Un pueblo serrano que presume de tranquilidad y su mimo por el mármol

Albanchez se ubica en el Valle del Almanzora, y con apenas 800 habitantes, es un gran reclamo turístico en la comar por sus típicas casas blancas y sus calles adoquinadas

Paqui Martínez

08 de diciembre 2013 - 05:01

El municipio de Albanchez cuanta con casi ochocientos habitantes. Es uno de los pueblos del medio Almanzora que descubriremos en la ladera norte de la Sierra de Los Filabres. Un pueblo serrano, con casas encaladas, apiñadas y en cuesta subiendo hacia el cerro y con numerosas pedanías como El Barranco del Infierno, Los Borregos, Los Calesas, La Carrasca, La Fuente del Tío Molina, La Hoya de la Zarza, Los Jeromos, Los Molinas, Los Morillas, La Palmera, La Piedra de Zahor, La Tía Lucía y Los Utreras.

Las primeras noticias históricas relacionadas con Albanchez se refieren a su conquista por las tropas murcianas en 1436, en una expedición en la que también dominaron Albox, Arboleas, Zurgena, Overa y Cuevas.

Pueblo blanco donde se respira tranquilidad y donde muchos de sus vecinos mantienen su pequeño huerto, aunque es la industria relacionada con la transformación del mármol obtenido en las canteras cercanas, la que sustenta la economía de esta localidad. En los últimos años además varias empresas del sector agroalimentario han elegido Albanchez para ampliar sus instalaciones.

Precisamente el mes de diciembre es época de matanzas, un momento ideal para visitar Albanchez y disfrutar de esta tradición; a buen seguro los vecinos les invitarán a colaborar en la elaboración de sus embutidos, una de las tradiciones más antiguas de los albancheleros. Recorran su casco antiguo, las plazuelas que encontrará diseminadas por algunas de las calles más significativas y haga una parada especial en su Iglesia Parroquial dedicada a la Encarnación, un templo construido en el centro de la villa en el año 1.720. Preside el altar mayor una pintura al óleo de la Encarnación y las imágenes de culto de Jesús Nazareno, San Ramón y San Francisco de Asís. En la capilla del Evangelio encontramos un San Antonio de Padua, y en la Epístola, la Virgen de los Dolores y la del Rosario. En el altar mayor, de orden dórico, hay tres lápidas sepulcrales, fechadas en 1729-1730.

Déjese guiar por los vecinos del pueblo, le llevarán hasta los Arcos de la Rambla del Pozo, como se conoce en el lugar al Acueducto Romano de Albánchez, una construcción hidráulica excepcional, cuyo origen puede ser romano aunque está sin confirmar. El primer dato escrito de los arcos data del siglo XVII y hace alusión a su uso para el regadío, fin para el que ha sido utilizado hasta principios del siglo XX.

La construcción del Acueducto Romano de Albánchez ha sido conservada prácticamente en su totalidad y presenta 44,8 metros de anchura desiguales cuyas luces oscilan entre los 7 del arco mayor y los 4,2 metros del menor. Este Acueducto Romano de Albánchez situado a unos kilómetros del núcleo urbano, se compone de cinco arcos emplazados a más de veinte metros del cauce de la rambla, hecho que ha favorecido su conservación, ya que ha impedido que las crecidas de los ríos tan normales en estos parajes lo dañaran. Frente a la solidez de sus pilares, los enclaves de la obra en la ladera del barranco han cedido y obligado a la realización de diferentes restauraciones que afectan a los arcos laterales, sobre todo al oeste, y al central de 7 metros de luz derrumbado en tiempos pasados y que ha sido restaurado.

Mención especial merecen sus fiestas. Los Moros y Cristianos que se documentan en el siglo XVIII y están vinculados a las fiestas patronales según los textos conservados en el Archivo Histórico Municipal de Albanchez. Tiene su origen en las representaciones soldadescas de Moros y cristianos. La tradición se mantiene con altibajos hasta 1920, cuando desaparece. A finales del XX un grupo de jóvenes se propone recuperar la tradición y para ello contrastan textos empleados durante las representaciones con la memoria de los más ancianos de la localidad.

Desde ese momento se lleva a cabo la representación por las calles del pueblo, con los textos recuperados y ropajes confeccionados por Vicente Ferrandis siguiendo patrones del XVII y materiales y fibras de la misma época. Las Fiestas patronales de San Roque que se celebran a mediados de agosto en honor de la Virgen y San Roque, este último el patrón del pueblo que cuenta además con una pequeña ermita, son sin duda, otra de las épocas en las que vale la pena conocer este pequeño pueblo del norte de la provincia. Y si se sienta a la mesa, no deje de probar el arroz con conejo, unas migas o las patatas bocabajo, no se arrepentirán.

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