Te quiero para toda la vida

Antonio Alías y Carmen Molina celebraron en Chercos sus Bodas de Oro en la misma iglesia, con las mismas ganas

Una lluvia de arroz para recibir a la pareja, que rememoró de este modo sus cincuenta años de matrimonio.
Una lluvia de arroz para recibir a la pareja, que rememoró de este modo sus cincuenta años de matrimonio.
Berta F. Quintanilla / Almería

04 de abril 2011 - 01:00

Blanco y negro. Que fue como un flechazo. Una de esas veces que el corazón gira, se coloca bocabajo, gira y termina por rendirse a lo evidente. Chercos. Una era. Y Cupido, o quien sea, haciendo de las suyas. En ese momento se quedaron prendados. El uno del otro. No hubo más. Año 1961. La iglesia está adornada y el padre Joaquín les espera al pie del altar mayor. Todo es sencillo. Como ellos. A los que les basta una sonrisa para regalarse el mundo.

Por aquellos entonces no podían ni imaginar que les quedaba todavía mucha vida por delante, que les faltaba por verle la cara a sus cuatro estrellas, por seguir soñando. A la hora del banquete, cacahuetes, garbanzos y vermú, "que no sé si todavía seguís llamándole así", dice Carmen Molina, la renovada novia. Renovada porque ahora luce igual que entonces. La misma mirada y brillo en los ojos.

En color. Llega el fin de semana. Van arreglados, porque la ocasión lo requiere. Uno de sus hijos le ha regalado a Carmen un liguero. Su marido, Antonio Alías, siempre a su lado, la mira igual que el día de la era. El tiempo ha pasado, pero las hojas del calendario no se han querido llevar consigo el cariño, ni los momentos.

Una idea. ¿Por qué no hacer una fotografía delante del altar, igual que el día de su boda? "Hay mucha gente en la plaza", dice ella mirando por la ventanilla del coche. Bueno, será el buen tiempo, le contestan. Es una sorpresa. La iglesia está adornada. Aroa guarda una sorpresa para ellos. Pero no lo saben. A las 12:00 horas, entran por la puerta principal. Suena, como entonces la marcha nupcial. Dani duerme fuera en brazos de su madre. Los bisabuelos se casan de nuevo. Tras 50 años queriéndose.

La ceremonia es parecida a la de entonces. Oficiada, eso sí, por el sacerdote Antonio Flores. "Un jovencito", recuerda Molina. "Todo ésto fue una sorpresa de nuestros hijos, no teníamos ni idea de dónde íbamos, mi hijo Eduardo nos comentó que si me haría ilusión regresar al pueblo para volver a ver la iglesia". "Cuando me dijeron que el cura llevaba una hora esperándonos me entraron los nervios, y más aún cuando ví a mi padrino que estaba en la plaza, esperando", explica Carmen. "Me tomó del brazo y me dí cuenta de que había venido muchos a verme. Fue emocionante".

Empieza la misa. "Muy bonita, con anillos y todo que trajo mi nieta Aroa". Y a la salida, como siempre, mucho arroz. Como los novios de toda la vida. Sonrisas y felicitaciones. Que se han vuelto a encontrar en el cruce de sus caminos. Un te quiero para toda la vida. A continuación, la fiesta. Todos juntos fueron a pasarlo bien. Para recordar los momentos vividos cincuenta años atrás, garbanzos, cacahuetes y, aunque faltó el vermú, no fue necesario. Lo pasaron muy bien. "No lloré, me aguanté, estuvimos muy agusto". "Mis hijos son increíbles", sentencia. Los hermanos Alías, Carmen, Antonio, Isabel y Eduardo han sido los impulsores de la idea, se han puesto todos de acuerdo para conseguir hacer felices a sus padres. A los abuelos. A los eternos enamorados.

Blanco y negro, con fundido en sepia de nuevo. Un olivo. Cuando se casaron, hace 50 años, nunca se habían dado un beso. Fue debajo de un árbol. Tras la ceremonia.

Han vuelto a reconocerse como antaño, se han buscado con la mirada y han dado con una juventud muy conocida, que les deparó momentos inolvidables. Para poner el broche de oro, "nos vamos de viaje de novios a Tenerife, salimos de Madrid y estamos encantados, cómo no". Los dos son felices. "Nos emocionamos cuando recibimos una llamada de cualquiera de nuestros hijos para decirnos que somos los mejores padres del mundo". Cae la noche. Hoy todas las estrellas son suyas.

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