Competencia oficial | Crítica

Los actores son un asco

Banderas, Cruz y Martínez en una imagen de 'Competencia oficial'.

Banderas, Cruz y Martínez en una imagen de 'Competencia oficial'.

Hitchcock los llamó “ganado” y Ben Hetch, uno de los mejores guionistas del Hollywood clásico, escribió un libro titulado Los actores son un asco. Más allá de la boutade o el chiste, los actores, dos estrellones engreídos y pagados de sí mismos reunidos por una directora de prestigio en una película destinada a satisfacer los delirios de grandeza y trascendencia de un empresario iletrado (otro buen patrón de Mediapro encarnado por José Luis Gómez), son los protagonistas de este duelo a muerte con el que los argentinos Cohn y Duprat (El hombre de al lado, El ciudadano ilustre) pretenden reírse de tirios y troyanos con poca fortuna.

Y es que esta caricatura teatral del cine de autor, sus tics, peajes y el ego de sus directores e intérpretes se queda aquí en algún fallido lugar intermedio entre la sátira alocada (que era lo que nos pedía el cuerpo) y ese propio tipo de cine arty que la película también pretende parodiar entre arquitecturas de diseño, retórica cinéfila, condición episódica y planos a gran escala, terreno incierto y autorreferencial que apenas saca un puñado de sonrisas entre gags de dudosa eficacia y una caprichosa querencia por el absurdo que, a pesar del peinado de Penélope, los bailes de Irene Escolar, las rocas de cartón-piedra, los métodos y excentricidades de unos y otros y las más que irregulares prestaciones cómicas de Cruz y Banderas (lo de Óscar Martínez es otra cosa), hace de esta Competencia oficial un filme que apenas da para película inaugural de un festival de provincias.