Un amigo extraordinario | Crítica

A veces las personas son tan buenas como parecen

Tom Hanks, en una escena de la película.

Tom Hanks, en una escena de la película. / D. S.

Tras debutar con éxito en el cine vía premios en festivales independientes con The Diary of a Teenage Girl, la también realizadora televisiva Marielle Heller nos ofreció la excelente ¿Podrás perdonarme algún día? que contaba una apasionante historia real de dos náufragos neoyorquinos poderosamente interpretados por Melissa McCarthy y Richard E. Grant, ambos justamente nominados al Oscar por sus trabajos. Tras ella rodó esta Un amigo extraordinario, igualmente interesante y original, que -se ve que lo suyo es la dirección de actores- le valió a Tom Hanks una nominación al mejor actor secundario.

Se trata de otra historia real: la amistad entre un conocido periodista (Matthew Rhys) que trabaja para la prestigiosa Esquire y el popular y muy querido presentador de uno de los más famosos y longevos programas televisivos infantiles estadounidenses (Tom Hanks) a partir de una entrevista que el periodista aborda con desgana.

En un lado del cuadrilátero está el periodista famoso, cínico, maestro de la sospecha, con una vida personal complicada y no pocos problemas emocionales. En el otro, el simpático, bonachón, positivo y optimista presentador, el amigo de los niños a los que durante tres décadas enseñó a enfrentarse a la realidad de forma positiva, sobre quién -cómo no- recaen algunas oscuras dudas. El combate a muchos asaltos entre ambos sigue un rumbo sorprendente. Al periodista le resulta empalagoso el personaje televisivo y sospechoso el ser humano. La vida no es así, tan amable aún en medio de sus vaivenes. Los seres humanos no son así, tan positivos y empáticos. La realidad no es así, sino más oscura y melancólica si no trágica en muchas ocasiones. Lo peor es que su experiencia ratifica los puntos de vista del periodista más como juicios probados que como prejuicios. Pero resulta que el presentador es tal y como aparece en televisión: amable, comprensivo, bondadoso… y para colmo inteligente. Poco a poco va venciendo, sin pretenderlo, sólo mostrándose como es. Y el periodista va pasando de entrevistador a entrevistado, contando más de lo que que pretende, pero también tanto como necesita para poner algo de orden en su vida y sus sentimientos.

He aquí que el bobo, el simple o el tonto no resulta serlo tanto. Y que el actor y presentador sospechoso (¿cuántos ídolos de los niños no escondían esqueletos en sus armarios?, ¿cuántos famosos tienen una imagen pública y una muy distinta realidad privada, eso que una película llamó vicios privados y públicas virtudes?) resulta ser tan limpio como su personaje televisivo. Es más, son uno y lo mismo. Es tentador pensar que Tom Hanks, aquí en un papel en principio secundario que por su talento se erige en estelar, aceptó tras dudarlo mucho interpretar esta película como un juego privado con el público: a veces resulta ser tan ejemplarmente bueno el actor como los personajes que interpreta (recuerden, por citar sólo sus mejores títulos de la última década, que él ha sido el periodista honesto de Los archivos del Pentágono, el piloto heroico de Sully, el abogado ejemplar de El puente de los espías, el valiente marino de Capitán Philips e incluso el Walt Disney de Al encuentro de Mr. Banks). Como se ha dicho: a veces los buenos lo son además de parecerlo.

La dirección de Marielle Heller es elegante, contenida y eficaz (ejemplar su uso del silencio en esta película de diálogos y actores). Sortea muchos peligros, sobre todo el de la ñoñería, y los vence todos con esta hermosa gran pequeña película. Hay tantas razones siempre, y más en estos días, para el desencanto, el relativismo, el cinismo y el pesimismo que se agradece que, con buen estilo cinematográfico, grandes interpretaciones y mucha sensibilidad e inteligencia, se haga esta defensa de la bondad, la empatía y la amistad.

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios