La vida de los demás | Crítica

El tiempo de los verdugos

Pica tan alto la primera de las cuatro historias que conforman La vida de los demás, Oso de Oro en la Berlinale de 2020, que se hace inevitable la comparación con las otras tres. Una primera historia que nos lleva al Irán contemporáneo para seguir las rutinas diarias, casi buscando la sensación de tiempo real, de un hombre de media edad que sale de su (incierto) trabajo, recoge a su mujer y a su hija, hace las compras y recados, visita a su madre, cena en una pizzería cualquiera y regresa a su casa para descansar antes de iniciar otra nueva jornada de la que no se esperan grandes novedades.

Apenas unas pequeñas pistas, la observación de las luces de los semáforos o los neones de la calle, apuntan simbólicamente hacia lo que se avecina: uno de los cortes de montaje más demoledores que recordamos en mucho tiempo, un hachazo súbito e inesperado que vuelca radicalmente esta vida anodina en una revelación trágica que pone ya en perspectiva el asunto central de esta película, un feroz alegato contra la pena de muerte y sus consecuencias no tanto entre las víctimas como entre los verdugos.

La segunda historia reconstruye ya con otro tono y otro ritmo la batalla interna de un soldado por escapar de la obligación de ajusticiar a un reo, convertida casi en una aventura de acción en su inesperado giro y resolución. La tercera tuerce un poco más la deriva melodramática al enfrentar a otro soldado con las consecuencias de sus actos ante su prometida y la familia de ésta, y la cuarta, también en el ámbito rural, pareciera recuperar años después al personaje de la segunda historia en un intento de redención casi postrera con su hija, de la que ha estado separado desde su nacimiento.   

Cuatro historias, en definitiva, que matizan y giran en torno a un mismo tema, y que dibujan la falta de libertades, derechos elementales y el clima de represión, control social, deshumanización y censura de un país que tiene al propio cineasta Mohammad Rasoulof (La isla de hierro, Un hombre íntegro) en la cárcel. Cuatro historias desiguales que se mueven entre el rigor de la puesta en escena y ciertos excesos dramáticos que, a pesar de la claridad del asunto y la denuncia política, no terminan de ofrecer tantas perspectivas distintas sobre el mismo como para justificar el cuádruple gesto narrativo.