Almería

Una puerta para un Rey

  • El único testimonio gráfico del Arco del triunfo efímero de Almería, es el grabado publicado en la revista 'La Ilustración española y americana' el 8 de abril de 1877

Una puerta para un Rey

Una puerta para un Rey

Pocos elementos son tan fascinantes como las puertas o, más ampliamente, los umbrales. Si bien las primeras definen un límite entendido como el ámbito de encuentro entre el exterior y el interior, los segundos son espacios de transición más dilatados. Las puertas definen un 'adentro' y un 'afuera'. Concretan lo que es de uno y lo que es de los demás. En definitiva, subrayan con claridad los dos pronombres donde el hombre se reconoce a sí mismo y a sus semejantes: 'yo' y 'tú'. El espesor de sus fábricas, la altura de su hoja y la ceremonia de ingreso, delatan la importancia de lo que protegen, o presagian la importancia de quien esperan.

Con motivo del viaje a Almería del rey Alfonso XII en marzo de 1877, se erigió un Arco del triunfo en el entonces llamado Paseo del Príncipe, una puerta efímera, según el diseño de Trinidad Cuartara Cassinello, en aquel momento, arquitecto municipal. Es decir, una puerta para un Rey. Los arcos de triunfo son herederos, tipológicamente, de aquellos por los que el ejército romano cruzaba jacarandoso con la firme intención de obtener la purificación, aunque fuera simbólica, después de haber derramado sangre -o de haberla hecho derramar- en las batallas. Es a partir del siglo XV cuando su génesis castrense dio paso a que se emplearan también para conmemorar las glorias de algún pueblo o el recuerdo de algún hecho, como desposorios o exequias, pero sobre todo para celebrar la llegada de algún personaje importante, en este caso de un Rey. Al tratarse estos últimos de arquitecturas efímeras, que caducaban cuando el viajero volvía a partir, tantas veces se emplearon como campo de pruebas para el ensayo de algún motivo o decoración arquitectónica.

Una puerta no se corresponde sólo con un elemento físico acotado y delimitador

El único testimonio gráfico del Arco del triunfo efímero de Almería, es el grabado publicado en la revista 'La Ilustración española y americana' el 8 de abril de 1877 y que lo describe así: «El número 3 reproduce el arco de triunfo erigido en el Paseo del Príncipe, en Almería, a expensas del Ayuntamiento, según proyecto del arquitecto D. Trinidad Cuartara: su fachada medía 14 metros y 20 metros su altura; estaba adornado con estatuas y alegorías; en el frontispicio resaltaba la inscripción siguiente: 'Viva el Rey D. Alfonso XII, el Pacificador', y le servía de remate un lindísimo trofeo». Además de esos datos, se puede decir que el alzado tenía una disposición tripartita, tanto en horizontal como el vertical, y que un único arco de medio punto situado en el centro tenía una anchura de paso de 4,5 metros y una altura de 9 metros, quedando su imposta a 6,75 metros desde el nivel del suelo. Esta línea horizontal, decorada con una moldura, separaba el nivel inferior formado por dos pilastras de igual anchura, situadas a cada lado del arco y construidas aparentemente de ladrillo, del nivel superior construido con sillares de piedra y donde se reconocen las dovelas del arco. Las dos pilastras laterales, que además disponían de un zócalo de 2 metros de altura, estaban vigiladas por dos estatuas situadas en sendas hornacinas coronadas por un frontón triangular. Arriba, dos ángeles, situados a cada lado, vigilaban la coronación del arco. Y sobre el cuerpo principal, rematado con una moldura doble, se construye otro de menores dimensiones, a modo de remate, en cuyo frontispicio se situaba la inscripción antes comentada, también coronado por otra moldura. Todo el conjunto lo remata lo que parece ser un escudo y dos banderas, haciendo que el Arco del triunfo llegara a la sorprendente altura de 22 metros, equivalente hoy a un edificio de siete plantas.

El director del periódico 'Las Provincias', Teodoro Llorente, iba narrando, a modo de corresponsal, las particularidades del viaje del Rey. A bordo de la fragata 'Vitoria', el 17 de marzo de 1877, el periodista escribe que la escuadra real se halla por fin en los mares andaluces -procedente de Santa Pola- y describe con gusto las montañas del Cabo de Gata y la primera impresión desde la Bahía de Almería: «las líneas horizontales de sus edificios, coronados de planas azoteas, como las poblaciones del Oriente, están cortadas por los mástiles y penachos de las palmeras, y se destacan sobre el fondo, rico en color y luz, de unas montañas desoladas, sin un árbol, sin una mata. En las cumbres más próximas a la ciudad, como caprichosa diadema, se dibuja la silueta angulosa de una fortificación de carácter enteramente morisco». Esta hermosa descripción insiste en la idea de que la primera puerta de toda ciudad, es el modo en el que ésta se presenta ante los demás dominando y construyendo su propio paisaje. Por tanto, una puerta no se corresponde sólo con un elemento físico acotado y delimitador de dos mundos opuestos, sino también de un territorio emocional de límites difusos.

Una vez atracado en el puerto, y después de las salvas, músicas y vítores, el joven Rey -contaba sólo con 20 años de edad- montó en un carruaje tirado por cuatro caballos, y acompañado del ministro de Marina, el gobernador civil Onofre Amat y el alcalde Juan de Oña, recorrió las principales calles de la ciudad. En el Malecón, fueron recibidos por un arco de 'gusto árabe' y dos pirámides de esparto -siempre según la versión del periodista. La crónica sigue de la siguiente manera: otro Arco -este sí, el nuestro- de vastas proporciones, hecho de pintados lienzos, y dedicado por el Ayuntamiento al Rey Pacificador, se destacaba en medio del paseo del Príncipe Alfonso.

Salvo ese dibujo, y las crónicas de aquel viaje, no existe otro documento que certifique que el Arco del triunfo finalmente se erigió, ni que de hacerse, se construyera con fábrica pesada o que se tratara de un artificio de madera y cartón. Esa es la lección que nos regalan muchas de las obras de arquitectura efímera, o aquellas que sólo existen en la imaginación colectiva: en tener la posibilidad de perdurar intactas para siempre en nuestra memoria.

Grabado del Arco de triunfo diseñado por el arquitecto Trinidad Cuartara Cassinello. Fuente: Revista 'La Ilustración española y americana', 1877.

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