Almas en pena de Inisherin | Crítica

Irlandeses intranquilos

Brendan Gleeson y Colin Farrell, en 'Almas en pena de Inisherin'.

Brendan Gleeson y Colin Farrell, en 'Almas en pena de Inisherin'. / D. S.

Escondidos en Brujas y Siete psicópatas fueron ejercicios pos tarantinianos pretenciosamente chirriantes pero interesantes y, sobre todo, con grandes actuaciones de dos grandes repartos: Colin Farrell, Brendan Gleeson y Ralph Fiennes en la primera, y otra vez Colin Farrell más Christopher Walken, Harry Dean Stanton, Woody Harrelson y el cantante y compositor Tom Waits en la segunda. Excelente fue también el reparto de la premiadísima pero fatua, pretenciosa y hueca Tres anuncios en las afueras en la que repetían Rockwell y Harrelson, añadiéndose Frances McDormand. En ella el director dejó el pos tarantinismo por una mayor seriedad dramática sin renunciar a un humor negro muy a lo Coen.

Con Almas en pena de Inisherin, supongo que alentado por el éxito de su giro a una relativa seriedad dramática, el dramaturgo y cineasta anglo-irlandés Martin McDonagh prosigue por este camino con esta especie de obra de cámara -pocos personajes en el reducido escenario de una isla- que, sin desprenderse de su gusto por el tono de comedia áspera o negra, avanza hacia el drama alejándose de sus dos primeras películas. Y no debe haberse equivocado al proseguir por esta senda, al menos en un sentido práctico e inmediato, porque le han llovido premios, incluidos tres Globos de Oro y nueve nominaciones a los Oscar, y críticas si no unánimes, si mayoritariamente elogiosas. Otra cosa es lo que el tiempo, juez definitivo además de gran escultor, determine.

Es una obra con algún momento poderoso y grandes interpretaciones, lastrada por una ambición que no se corresponde con los resultados. Una isla irlandesa durante la guerra civil de 1923. Un hombre que abruptamente corta su relación con su mejor amigo. De la desolada obstinación de uno por saber por qué lo ha hecho e intentar recomponer la amistad y la cada vez más agresiva obstinación del otro en no hacerlo trata esta película. ¿Una alegoría sobre la inocencia e incluso la ignorancia en el sentido evangélico que enfrenta un alma pura que se contenta con ser lo que es a otra atormentada por el deber ser o el poder ser? Quizás. ¿Una alegoría sobre el enfrentamiento fratricida entre los irlandeses a través de la irracionalidad de la aversión llevada al límite entre dos amigos, uno de los cuales necesita ‘liberarse’ del otro para realizarse? Quizás. ¿Un juego sobre lo que se podría llamar carácter, personalidad o genio local irlandés que suma elementos históricos, sociales, ambientales, paisajísticos, alcohólicos, cainitas, religiosos y folclóricos? Quizás.

Estas posibilidades, y las que se le quieran echar a una película que juega con el simbolismo o la mitologización columpiándose entre el drama y la comedia negra, se exponen bien en su primera parte. Pero un mal desarrollo la despeña hacia un desvarío argumental que acaba incurriendo en el efectismo, como si el guión no pudiera soportar la carga de alusiones, simbolismos, indagaciones y suposiciones sobre el alma humana en general y la irlandesa en particular en las que se puede encontrar un cierto eco de Samuel Beckett. Al fin y al cabo, McDonagh fue (y es) un autor dramático cultivador de la crueldad provocativa y este guión fue en origen una obra teatral que debía cerrar la Trilogía de las Islas de Aran pero que el autor descartó.

Por supuesto las interpretaciones de Colin Farrell y Brendan Gleeson son todo lo extraordinarias que cabe esperar y el desarrollo de sus personajes les permite, como si fueran dos virtuosos interpretando una melodía simplona con aspiraciones de sinfonía. También son excelentes las interpretaciones de una galería que parece sacada -quizás con malvada intención paródica- del tópico irlandés como si fuera una caricatura de La hija de Ryan (más que de El hombre tranquilo): el tonto del pueblo (¿recuerdan a John Mills?), el cura, el policía, su desdichado hijo, el dueño de la taberna, la joven que sueña con otra vida más allá de la isla, la vieja bruja que inspira alusivamente el título original de la película y, por supuesto, el paisaje.

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