Fantasía musical, distopía retromonárquica, romance interracial o divertimento ecoqueer, de todo eso hablan los textos promocionales que acompañan la interpretación correcta de este Fuego fatuo que nos trae a un Rodrigues acomodado a los tiempos y a las audiencias festivaleras o sectoriales alejado ya de los misterios, roces, formas e hibridaciones de sus películas más interesantes (Morrer como un homem, La última vez que vi Macau).
Lo explícito-protésico (que ni siquiera parece ya provocador) ocupa el primer plano de un filme breve y auto-reflexivo narrado desde el futuro que coquetea con la idea de una Portugal monárquica en la que los estertores de su príncipe heredero son el punto de retorno a un pasado de iniciación homoerótica que se parece a este presente pospandémico observado por el filtro de la Gran Pintura (de Caravaggio a Bacon), los calendarios fotográficos, la performance coreográfico-musical o las canciones infantiles.
El conjunto, que saca alguna sonrisa (cómplice) en su tono sarcástico contra toda autoridad, pomposidad, orden y realidad política e histórica en la Portugal (y la Europa) poscolonial, se resiente empero de su carácter fragmentario y episódico estirado hasta esa duración y ese formato mínimos que permitan entrar en los concursos y el palmarés.