Aquejada de una cierta sorogoyenitis, y no sólo por la más que obvia relación con su serie Antidisturbios, Asedio aspira a conjugar dos movimientos en uno en una operación que se antoja tan bienintencionada y explícita en su mensaje anti-racista como algo artificial en su deriva de género a propósito de una operación de desahucio que deviene un auténtico y laberíntico descenso a los infiernos.
Curtido en el cine de género, Miguel Ángel Vivas (Secuestrados, Extinción, Inside, Tu hijo) cierra el plano, libera la cámara para el plano secuencia y desarrolla su historia a contrarreloj entre los pisos, sótanos, pasillos y escaleras de un edificio convertido en un auténtico campo de batalla de resonancias simbólicas donde cualquier rincón puede esconder un giro o una sorpresa.
En primer y sufriente plano, la policía novata interpretada por Natalia de Molina se debate entre la tentación de la corrupción y la paulatina toma de conciencia mientras sus colegas varones la persiguen y amenazan y los inmigrantes a la fuga se esconden entre el fuego cruzado.
Asedio se mueve así como tour de force estilístico en la cuerda floja de la banalización o la explotación de lo social y cierta laxitud en lo que respecta a los límites de su credibilidad dramática, con un exceso de espectacularización y violencia que le permite llegar hasta el final con el acelerador siempre pisado a fondo.