Nomadland | Crítica

Vidas errantes

Una imagen de 'Nomadland', de Chloé Zhao.

Una imagen de 'Nomadland', de Chloé Zhao.

Los primeros Oscar de la era post-Trump y del año de la pandemia apuntan inexorablemente al triunfo de esta cinta que busca en los rincones perdidos del alma norteamericana sus esencias libertarias y su retrato de los personajes anónimos que han sufrido y sufren en sus propias carnes las sucesivas crisis económicas y las nuevas derivas de precariedad y abandono social del neocapitalismo.

Los nómadas que retrata Chloé Zhao (The rider) responden a una doble condición de marginación: la que los ha expulsado de sus casas y lugares de trabajo, desmantelados en sucesivas oleadas, y la que los constituye como comunidad itinerante y solidaria que ha hecho de la ruta un camino de empleo temporal y una forma de vida al aire libre y en contacto con la naturaleza (horizontal, desértica, mítica) que, como escuchamos en algún momento del filme, remite a los pioneros de la nación y a un cierto esencialismo trascendental.

Vector de este relato, la Fern que interpreta una extraordinaria Frances McDormand, una viuda que viaja en su furgoneta en busca de trabajos de temporada en Amazon, un camping, un parque de atracciones o la recolecta de la patata, encarna de manera portentosa esa figura solitaria y endurecida que, sin necesidad de empoderamientos de diseño, se labra el día a día con determinación y bonhomía, una mujer que lucha por apaciguar su duelo y reafirmar esa decisión propia de libertad y desplazamiento constante.

Por el camino, y ahí reside el principal atractivo del filme, Fern-McDormand se cruzará con verdaderos nómadas, gentes que acarrean su vida a cuestas en sus caravanas, gentes auténticas, doloridas y trabajadoras a las que escucharemos contar sus historias de soledad o enfermedad, sus relatos sencillos y emocionantes que nos recuerdan el fracaso de un sueño de prosperidad truncado tantas veces.

Es una lástima que la película no se detenga más tiempo con ellos, que deje que esos relatos se expandan y esos rostros curtidos y sus voces cálidas nos interpelen por más tiempo. A Zhao le interesa más continuar con su relato a toda costa, avanzar en el camino de Fern, buscar la hora dorada en el horizonte al son de los acordes sensibles de Einaudi, trocear el trayecto y privarnos de la experiencia de un tiempo que, aunque circular, cerrado en el regreso al hogar perdido para tal vez echar la llave, se siente demasiado trazado de antemano.

Supongo que son los peajes para convertir la autenticidad de esos nómadas en una historia digerible para todos los públicos, el precio a pagar para que esta película, sin duda una buena película, pero no la gran película americana del año que se anuncia (ya está la olvidada First cow de Kelly Reichardt para eso), pueda colocarse en ese lugar de visibilidad, compromiso ético y político y emoción que requieren los grandes premios de temporada.