras y lastre de la montaña inmóvil en el lecho de una rambla.

El criminal para rematar su sádica obra bajó hasta el fondo del barranco y amarró el cadáver de la víctima al tronco de un árbol. Según las autoridades judiciales y la Guardia Civil encargada de la investigación, se calculó que el horripilante crimen tuvo que cometerse en la franja horaria entre las entre las siete u ocho de la mañana, hora en que la mujer salió de su casa a buscar la leña y las diez momento en que un cazador que perseguía un conejo, se diera de bruces con el cadáver y pusiera el hecho en conocimiento de la Guardia Civil. En relación con este caso no existen noticias de que el autor o autores del brutal asesinato llegaran a ser detenidos, ni tampoco se aclararon los móviles del crimen. Descartado el robo y también que fuese un crimen pasional, la versión más barajada que circuló en aquellas fecha fue que el criminal actuó con tanta saña y todo obedecía a una calculada venganza.

En ese año y en el siguiente hubo otros crímenes o asesinatos que conmocionaron a la opinión pública. Es el caso del crimen de Tahal. La habilidad y firme decisión del juez municipal de esta pequeña localidad de la sierra de Los Filabres posibilitó en un corto espacio de tiempo que el autor de la muerte de Eduardo Castelo Latorre fuese detenido cuando ya pretendía huir a la sierra interceptándolo en el camino de Alcudia de Monteagud.

Meses más tarde, de nuevo la sombra del crimen planeaba sobre Lubrin. El terrible se produjo el 26 de noviembre de 1901 alrededor de las nueve de la noche. Fue una violenta riña suscitada entre el fallecido Eduardo Castelo y Rafael Sorroche cuando ambos discutían vehementemente en la calle Real al parecer por unos motivos relacionados con la compra de unas tierras. Rafael Sorroche utilizando una puntiaguda navaja que llevaba en el bolsillo se la clavó varias veces en el pecho a su oponente abandonándolo malherido huyendo del lugar. Antes de que abandonase el pueblo, el juez municipal alertado por los vecinos de la calle localizó y detuvo al agresor convenciéndole para que se entregara a la Guardia Civil y no agravase más la situación. El protagonista de este horrendo doble crimen llevaba solo una semana en Lubrin. Había vuelto a España, para ver a una tía y a su prima que vivían en esta localidad después de haber permanecido durante más de veinte años en Argelia sin que le constara oficio ni beneficio. El sobrino "prodigo" que volvió al hogar trajo la muerte. Los primeros días fueron bastante bien. Los vecinos veían con agrado el tratamiento que el joven les daba así como a sus familiares colaborando en las labores del campo.

La noche del 11 de agosto de 1901 poco antes de las doce muchos vecinos de la calle El Sol con la fresquita empezaban a descabezar el sueño. Unos alaridos y fuertes gritos provenientes de la vivienda de Carmen Fernández despertaron a más de uno. Alarmados salieron a la calle aporreando la puerta de la mujer sin que nadie les diera respuesta. Al forzar la puerta, ya que sabían que tenían que estar allí la tía y sobrina se encontraron con un terrible cuadro. En el comedor junto a la puerta de la pequeña cocina se encontraban los cuerpos degollados de las dos mujeres. Ambas tenían uno profundos cortes en la garganta que les provocó de inmediato las muertes desangradas. El sobrino antes de que llegasen los vecinos había logrado escapar saltando por una ventana.

El motivo de los crueles asesinatos fue robarle a la anciana los ahorros de toda su vida, una mísera cantidad, que la mujer guardaba en un viejo armario de la cocina. Ramón Fernández Pérez, que así se llamaba el asesino logro huir de la acción de la justicia. Se marchó a la sierra y no se volvió a saber nada de él.

Otro singular crimen fue bautizado como el caso del juez municipal.

Aunque en su día el caso fue muy comentado, los móviles del crimen no se llegaron a saber de una manera fehaciente. Hubo eso sí, rumores de toda índole. Pedro Sánchez Rodríguez, juez municipal de Oria, fue asesinado la tarde del 23 de agosto de 1901 en esta localidad cuando en unión de sus dos hijas se encontraba junto a otras personas conversando en la calle de San Pedro. Todo se produjo muy rápido. Un joven de 18 años de edad, identificado como Isidro Masegosa Martínez se aproximó al grupo en que se encontraba el juez municipal y por sorpresa le asestó una puñalada por la espalda.

El joven huyó a la carrera desapareciendo por las calles adyacentes mientras las hijas y amigos del juez trataban de reanimarle tapando las heridas de las que manaba abundante sangre. Nadie se explicó el suceso, aunque hubo personas que lo relacionaron con el hecho de que el juez no quería que una de sus hijas tuviese relaciones con el muchacho, motivo por lo que éste lo apuñaló. Otros hablaron de que el padre del joven estaba en la cárcel enviado por el juez acusado de un robo que no cometió. Todo eran rumores, ya que acerca del caso no se facilitó entonces una versión oficial.

Un crimen "clásico" de la España rural de aquellos años donde por una cuestión nimia o unas viejas desavenencias salía a relucir ese falso orgullo de "limpiar el honor" aunque le fuera la vida en ello. Este homicidio se produjo en la localidad de Tabernas, la noche del 14 de mayo de 1901. Fue en plena plaza junto a la iglesia parroquial. Joaquín Cruz, guardia municipal del ayuntamiento de Tabernas hacía una hora que había cerrado las puertas de la casa consistorial y se disponía a marcharse a su casa. Antes como cada noche, solía ir a ver a unos amigos que jugaban al "subastao" en un bar de la plaza. Antes de entrar en el local se encontró con Juan López Garcia, otro vecino del pueblo con el que mantenía un antiguo enfrentamiento que se remontaban al tiempo de sus padres. Los dos hombres nada más verse comenzaron a insultarse echándose en cara la culpabilidad de los hechos que los mantenía enfrentados. De repente, Juan López sacó de la blusa una navaja y se la clavó al guardia en el pecho. El agresor huyó de inmediato por el camino del cementerio. El infortunado guardia municipal falleció unas horas mas tarde cuando el médico le trataba taponar las heridas, pero sin éxito ya que estas le habían provocado una grave hemorragia interna. Avisada la Guardia Civil se dieron batidas por la sierra buscando al criminal aunque no pudo llegar a ser detenido.

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