ABLA: DE MORO A BAZÁN (y II). Todo un cuento verdadero

Almería

Tiempo de revolución. Pese a haberse convertido al cristianismo, los musulmanes en la España de los Reyes Católicos preparan una rebelión

ABLA: DE MORO A BAZÁN (y II). Todo un cuento verdadero
ABLA: DE MORO A BAZÁN (y II). Todo un cuento verdadero / D.A.
José Luis Ruz

Almería, 31 de octubre 2021 - 06:00

Primer día de Navidad de 1568. Juegan a naipes unos cuantos de los pocos cristianos viejos que hay en Abla: el sacristán, un jugador imbatible, cae rematado por un mozalbete. Falta atención. Llevan días observando visitas de forasteros y las idas y venidas más frecuentes de lo habitual entre las casas de los moriscos… las mantecadas, pecados para moro, solo van a las bocas niñas; las mujeres en el rincón, calladas, juguetean con el fuego.

Esta noche no dejan que los candiles consuman sus pabilos: pellizco con los dedos ensalivados y al jergón; abatidos por los malos presagios son incapaces de coger el sueño. Noche negra en blanco a la contra de la blanca noche esperanza de sus vecinos moriscos que andan ahora en rebelarse por la recuperación del reino…

Tres horas antes del alba hacen sus hatos y en silencio aparejan las bestias y toman con sigilo el camino de Fiñana. Temerosos de ser descubiertos, mil se les antojan las dos leguas que separan ambos pueblos, llenas de los emboscados que tan bien saben crear el miedo y la noche… cuando con las primeras luces del día la guardia les franquea la puerta de la fortaleza un alivio inmenso inunda sus corazones…

En Abla los moriscos se han quedado con un palmo de narices, pero la huída les viene a confirmar el inicio de la rebelión y todos se muestran eufóricos salvo un Rodrigo Bazán Hacén ya anciano, un cristiano viejo aunque moro de sangre real y abencerraje, que ejerce el alguacilazgo mayor de Abla que los Reyes Católicos le habían concedido en 1500 a su padre, Abul Hacén, como ya les conté en estas mismas páginas.

Conocedor de lo bien que el sacristán juega, don Rodrigo saca sus barbas del remojo y manda ensillar su caballo alazán y aparejar las demás caballerías y con su mujer, dos de sus tres hijos, las hijas, un yerno, criados, escopetas, espadas y lanzas, toma las de Fiñana; por el camino se reafirma en su decisión de mantenerse cristiano, no hay marcha atrás, ya es niño que se ha tirado por la terrera y no ha de parar hasta que, rotos los calzones, dé con el culo en el bancal. Y en estos pensamientos anda cuando, casi sin darse cuenta, se encuentra en la alcazaba, demandando al escribano -tiempos son de documentar lealtades- la certificación de su llegada a cumplir como "cristiano, en defensa del señor Rey".

Tras un tiempo en Baza, don Rodrigo Bazán, “para segar sus panes” retorna a Fiñana
Escudo
Escudo / D.A.

Y allí tiene noticia de cómo los moriscos de Abla y Abrucena se han sumado al alzamiento el 18 de diciembre, con la llegada de los moros y monfíes enviados por el Gorri. Sabe de la muerte de los cristianos viejos y de cómo en Abla han degollado un puerco sobre el altar mayor en una misa grosera preludio del incendio de la iglesia que arde como la de Abrucena lo que ensombrece aún más el ánimo del alguacil, pues en su torre lleva tiempo acogido a sagrado su hijo Diego. Al día siguiente, se presentan los alzados en Fiñana y aprestados están los defensores de su alcazaba cuando ven como de pronto abandonan el pueblo y toman hacia el Marquesado: Eva, santa del día, ha hecho el milagro de que los moriscos fiñaneros se nieguen a participar en el ataque.

Tras un tiempo en Baza, don Rodrigo Bazán, "para segar sus panes" retorna a Fiñana; no se ha repuesto de la larga cabalgada cuando el día 10 de junio de 1569 se presenta "un ejército de moros con banderas tendidas, mucha arcabucería e ballestería", a las órdenes de Jerónimo el Maleh. Salieron de la alcazaba él y sus hijos a pelear centrándose en defender la iglesia, ahora almacén de provisiones para el ejército de la Alpujarra hasta que ya de noche la abandonan y se repliegan al castillo, de cuyo asalto desiste el enemigo al que ven retirarse a la luz fantasmal de los incendios. Noche en vela y al amanecer, aún ardiendo la iglesia y las casas, la alcazaba toda es un grito de júbilo celebrando la llegada de los ochocientos arcabuceros y dos estandartes de caballos, enviados desde Guadix. Extramuros de la alcazaba, ni un morisco de muestra ha quedado, obligados todos a seguir a los alzados; en el interior los pocos conversos reconocidos por los cristianos.

Al poco de sus padres se había incorporado a la fortaleza el primogénito de los Bazán, Diego, el cual llevaba tiempo acogido a sagrado, refugiado, en la iglesia de Abrucena para evitar la ley que lo perseguía por haber matado a unos moros. Abén Humeya, conocedor de su ascendencia real, lejos de vengarse, le ofreció nombrar su general si se sumaba a la causa. Pidió tiempo para pensarlo y lo gastó en echarse la escopeta al hombro y correr leal a Fiñana a mostrarle al alcalde mayor la carta, logrando la anulación de los procesos por las muertes.

Desde el ataque de junio contó Fiñana con compañía fija de Infantería y caballos y entonces pudo Diego alistarse con Don Juan de Austria en octubre de 1570, cuando ya había hallado don Rodrigo, su padre, la muerte en aquella guerra.

El siglo XIX da al traste con los hidalgos y con los alguacilazgos mayores

Calmada la tierra, desempeñó Diego el alguacilazgo de Abla, gozando de la protección de Felipe II, quien ordenó en 1573 que "los vandos de los moriscos no se entendiesen con él " sin que ello supusiera el acatamiento pleno de los nuevos pobladores, empeñados, como los de antaño, en hacer pagar pechos al noble, máxime si este era de origen musulmán pero, ajo y agua, tuvieron que ir viendo cómo se libraron los Bazán en 1609 de la expulsión; cómo fueron, nobles,á a la guerra de Portugal en 1641, a la de Cataluña en 1674…

El siglo XIX da al traste con los hidalgos y con los alguacilazgos mayores. No cabe ya lo "honorífico" que supone exención de impuestos y poder efectivo y poco a poco se van diluyendo familias como esta de Hacen que pasó por el trance de llamarse Bazán, sin serlo, para quedarse entre nosotros. Y aquí siguen. En Abla, en la calle y en la iglesia, su escudos y en el aire de la tierra sus espíritus: sobre el castillo de Fiñana he visto a don Rodrigo Bazán con el sacristán de Abla aguardando la acometida de los rebelados, de charla, como si nada. Dos fantasmas, sí, como de verdadero cuento, pero de todo un cuento verdadero.

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