La Verdad | Crítica

Madre e hija en el espejo del cine

Tras obtener la Palma de Oro en 2018 con Un asunto de familia, Hirokazu Kore-eda se suma a la ilustre nómina de autores de referencia del último cine asiático (Ming Liang, Hsiao Hsien, Suwa, Sang-soo) que han conseguido devolver parte de su herencia cinéfila moderna rodando en la Francia de la nouvelle vague y con algunos de sus iconos de referencia.

El japonés se rodea aquí de las dos grandes actrices del cine galo de las últimas seis décadas, Catherine Deneuve justo antes de su grave achaque de salud y una Juliette Binoche esplendorosa y quebradiza, para jugar con ellas en un particular artilugio especular y en abismo que vuelve a tener como pretexto a la familia y sus cuitas como núcleo central para su despliegue de temas y variaciones bajo una mirada aparentemente sencilla y naturalista y un tratamiento y modulación del tiempo y las atmósferas marca de la casa.

La verdad asume así una suerte de imagen-reflejo sobre lo real (la propia Deneuve haciendo de diva intratable, el fantasma de su malograda hermana Françoise Dorléac, el mundo del cine, la ficción y el rodaje de otra película dentro de la trama…) que funciona aquí como astuto -aunque tal vez demasiado explícito- divertimento para poner encima de la mesa el duelo entre una madre diva y una hija algo acomplejada que intentan resolver sus problemas afectivos y heridas aún abiertas en los días previos a la presentación de unas memorias mentirosas y durante el rodaje de un filme de ciencia-ficción que funciona como eco autobiográfico de su propia relación a lo largo de los años.

Más atenta a los personajes y a su dramaturgia especular que a los elementos ambientales de filmes anteriores, más volcada hacia un cierto tono de comedia a pesar de su trasfondo dramático-psiconalítico, La verdad deja a un lado a los personajes masculinos para abrirse paso poco a poco, a fuego lento, y pesar de ciertas tosquedades, entre ese desgaste de las carcasas y las máscaras que conduzca a una posible sinceridad, reconciliación y perdón entre unas mujeres que despliegan su estrategia y ejercen su papel como en una función teatral privada. Llegado el tiempo de los adioses, Kore-eda despeja los obstáculos, atenúa el dolor y libera a sus criaturas, salidas de su personal imaginario cinéfilo y encarnadas por sus dos maravillosas actrices, a una pequeña redención que tiene tanto de catarsis como de happy end en su juego meta-cinematográfico.