Últimos magos en Almería. Pompey viene, Pompey se va

Cuenta y Razón

Grandes magos que triunfaron en la provincia allá por principios del siglo XIX

El último taller, el último discípulo y la última guitarra de Antonio de Torres en Almería

Cartel anuciador del espectáculo del mago Carl Hermann
Cartel anuciador del espectáculo del mago Carl Hermann / D.A.
José Luis Ruz Márquez

24 de agosto 2025 - 08:00

Milenios llevaba la humanidad buscando respuestas a sus miedos y sus angustias, cuando descubrió que los palos de ciegos, ni de nadie, servían para nada; probó con medios menos burdos y acabó dando con la magia que, si no le sirvió de mucho, sí la entretuvo, primero a solas y luego con las filosofías y las religiones, que la convirtieron en una actividad de riesgo, sus practicantes potenciales churrascos en la parrilla de doña Inquisición. Pero no es por esta magia por la que voy, sino por la que en el siglo XIX, se hace espectáculo para negocio de ilusionistas que se presentan, taumaturgos, nigromantes, prestidigitadores…Con unas bocas que parecen hechas por sus abuelas, se adjetivan de célebres, prestigiosos, caballeros; a sus nombres raros le siguen títulos exóticos. Sus espectáculos son grandiosos… su escenario, el de los teatros.

En Almería el Principal, en el Paseo, por encima de Correos, donde debuta el primer visitante, don Fructuoso Canonge en 16 de abril de 1876; los colistas, sin entradas, a dos velas se quedan del disfrute de suertes como “El cuento de nunca acabar” de final feliz y perdicero, merced a la maestría de quien ya era mago de niño, lustrador de zapatos por Barcelona. En septiembre es don Agostino Abela quien asombra con sus fantasmagorías, y hace levitar a “La niña Sofía” que despierta al estruendo de los platos, reloj y candelabros caídos de las manos tontas, como su dueño, de Carquiñoles el Feo, un obrero del teatro. En 1879, 80 y 83 es el doctor Nicolay, quien arma el taco con “El Billar Mágico”, una suerte que domina como experto que es. En octubre de 1880 será el joven don Adolfo de Santaló, quien se luzca con el número de “La Corbata”, hecha trizas y escamoteada para aparecer intacta, dentro de un puro.

El Caballero Cayetano saluda al almeriense con “La mano del difunto” en diciembre de 1884, a año y medio de que una explosión de nitrógeno teatral se lo lleve al más allá desde Palma de Mallorca. En 1892, con la compañía de Poetto, el Cavaliere Arturo “Cambia la hora” y Mdme Dicka desaparece para perder la cabeza en su “Gabinete negro”. El Caballero Hermann en 8 de septiembre de 1889, con la sola ayuda de dos pedazos de papel, forra el Novedades de banderas de todos los colores. Un arcoíris que termina con “Las transformaciones fantasmas” cuando, en una clara muestra de abuso empresarial, ¡Corta la cabeza a uno de sus auxiliares!, con tal realismo que los incrédulos que han subido a tocar la víctima, la hallan fría. Y se espantan. Y se alivian, cuando descubren que ha sido la magia su asesina.

El ilusionista Carl Herrmann
El ilusionista Carl Herrmann / D.A.

Si Carl Hermann -cuyo retrato y cartel ilustran este texto- fue el más brillante de los magos que pisaron Almería, don Carlos Pompey Frías es el más mate de ellos, pero el único con marcada vocación de almeriense, y eso es cosa de agradecer, que sí no es elegible donde se empieza, sí suele serlo donde se acaba. El 25 de octubre de 1895 amanece la ciudad plagada de carteles gritando "Pompey viene". Corre ya el tiempo en el que “mágico”, se escribe en cursiva para nombrar como tal, tantas cosas que no lo son, como “El Ungüento mágico”, luchador sin desmayo contra los callos, verrugas y ojos de gallo.

A los dos días, el 27, tiene lugar su debut en el Novedades con suertes como “La Cabeza de Galatea”, que pasa sin gloria, pero con pena: la de un Pompey que no entiende el desdén, cuando durante 47 noches había entusiasmado a los madrileños en el gran teatro de Apolo. Sus fallos ponen a tambalear sus actuaciones que si no caen es porque ahí está siempre Aida Boisson Pozo, su mujer, para evitarlo, a tiro limpio con el blanco… Cuando don Carlos oye que en Almería se dice “Estás más visto que Pompey”, coge a su Aida y se lanzan a un periplo por España del que regresarán en el verano de 1897. En cuyas tardes se les puede ver en el tiro de pichón del viejo picadero de la rambla de Alfareros. Se entrenan para sus actuaciones que ya no serán en los teatros sino en los cafés Suizo y Universal, con unos ejercicios que le vuelven a meter en problemas y de los que una y otra vez lo saca su joven esposa. Aida, lista y guapa, tiene aptitudes maravillosas para el tiro, arrancar el aplauso y despertar la admiración… y los celos, laborales y de los otros, de su marido.

Cartel anunciador de la función del Caballero Hermann en 1889
Cartel anunciador de la función del Caballero Hermann en 1889 / D.A.

Pompey, que la sabe su mejor creación, se abate y para su desahogo cuenta, a troche y moche, que él es decano de los de su arte, el único con títulos académicos, director del Real Gabinete de Física del Rey de España. Que sus experimentos los tiene publicados en tres gruesos volúmenes… que nadie ha visto porque se guardan con todos los títulos, en el fondo del mar, matarile, lire, lito. Pobre pero patriótico, en 1898 se ofrece a actuar, gratis, en pro de la marina. España en lucha por sus colonias y nuestro artista por su mera supervivencia. Y no les puede ir peor. Pero éramos pocos y en 31 de octubre de 1902 pare Aida a su María, confirmando aquello de que el viejo pierde el diente, pero no la simiente. Sin sueldo, ser alcalde de barrio no le supone sino oficializar su miseria.

El 8 de octubre de 1903 su calle de la Dicha es el escenario en el que él, su mujer, y otras dos, Isabel y Rosalía, representan una riña que sólo acaba cuando los agentes conducen a la casa de socorro a Aída e Isabel y al arresto a los otros dos. Cosas de celos o de vecindad, el ambiente tufa como si hubiera reventado el cuerno de la pólvora. Para cumplir una pena que nadie le ha impuesto, Pompey se encierra en casa con la sola compaña de la soledad. Y como él puede, se torna espíritu. Y así lo hallan los hombres de la Cruz Roja, con un hilo de vida que se corta al entrar en el Hospital. Es 19 de diciembre de 1903. Caminito del malvar, en una esquina dos carteles, viejo y nuevo, que sólo los muy magos consiguen descifrar: “Pompey viene, Pompey se va”.

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