Babylon | Crítica

Caca paquidérmica

Margot Robbie y Diego Calva, en 'Babylon'.

Margot Robbie y Diego Calva, en 'Babylon'. / D. S.

Al principio de la película un elefante se caga, proyectando el regalito con la fuerza de una paquidérmica pedorreta, encima de quienes lo están trasladando. Y lo peor es que eso será toda la película: una cagalera de más de tres horas provocada por la indigestión de Damien Chazelle de sí mismo. El éxito inmerecido de ese sobrevalorado y sobrepremiado refrito de musicales que fue La La Land le ha hecho creerse un genio abocado a empresas deslumbrantes, gigantescas, provocadoras. Y ha creado esta hueca cosa carísima y larguísima que vuelve a ser una declaración de amor (hay amores que matan) al cine. Si antes fue al musical, ahora le toca al Hollywood de los años 20 y la transición al sonoro visto como una fabulosa, viciosa, guarra, deslumbrante y cruel Babilonia (supongo que en referencia al bestseller de Kenneth Anger Hollywood Babilonia, crónica de los escándalos reales o inventados que se sucedieron en la meca del cine) en la que, según esta película, había de todo menos talento.

El elefante que se va de vareta al principio era conducido a una orgía en la mansión de un nabab de la industria del cine. Una larguísima secuencia en la que los hermosos y malditos -por decirlo a lo Scott Fitzgerald- hacen todo lo que con el cuerpo, ayudado por el alcohol y las drogas, pueda hacerse, llena de mala música (la película es pródiga en atentados perpetrados por Justin Hurwitz, el músico de cabecera de Chazelle, contra el jazz que tunea para que suene más fuerte y parezca más actual) y de atronadores efectos de sonido ligados a efectos de montaje (un mal que se multiplicará a lo largo de toda la película).

Desde esta secuencia se evidencia que Chazelle no solo se ha indigestado de sí mismo. Si en La La Land se atracó de Minelli, Donen o Demy, en Babylon parece haberse hartado hasta acabar en un cólico (por arriba y por abajo: porque además de la diarrea paquiderma hay una bonita escena de vómito) de Von Stroheim y Von Sternberg (como maestros de la perversión sofisticada), Donen (hay referencias a Cantando bajo la lluvia, recreándose la filmación de la primera versión de esta canción para la Hollywood Revue 1929), Fellini (metraje más adelante me pareció ver en un descenso a los infiernos del vicio -San Juan Bosco, patrón del cine, me perdone- una cita del teatro de Vernacchio del Satiricón), Fincher (algo hay de su fallida Mank), Sorrentino (y su La gran belleza) y Luhrmann (cuyo estupendo Moulin Rouge se copia y cuyo horrendo El gran Gatsby, aquí empeorado, se saquea en cuanto a ideas de modernización de los años 20 se refiere).

Queriendo ser escandaloso, es grosero. Queriendo ser grande, es ampuloso. Queriendo ser original, es efectista. Queriendo ser romántico, es blando. Queriendo ser erótico, es vulgar. El gigantismo en presupuesto, medios y metraje se sustenta sobre un pésimo guión cuyo potencial atractivo reside en una convencional, limitada y mil veces contada (también en La La Land) historia de amor punteada por un cursi tema de piano: chico pobre y bueno que quiere abrirse camino en Hollywood se enamora de chica también pobre y en el fondo buena -aunque en la superficie es una petarda chillona, vulgar, borracha y drogadicta- que quiere ser estrella. Esta historieta se envuelve en las orgías, vicios, lujos y desenfrenos del Hollywood de los años locos con Brad Pitt haciendo de estrella a lo Fairbanks. No hay nada más que esa tópica historia de amor metida en el envoltorio, más bien gancho, de un ven conmigo, que te voy a llevar, cual Virgilio, por los infiernos, purgatorios y glorias de la industria del cine como los tópicos escandalosos la representan.

La pareja de la blandiblú historia de amor está formada por una insoportable Margot Robbie que grita y sobreactúa y por un buen y sobre todo más sobrio Diego Calva; él, Jean Smart como la columnista que funde a las poderosas y viperinas Hedda Hopper y Louella Parsons, y Jovan Adepo como un músico inspirado en el jazzista Curtis Mosby que interpretó algunos cortos en la transición al sonoro, son lo mejor de la película. Brad Pitt interpreta con desgana, como si estuviera de vacaciones o haciendo una broma, al divo que sucumbirá al sonoro. Tobey Maguire es un imposible y caricaturesco super malo vicioso.

Lo peor es que esta película que se pretende desmesurada, escandalosa y brillante, es cateta: Hollywood visto por un escandalizado predicador del medio Oeste.

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