Recuerdos del Sahara (II). Destino en el destacamento del Cabo Bojador o de D. Enrique el Navegante

Almería

Ya en el destino del infante del Reino de Portugal

Recuerdos del Sahara (I). Llegada a El Aaiún

Foto en Cabo Bojador
Foto en Cabo Bojador / D.A.
Ángel Agis Marín

19 de enero 2025 - 07:01

Una vez llegué al destino, me presenté al jefe del mismo, que era un teniente de Infantería de Marina (no recuerdo su nombre), y a la dotación del personal que la componía. Lo formaba un sargento, un cabo primero y los soldados de reemplazo (no sé si 30 aproximadamente). Todos eran de Infantería de Marina, porque fueron los de este cuerpo los que tomaron posesión del Faro cuando el Frente Polisario, que estaba levantado en armas, se había apoderado de él, lo apagaron y lo averiaron. Raptaron también a los faristas y a sus familias, a las que, dicho sea de paso, trataron en general bien, devolviéndolos otra vez a territorio español por Argelia.

Después, el mando del destacamento pasó al capitán Viñas, también, como es lógico, de Infantería de la Marina, que había relevado al teniente que estuvo al mando hasta ese momento.

Los funcionarios que atendían el servicio del Faro eran técnicos en señales marítimas (faristas), cuyos nombres menciono a continuación: Pedro Alberto Albores de Camariñas (La Coruña); Eugenio Ruiz Osés (Sanlúcar de Barrameda), practicante como yo; y Antonio Roselló (Ibiza); estos pertenecían al sector de Canarias y su jefe se llamaba José Manuel Fernández Muñoz. Con todos hice una gran amistad. El jefe tuvo el detalle de comprarme una máquina de fotos marca Zeiss con lente ojo de halcón, que era una maravilla. Cuando estaba libre de mis asistencias sanitarias, me dedicaba a retratar todo lo que se ponía a tiro: una jaima de nativos, algún camello, momentos de la actividad diaria en la zona, etc. La máquina de fotos la aboné al que me la trajo en cuanto pude tener el dinero de su importe.

Una vez cambió el viento de la zona, en vez de norte a sur, como era corriente, lo hizo de este a oeste, o sea del interior del desierto hacia la costa. Entonces vino con ese viento una invasión de langostas, que se aposentó en la zona de cabo Bojador, comiéndose la poca vegetación que había.

Un día me anunciaron la llegada de un barco velero llamado “El Gran Tarajal” de tres palos que, junto con el buque mercante “Fuerteventura” de la Compañía Transmediterránea, nos llevaba una vez al mes los víveres para el destacamento: botellas de agua envasada de “Firgas” (Canarias), cerveza, verduras y legumbres, harina y demás productos alimenticios para cocinarlos. En la escarpada costa había una grúa que subía toda la comida y bebida al espigón, para su posterior traslado al almacén-economato del puesto. Los sargentos eran los que atendían normalmente el servicio a los que acudían a comprar dichos alimentos, como galletas, cervezas y otras chucherías. Recuerdo a los sargentos Pascual Isaac y Mula Zapata con los que hice gran amistad.

Cuando llegué al destacamento se me cedió una sala en el edificio del Faro para consultas sanitarias, que yo acondicioné con medicinas y todo lo que puede hacer falta en él; me las proporcionó el teniente médico Moles: aquecilina inyectable, aspirinas y antigripal de la farmacia militar, antidiarreicos, sulfadiazina (sobre todo en verano), espasmolíticos, antihemorrágicos, coagulantes, cloruro cálcico para anafilaxias; y de instrumental: un bullidor metálico eléctrico para esterilizar los agrafes, pinza porta y quitaagrafes, pinzas de disección, de pean, de Kocher, tijeras y jeringas de diferentes centímetros cúbicos, agujas de diferente calibre para medicación inyectable. Además de vendas, gasas, algodón y apósitos para las curas, también tenía férulas de alambre y tablillas de madera para inmovilizaciones de miembros tanto superiores como inferiores. Tenía también sueros glucosalinos con gas a presión para inyectarlos en la pared abdominal, alcohol, agua oxigenada y yodo. Cuando tenía algún caso más delicado en cuanto a la medicación, recurría al Teniente Moles para que me orientase y autorizara a aplicar el tratamiento. Este médico, del cual dependía yo, estaba en el Puerto de Socorro de la Playa de El Aaiún, a 200 kilómetros aproximadamente de Cabo Bojador, pero nos comunicábamos por radio, pues había una emisora en el Faro, al frente de la cual estaba un sargento del Cuerpo de Ingenieros Telegrafistas.

Foto en el hospital de El Aaiún. En el quirófano del hospital.
Foto en el hospital de El Aaiún. En el quirófano del hospital. / D.A.

Mi jornada de trabajo y actividades sanitarias comenzaban después de desayunar. Me iba a la sala-botiquín para atender a los que precisaran de asistencia sanitaria. Iban los nativos y los militares. Una vez atendidos sanitariamente los que lo precisaran, venían los futbolistas con el balón de fútbol y me decían: “mi brigada, al partido”. Subía a mi habitación, me ponía de corto y al campo, que estaba dentro del recinto del faro, y que no era muy grande, tenía sus dos porterías, y allí estábamos jugando hasta cansarnos. El equipo contrario lo capitaneaba el farista Eugenio, y lo conformaban sus soldados. Después, ducha y a comer. Lo hacíamos en el comedor del faro, el capitán, los faristas, el sargento de Marina, el sargento de la emisora de radio y yo. Después, siesta, y a media tarde iba a las jaimas a visitar a los que no habían acudido a consulta por haberles sido imposible. Allí me instaban a participar en la clásica toma de té: primero sólo té, el segundo con yerbabuena y el tercero lo mismo. Me decían: “tú tomar té «forzoso»”, así que les obedecía en la consumición. A continuación, regresaba al Faro, pues tenía orden del capitán Viñas de hacerlo antes de la puesta de sol y del encendido del foco de luz del faro. Después de la cena, echábamos alguna partida de cartas, disertábamos sobre diversos temas y a la cama. Yo tenía una radio-transistor donde enchufaba las noticias o música hasta que me dormía.

También teníamos de vez en cuando nuestro “tapeo”. En la bajamar, el cabo primero Murillo se iba en el camión con algunos soldados al criadero rocoso que había más al sur a extraer mejillones y percebes de gran calidad, por su tamaño y por no estar nada contaminados. Los mejillones, una vez lavados con agua dulce, los poníamos en una plancha metálica (la tapa de algún bidón), apoyada en tres piedras, y con fuego debajo los asábamos. Y con cerveza, ¡cómo sabían de ricos! Por otro lado, el soldado cocinero cocía los percebes en una marmita de cinc, que saboreábamos con deleite. Como es lógico la tropa también participaba del “tapeo”. Ese día la comida de medio día se quedaba en la cocina sin consumir.

Un día acudió a mi consulta una abuela nativa con su nieta, llamada Embarka Men Alí de la Kabila de Ula-Idrain, para ver qué podía hacer por la niña, de cuatro años de edad. Según la abuela, la madre había fallecido por enfermedad pulmonar. La niña estaba desnutrida, sin ganas de comer. Entonces, empecé a darle vitamina C en ampollas, complejos enriquecidos con vitaminas y estimulantes del apetito. Al cabo de unos días la niña empezó a animarse a comer, le daba unas galletas que traían al economato, que eran muy complejas y alimenticias, y leche en polvo de la ayuda americana, que había dejado el Gobierno General del Sáhara para que lo administrara en los casos de necesidad (y así lo hacía con los enfermos y desnutridos). También di galletas a la abuela. La niña se recuperó de su estado inapetente y logré que su vida no se perdiera, después de la atención dada en ese momento.

Embarka tenía un tío, hermano de su madre, que tenía una tienda en el zoco de El Aaiún. Se llamaba Mohamed, yo le decía Mohamito, y aquí hay que citar una cosa que ocurrió hace poco tiempo, y fue que mi hijo Francisco puso en Internet una foto en la que yo tenía en brazos a la niña en Bojador, reproducida justo encima de este párrafo. Un primo suyo, hijo de Mohamito, captó la foto y le mandó un mensaje a mi hijo, diciéndole que la niña había crecido sana, se había casado y tenido hijos y que vivía por la zona de cabo Bojador. ¡Quién iba a pensar todo lo que había ocurrido después de mi regreso a la Península! Ellos me recuerdan como el Brigada Ángel que había salvado la vida a Embarka. Su tío me dijo un día en el Aaiún que la niña era hija mía por sacarle de su grave estado que había padecido. Un epílogo feliz de lo que sucedió hace 60 años en un lugar llamado Cabo Bojador del Sáhara Español.

Quiero recordar al mecánico que colaboraba con los faristas, llamado Mohamed (casi todos los hombres se llamaban así, pero con sus apellidos correspondientes), el cual me hizo un gran servicio como traductor, pues venían nómadas del interior del desierto que no sabían hablar español y este solía traducir las afecciones que padecían y yo igualmente le decía lo que tenían que tomar. En invierno, los catarros los combatíamos con antigripales, y las neuralgias, con aspirinas que los nativos llamaban “fenil de ras”. Aparte del traductor aprendí palabras del árabe vulgar de las zonas del cuerpo humano. Por ejemplo, a la cabeza le llamaban “el ras”; al tórax, “gachus”; los miembros superiores, “el bras”; los miembros inferiores, “los cras”; el abdomen, “el garchús”. El dolor “yusa”. A la inyección “dengue”, y no quiero “gualo”. Los “golletes”, niños que lloraban cuando iba a inyectarles alguna medicina, “yusa, yusa, gualo dengue”. Aprendí a contar en su idioma, pero solo del uno al diez. Otras palabras, “chivana”; “juif, quif”, igual; “fuisda”, ido, majareta. “Ana”, “anta”, “jada”, eran ‘yo’, ‘tú’, ‘él’; “safi” era ‘fin’; los nativos decían que yo era el “tebit”, el médico. En fin, algo aprendí para entenderme con ellos para la administración de las medicinas, según sus padecimientos.

Un día acompañé en el camión del puesto a algunos del destacamento a recoger leña seca de arbustos para el horno, pues había un soldado panadero que hacía el pan diariamente, tan bueno como la comida que preparaba nuestro cocinero. Salimos en busca de la leña a zonas de antiguos oasis donde habían crecido arbustos, ahora secos, que llamábamos “gradas” o “gredas”. El sol lucía radiante y dejamos la pista principal para adentrarnos buscando la leña. Entonces apareció una niebla que oscureció el sol y, cuando quisimos regresar al Faro, estábamos desorientados, no sabíamos por dónde estaba la pista principal. Cada uno daba una opinión de orientación en medio del desierto. Que si es por aquí, que si es por allá. No nos poníamos de acuerdo. Entonces intervine yo, y dije: “el viento sopla normalmente de norte a sur en el desierto del Sáhara, y, al hacerlo así, se forma una pequeña dunita detrás de las matas, señalando que la parte delantera semicircular apunta al norte, la cola de esta al sur, la parte derecha al este y la izquierda al oeste”. Ya teníamos la solución, viajando rumbo oeste íbamos a la costa hasta encontrarnos y cruzarnos con la pista principal. Así lo hicimos y, cuando alcanzamos la pista principal, que cogimos muy al sur del Faro, todo fue subir hasta llegar al destino que buscábamos; y así acabó la pesadilla de la desorientación y respiramos ya tranquilos.

Ya traté de la atención sanitaria en otra sección del episodio. Una de las dolencias más frecuentes entre el personal nativo eran las neuralgias de miembros inferiores, debido a permanecer mucho tiempo dentro del agua del mar recogiendo las algas que, después de secarlas al sol, las llevaban a un barracón de una compañía que se dedicaba a su explotación en la zona. Aprovecho para recordar al conductor del camión y del jeep que iba y venía a El Aaiún, se llamaba Barreiros, era gallego y excelente persona, con el que hice una gran amistad; con él iba y venía en sus vehículos con permiso del capitán Viñas, a El Aaiún, al banco o a resolver otros asuntos particulares. El encargado de atender a los nativos en sus transacciones era también un nativo llamado Mohamed, y de apodo “el cachorro”; él recibía las algas y, después de valorarlas, las canjeaba por té, azúcar, legumbres y otros productos alimenticios. Además de las neuralgias, en invierno atendía los resfriados con antigripales y aspirinas, y en verano las diarreas con antidiarreicos (sulfaintestín), bismuto y opio. En casos severos de deshidratación empleaba sueros salinos y glucosado con gas para su aplicación en la pared abdominal.

Los martes venía un avión Junker de Canarias con la correspondencia, paquetería y periódicos. Después despegaba rumbo a Villa Cisneros y volvía a continuación a Canarias.

Como dato anecdótico, recuerdo a un artesano que trabajaba la plata haciendo alfileres y adornos muy artísticos, le llamaban “el mojarrero”. En cierta ocasión, una nativa negra me quiso regalar un colgante en forma de rosco que ella lucía en su cuello, era amarillo, yo creo que era de ámbar, por agradecimiento a mi atención sanitaria, que yo le agradecí, pero no acepté.

Tuvimos también momentos muy tristes, como un caso que paso a relatar. Una hija pequeña de Mohamed “el cachorro”, por descuido de los padres, estuvo comiendo chocolate en polvo. Al día siguiente le empezaron las molestias digestivas por esta ingestión; yo, al verla así, le dije a la madre que la llevara al hospital de El Aaiún, aprovechando que el conductor de la compañía de las algas (Barreiros) se iba a desplazar a la capital. El padre no se encontraba en Bojador, pues se había desplazado a otro poblado más al sur con la recogida de las algas. La madre se negó a ir al hospital, alegando que, al no estar su marido, ella no se sentía con la responsabilidad de llevar y acompañar a su hija al hospital. La niña seguía empeorando de una posible obstrucción gastrointestinal. Yo le combatía la deshidratación con sueros gas a presión aplicados en la pared abdominal, antitérmicos. Aprovechando que se encontraban frente a Cabo Bojador fondeado el buque hidrográfico de la Armada Española, el “Tofiño”, le solicité ayuda al servicio médico y sanitario, que acudieron con medicación y más sueros. Después de dos días, llegó a Bojador el padre de la niña, “el cachorro”, el cual solicitó al capitán Viñas que hiciera las gestiones para evacuar a su hija al hospital; este, viendo la gravedad de la niña, envió un parte al Gobierno General del Sáhara, el cual contestó enseguida que a la mañana siguiente a primera hora enviarían un avión Junker para la evacuación de la niña al hospital de El Aaiún, por presentar un cuadro de abdomen agudo. El avión llegó a Bojador y yo le entregué al comandante del aparato un informe con todo lo que le habíamos tratado para que le entregara al médico de guardia del hospital. El caso era grave, por la afección que padecía la niña y por el tiempo que había pasado sin atenderle el equipo del hospital. Según me dijo su padre al regreso al destacamento, le habían realizado todo lo que fue preciso, pero no hubo solución y la niña falleció. Esto fue muy doloroso para sus padres y para mí, que le había atendido con mis posibilidades. Después de este fallecimiento, en mi área de Cabo Bojador, ni con deshidrataciones, ni con resfriados se me murió un solo niño ni adulto.

Pero cambiemos de tema y celebremos la festividad de la Virgen del Carmen, patrona de la Marina Española y de los pescadores. Fue el 16 de julio, ese día tuvimos misa en el destacamento, oficiada por un sacerdote misionero de la Iglesia de El Aaiún, que habían traído en avión los delegados de la compañía de Iberia con representación en El Aaiún. Al final de la misma se cantó la salve marinera, Hubo comida y bebida extraordinaria y la jornada festiva fue muy grata y completa.

Respecto a la parte técnica del Faro, tenía dos grupos electrógenos que alimentaban la energía necesaria para el servicio del mismo y también proporcionaban luz a las dependencias y energía a los frigoríficos y demás aparatos eléctricos. El faro, además del foco de luz, tenía radio. También existía en el destacamento una emisora de radio, atendida por un sargento radio-telegrafista del Cuerpo de Ingenieros, que nos mantenía en comunicación con el exterior.

Y, como dice la hoja de servicios, sin más novedades finó el año, tiempo en que tuve ocasión de tratar y conocer a una gran cantidad de personas de diferentes clases que, por una causa u otra, pasaron por el Faro: civiles, militares y nativos, a los que atendí en mi enfermería cuando lo precisaron. Al final del mes de enero, en el que cumplía mi año de destino en el Sáhara, se me concedió un permiso colonial de 60 días. Vino a relevarme en el destino del destacamento de Cabo Bojador mi compañero de promoción Saturnino Amado Loreño, al cual instruí e informé de todo lo concerniente al servicio sanitario, haciéndose cargo del botiquín y de la relación de las asistencias que dábamos a los nativos en un cuaderno de consultas, apuntando nombre, familia, afección y tratamiento dado en cada caso. Una vez entregado el destino, me trasladé a El Aaiún, para preparar mi viaje a la Península, que realicé en avión con otro compañero de promoción, José Santos Alija. Antes realicé el viaje a las Palmas, donde me surtí de toda clase de regalos para los familiares. Santos se quedó en Madrid, donde tenía su familia, y yo me vine para mi querida Almería. El viaje de Cabo Bojador a El Aaiún lo realicé en el camión de mi buen amigo Barreiros, el cual nos invitó a comer en su casa de las Palmas el día antes de venir a la Península.

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