La piel del tambor | Crítica

Radionovela de 'film commission'

Sueño húmedo de comisionistas fílmicos y concejales del ramo turístico, La piel del tambor adapta con miras al mercado global la novela homónima de Arturo Pérez-Reverte con todos los tics de aquellos best-sellers y thrillers de hace veinte o treinta años empeñados en urdir intrigas farragosas entre la iglesia y el clero, la aristocracia, los empresarios locales y las mafias internacionales, todo ello aderezado con una puesta al día en telecomunicaciones e informática. 

Un sueño húmedo forjado en la estampa más tópica de una ciudad de Sevilla que funciona aquí como decorado con localizaciones manidas y marco incomparable para una de esas tramas detectivescas, trileras y enmascaradas que seguimos y desciframos siempre a través de los diálogos (¡hay nada menos que ocho guionistas acreditados!) y no desde una puesta en escena impersonal, intercambiable e impulsada por la omnipresente música de un Roque Baños que se ha vuelto a ganar el sueldo.

Se lo han pagado Enrique Cerezo y sus co-productores italianos y colombianos, lo que explica esa concepción del cine como entretenimiento acartonado, superficial y formulario para audiencias adormiladas, un cine de maneras automáticas, personajes-cliché y casting internacional de segunda fila con inglés de academia open que, si tienen la suerte que yo no he tenido, podrán obviar en la versión doblada. Aunque a saber que es peor.